Londres
Las deudas que no pagó Berlín por César Vidal
En 1918, concluyó la Primera Guerra Mundial. Los vencedores incluyeron en el Tratado de Versalles un plan de reparaciones que debía ser pagado por Alemania y que se cifraba en 269.000 millones de marcos/oro, el equivalente a 100.000 toneladas de oro puro. Alemania no pudo pagarla y en 1921, la cifra fue reducida a 226.000 millones. No sirvió de mucho y en 1923, Alemania entró en suspensión de pagos. La respuesta de Francia y Bélgica fue ocupar el valle del Ruhr para asegurarse el pago, pero los alemanes opusieron a los ejércitos aliados una resistencia pasiva que deterioró la economía y la arrastró hacia la hiperinflación. Para hacer frente a los impagos, se creó el Comité Dawes. Formado por diez expertos de las naciones aliadas, adoptó la decisión de reducir el monto de la deuda a la mitad, así como que EE UU inyectaría dinero mediante préstamos para que Alemania pudiera pagar a esta nación, Francia y Gran Bretaña. El acuerdo, firmado en agosto de 1924, establecía la evacuación de la cuenca del Ruhr por los aliados.
Dawes recibió el premio Nobel de la Paz en1925 y, la consecuencia directa del plan fue que a mediados de los años veinte la economía alemana reflotó y reanudó los pagos de su deuda. Sin embargo, la llegada de la Gran Depresión volvió a colocar a Alemania contra las cuerdas. En 1929, un nuevo comité internacional presidido por el americano Owen D. Young redujo nuevamente la cuantía de los pagos a 112.000 millones de marcos/oro que debían abonarse a lo largo de 59 años, es decir, hasta 1988. Además, el pago anual quedaba dividido en dos partes, una que estaba formada por un tercio de la deuda y tenía que pagarse irremisiblemente y otra, formada por los dos tercios restantes, que se posponía y que era financiada por un consorcio de bancos americanos. Una vez más, Alemania no pagó. De nuevo, la respuesta de la comunidad internacional fue comprensiva. En 1932, se celebró la Conferencia de Laussane con participantes de Gran Bretaña, Francia, Italia, Bélgica, Alemania y Japón. En ella se decidió no presionar a Alemania para que realizara pagos inmediatos y reducir el endeudamiento en cerca del 90% pasando de 32.300 millones de deuda a tan sólo 713 millones. Con todo, se acordó informalmente que estas decisiones estarían condicionadas a que EE UU cancelara los créditos que tenía contra los Aliados. Sabido es que, de todas formas, en 1933, Hitler llegó al poder y el mundo entró en una espiral que desembocó en la Segunda Guerra Mundial. La Alemania que emergió de la guerra estaba dividida, arruinada y todavía más endeudada. Una vez más, recibió ayuda internacional. No se trató sólo del Plan Marshall sino del mucho menos conocido Acuerdo de Londres sobre las deudas externas alemanas. Firmado en 1953 por la RFA, por un lado, y, por el otro, por Bélgica, Canadá, Ceilán, Dinamarca, España, EE UU, Francia, Gran Bretaña, Grecia, Irán, Irlanda, Italia, Liechtenstein, Luxemburgo, Noruega, Pakistán, Suecia, Suiza, la Unión Surafricana y Yugoslavia, el Acuerdo de Londres giraba en torno al pago de 32.000 millones de marcos de deuda procedentes de préstamos realizados por Estados Unidos y por bancos franceses, británicos y norteamericanos. La RFA aceptó pagar, pero a cambio de un convenio de quita y espera que redujo la deuda a 15.000 millones –menos de la mitad– y alargó el plazo de pago a 30 años. El acuerdo fue esencial para la salida de Alemania de la crisis y para que la RFA entrara en el Banco Mundial, el FMI y la Organización Mundial de Comercio. Con esos antecedentes, ¿qué puede explicar la cicatería alemana a la hora de ayudar a las naciones en situación más crítica de la UE? Las causas también son históricas. En primer lugar, el miedo a la hiperinflación que arrastró a Alemania al triunfo de Hitler; en segundo, la convicción de que las ayudas tienen que ir unidas a condiciones muy rigurosas. Finalmente, los alemanes sienten orgullo por «haber hecho los deberes» en áreas como la configuración federal y el estado del bienestar reformado recientemente por los socialdemócratas. Sin embargo, se pasa por alto un factor esencial en la propia historia alemana: cuando una nación no puede salir adelante gracias a la ayuda internacional, al poder puede llegar hasta un austriaco pintor de brocha gorda.
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