Crítica de libros
Cuestión de eructos
No es cierto que las prostitutas deseen ser redimidas de los sinsabores de su oficio. Sé que muchas de ellas sienten asco al realizar su trabajo, e incluso a veces se desprecian a sí mismas por lo que consideran una bajeza moral, pero echan cuentas y comprenden que la redención supondría sin remedio su pobreza. Por la esencia de su trabajo, en muchos casos, más que un inconveniente moral la prostitución les supone un problema digestivo. Una veterana profesional me contó hace ya unos cuantos años que la única persona que de verdad sabía como tratarlas era una religiosa oblata que en vez de predicarles la redención de sus pecados, les ayudaba a mejorar su higiene y a escolarizar a sus hijos. He tenido sincera amistad con muchas profesionales del gremio y no sé de un solo caso en el que los inconvenientes de la conciencia no lo hubiesen solucionado mejorando el aliento con un sorbo de colutorio. Para sus clientes, el sexo era un placer, una necesidad o un vicio; para ellas, lo que hacían en la cama era una manera de convertir el asco en comida. Antes de que el mercado estuviese tan competido, una prostituta de la mitad de la tabla podía embolsarse un millón de pesetas cada mes, de modo que se consideraban bastante redimidas de los inconvenientes de una profesión que en poco tiempo dejaba de producirles asco o remordimiento para causarles sólo dividendos. A mi veterana amiga del burdel su conciencia ya no le suponía un problema y no necesitaba que la redimiesen. Cuando empezó en el oficio vivía angustiada por la idea de que Dios se enterase de lo que hacía. No tardó en comprender que superados los remilgos morales, y para no delatar su manera de ganarse la vida, lo mejor sería no eructar en el ascensor.