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Fluorescente oscuridad

La Razón
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¿Qué vemos en la persona de la que nos enamoramos, además de aquello tan obvio, y tan sólido, que nos entra por los ojos? Si esa persona es físicamente hermosa, lo más probable es que sólo necesitemos ver su aspecto para enamorarnos de ella. Pero, ¿y si hubiese otras personas idénticas a ésa? ¿Repartiríamos entonces nuestro amor a partes iguales o estableceríamos turnos para amarlas en la debida proporción? La cosmética y la cirugía están creando clones estéticos y asistimos al florecimiento de una especie de belleza por catálogo que resulta de haber manipulado la realidad hasta casi desmentirla. Con mi amiga Chelo Cuenca polemicé en Facebook sobre el peso determinante que lo tangible tiene en el brote del amor y aunque cada uno mantuvo sus propias ideas, al final acordamos que en el mundo de las emociones el riesgo de perder es siempre más interesante que la cobardía de no luchar. Yo le dije que cada éxito en el amor lo he traducido sin remedio en felicidad y que los fracasos me sirvieron en el peor de los casos para convertirlos en literatura. Como no tiene pretensiones literarias, ella me aseguró que los fracasos los convierte en experiencia. Tratándose de que nos habíamos encontrado en la virtualidad de Facebook, discutimos también sobre el peso de lo tangible como desencadenante del amor en contraposición a la influencia de lo abstracto. En un momento dado le propuse un mundo a oscuras en el que la gente no podría dirimir sus emociones en función de lo que viese, sino de lo que fuese capaz de imaginar. ¿No consiste acaso en eso la virtualidad de las redes sociales de internet? ¿No es una fluorescente oscuridad bituminosa lo que rige al otro lado de la luminosa pantalla del ordenador? Me corría prisa escribir y le pedí a mi amiga que dejásemos para otro momento el asunto. Al cabo de unos segundos vi desvanecerse su lucecita verde en el chat. Pensé entonces que tal vez lo que uno busca en las mujeres no es exactamente la realidad de su belleza física, sino la recreación incontestable de sus propias expectativas. En cierto modo es como si en la ceguera transparente de Facebook intentase uno mismo verse reflejado para saber que al menos hay alguien real entre la falsa niebla del juguete informático. El caso es que mi amiga se esfumó y yo me puse a escribir un poco confuso, en la duda de si será mejor el mundo físico y real, el orbe de siempre, ese lugar en el que si no dispones de la ventaja del virtual anonimato para explicarte con ella, siempre te queda el recurso de convencerla regalándole las flores que te devolvió a mala leche la chica anterior.