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Richards: el pirata a cañonazos

Descarnado y sórdido, dispara con bala y se desnuda para hablar de sexo, odios a Jagger y drogas mientras se prepara para ser de nuevo el padre de Depp en la próxima entrega de «Piratas del Caribe»

Richards, en una imagen reciente: los excesos le han dejado huella
Richards, en una imagen reciente: los excesos le han dejado huellalarazon

A finales de los 60, mientras los Beatles se reunían con la reina Isabel para recibir el reconocimiento de la Orden del Imperio Británico, un grupo de chicos malos comenzaba a tener sus primeros contactos con el mundo de los estupefacientes. Los Rolling Stones nunca siguieron las reglas establecidas. Ni en el amor, ni en la amistad, ni en la música. Siempre se supo, pero ahora su alma mater, Keith Richards, lo cuenta en sus memorias, «Life» (Wiedenfeld & Nicolson, 2010), que sale el próximo día 26. El único componente de la banda que aún sigue inmerso en el mundo de sexo, drogas y rock and roll se ha embolsado cinco millones de libras por permitir al rotativo «The Times» que publique algunos extractos para ir abriendo boca.

Fiestas salvajes

Y parece que sus palabras no han defraudado. Tampoco han sorprendido. Al fin y al cabo, todo gira alrededor de las drogas y su tormentosa relación con Mick Jagger. Los dos ejes vertebraron entonces los momentos más importantes de su vida. Como aquella fría mañana de febrero 1967 en la que fueron arrestados durante una de sus interminables fiestas salvajes por posesión de sustancias ilegales. Hasta ese momento, la Policía no se había preocupado por esos asuntos. «Solía pasearme por Oxford Street con un trozo de hachís del tamaño de un monopatín. Ni siquiera me molestaba en envolverlo. Me refiero a los años 1965 y 1966. Ni siquiera creíamos que aquello podía ser ilegal». Porros, ácido, heroína... El guitarrista detalla uno a uno todos sus hábitos. No se acuerda de la primera vez que se drogó, pero sí explica que se tenía que pinchar en los músculos y en el estómago porque no se encontraba las venas. Hasta que llegó el momento del juicio, Richards hizo un viaje por Europa y se enamoró locamente de Anita Pallenberg, quien luego se convirtió en la madre de sus tres primeros hijos. Ella era entonces la novia de Brian Jones (uno de los miembros del grupo), pero le relación entre ambos era tormentosa. «Le pegaba, tiraba cuchillos, vasos, forzándola a protegerse detrás del sofá. Al principio ella creyó que era divertido, pero luego dejó de serlo y se convirtió en peligroso». Cuando Brian enfermó y los dos se encontraron solos en España pasó lo inevitable. Fue en el asiento de atrás de un coche en un punto indeterminado entre Barcelona y Valencia cuando Anita dio el primer paso. «No quería hacer nada con la novia de mi amigo aun sabiendo que era un gilipollas (…), pero nos miramos el uno al otro y la tensión era demasiado alta».

Pallenberg, maltratada

La primera vez que hicieron el amor fue en Valencia. «Aún recuerdo el olor de los naranjos. Tú recuerdas ese tipo de cosas cuando estás con Anita Pallenberg», se puede leer. Los dos sabían que aquello acabaría cuando se reunieran otra vez con Brian. Y así pasó: «Anita no quería abandonarle. Le preocupaba el efecto que podría provocar aquello en la banda», dice. Durante días, Richards tuvo que aguantar cómo la mujer a la que amaba era maltratada por su amigo. Finalmente estalló y le convenció para que le dejara. «Ella no quería, pero se dio cuenta de que yo tenía razón cuando la dije que probablemente intentaría matarla», escribe.

Richards sabía que se la había quitado a su colega, por eso no se extrañó que, con el tiempo, Mick Jagger intentara hacer la misma jugada. Los dos siempre estaban en competición, «tratando de ver quién era realmente el Tarzán». Claro que él no perdió el tiempo, y mientras, se acostaba con Marianne Faithfull (la novia de Mick). Un día, cuando estaban en la cama escucharon el coche de Mick y tuvo que salir por la ventana: «Se me olvidaron los calcetines. Ella aún bromea y me manda mensajes diciendo que no los encuentra», señala.

El tamaño importa

Quizá la rivalidad con el cantante –que aún existe, como él mismo reconoce– explica la descripción minuciosa que ofrece sobre el tamaño de su pene. «Ella (Anita) no se lo pasaba bien. Mick tiene un par de bolas enormes. Pero no lo suficiente. Y no me sorprendió». Pero no todos son orgías, también hay espacio para la música. Richards revela cómo consiguió el característico sonido del grupo. El truco consistía en quitar una cuerda a su guitarra. «Cambias una sola cuerda y tienes todo un universo nuevo bajo tus dedos. Debes repensarlo todo, como si un piano se diera la vuelta completamente y las teclas blancas fuesen negras. Quedé fascinado porque tenía la posibilidad de volver a aprender a tocar la guitarra».