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Ministrables por Gloria Lomana
Entre quienes más aplaudieron a Rajoy cuando comunicó los nuevos responsables populares en tareas parlamentarias estaba sin duda Esteban González Pons. Su nombre era uno de los «fijos» en la quiniela de la portavocía del Congreso por lo que, quedando liberado de esa engorrosa responsabilidad –ansiada cuando se está en la oposición pero detestada cuando se ocupa el Gobierno– entraba de hoz y coz a formar parte de la lista de los ministrables, esos personajes que cuando estos días acuden a un salón concitan al unísono todas las miradas, por el interés del respetable en conocer con avidez si Rajoy ya les ha hecho la ansiada llamada.
Para muchos, ser ministrable es lo mejor que les ha pasado en la vida: no son ministros pero lo parecen. Lástima que eso no engorde el currículum. ¡Cómo decir, fui ministrable nada menos que durante todo un interminable y agónico mes, y sobreviví al intento! Y no engorda nada porque el ministrable es una burbuja, un estado gaseoso ubicado eso sí en condiciones capaces de solidificarse en torno al líder. Una rutilante pompa de jabón que el jefe puede pinchar en un santiamén no haciéndole ministro. ¡Pero ay mientras dura la espera...! El ministrable es esencialmente un polo de atracción en un amplísimo campo magnético sobre el cual revolotean y caen como abejas en suculento panal de miel los ávidos de tocar poder. O sea, la mitad de los mortales.
Reconocer un ministrable es fácil, porque de fabricarlos y de hacer esas quinielas vivimos los periodistas, pero verles, lo que se dice verles, es prácticamente imposible. Porque ésta ha de ser su principal característica: la oscuridad. Cualquier ministrable que se precie vive encapsulado sus últimas horas antes del ministerio o la nada, agazapado detrás del sofá, camuflado bajo la mesa, disimulado entre los libros... Su primera misión es rehuir miradas. Aspirar sin aparentar aspiración alguna. Existir sin dejarse ver, no vaya a ser que el jefe piense que el ministrable en cuestión está en el enredo porque se está postulando para el ministerio.
Subsistir mudo, para no resbalar con declaraciones, sin acudir a saraos para no ser fotografiado. Sólo los más osados se atreven a hablar como si ya fueran ministros siendo aún ministrables, corriendo serios riesgos, como Arias Cañete en sus deliciosos cenáculos, o Gallardón, con su pronóstico de que será otra cosa, o Ana Pastor afirmando que no habrá copago, o Álvaro Nadal asegurando que el PP no subirá el IVA. Los demás, que saben de la pulcritud y austeridad del líder, intuyen que el jefe dará un sopapo a esas afirmaciones cuando ocupe el poder y por ende se mueven confundidos con el terreno. Una ansiedad que un ministrable de la fontanería de Génova confiesa que combate engordando... mes de ansiedad y espera. Pinchada la refulgente burbuja de jabón, más de uno volverá a su anterior estado líquido.
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