Presidencia del Gobierno
La UE debe apoyar a Rajoy por Francisco Marhuenda
Unos creen que en estos meses se han hecho demasiadas reformas y otros que pocas, pero la realidad es que Rajoy lleva meses actuando con decisión, pero todo depende de que nuestros socios confíen en España
La sociedad española se ha instalado en un estado de angustia, desolación y enfado. No es para menos. Desde los políticos a las instituciones, todos son el blanco de una legítima indignación, porque el horizonte es inquietante a pesar de los esfuerzos de Rajoy y su Gobierno. Desde hace unos meses, cualquier español se ha convertido en «economista» y ofrece sus recetas para salir de la crisis. Hasta ese momento, le bastaba con tener un «entrenador» de fútbol en su interior y ofrecer semana tras semana las propuestas para que la selección o su equipo obtuvieran la victoria. No hay que olvidar que la opinión pública es muy voluble. He oído todo tipo de propuestas, desde el disparate de salir del euro a dedicarles un hispánico corte de mangas a Merkel y sus aliados del norte. Unos creen que el Gobierno se ha excedido en los recortes y reformas mientras que otros defienden que se ha quedado corto. La realidad es que el Gobierno ha aplicado un recorte espectacular, como muy bien reconoce y que era impensable hace unos años cuando era imprescindible hacerlo. El problema es que el mercado sigue colapsado y la prima de riesgo cabalga desbocada hacia el precipicio. El impulso reformista de Rajoy debería ser suficiente para que nuestros socios nos ayuden e impidan, sobre todo, que la crisis de la deuda soberana se extienda al resto de la zona euro. Lo que no entienden los españoles es por qué tras este esfuerzo, que implica un duro castigo para todos, no se produce una acción concertada para estabilizar un mercado colapsado.
Ahora estamos llenos de «listos» con grandes ideas, como los define un buen amigo. Lo importante son las soluciones, porque todo depende de nuestros socios y sobre todo de su confianza en la capacidad del Gobierno para continuar con el impulso reformista. Los que coquetean con la idea del rescate o los medios que se complacen con la agitación en las calles para provocar la caída del Gobierno, deberían saber que la alternativa es desastrosa y se les puede llevar por delante. Rajoy está acostumbrado a luchar con circunstancias favorables o adversas. No le importa. En 2008 muchos le dieron la espalda y otros conspiraron contra él, aunque luego los acogió con una generosidad en mi opinión excesiva. Unos años después le ensalzaban como un gran líder. De golpe le cayeron cien kilos de carisma. Los «propios» son tan volubles como la opinión pública. En este terreno, las experiencias de Aznar, Suárez, González o Zapatero son muy clarificadoras sobre el auténtico alcance de las adhesiones. El camino está lleno de aliados coyunturales. No hay nada peor que el pelota que te llama por el cargo.
En cierta ocasión salía del Congreso de los Diputados con un amigo, que por aquel entonces era ministro, y me preguntó si creía que mandaba. Le contesté que dependía de si seguía hasta el final un tema, porque en caso contrario se imponía la decisión o el criterio de los altos cargos o funcionarios. Nunca supe si le había servido mi opinión. En aquellos tiempos aprendí que lo más importante es tener una hoja de ruta y aplicarla a la velocidad del sonido. El tiempo pasa rápido y siempre hay que aprovecharlo. España necesita más reformas en profundidad que sirvan para aligerar el Estado en todos sus niveles. Hay que adelgazarlo para liberar recursos que beneficien a la economía real, que es la que crea empleo. Todas las administraciones están llenas de áreas y organismos inútiles que se han ido creando con el paso del tiempo sin que nadie cuestione su necesidad. Estos días he repasado las estructuras orgánicas de los diferentes ministerios publicadas en el BOE desde enero y no salgo de mi asombro de la hipertrofia de esa estructura que es sólo superada por la legislativa, que nos retrotrae a la Novísima Recopilación de 1806. Aquí todo el mundo hace leyes, decretos y reglamentos con una facilidad pasmosa. Hay que hacerlo todo complicado para justificar la existencia de una estructura desproporcionada. Ningún ministro o consejero llega a su departamento y hace un análisis de los puestos de trabajo y los entes que dependen de él. No desaparecen municipios para que los vecinos no se enfaden o se mantienen las diputaciones, un organismo más propio del siglo XIX que del XXI, porque nadie tiene una idea clara. La reforma de las administraciones públicas es una urgencia histórica. El problema no son sólo las autonomías, que lo son, sino el conjunto de unas administraciones que tienen un coste enorme.
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