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Las cenizas de Angela

Cuando Merkel se vaya, sólo quedarán cenizas: las suyas y las del sueño europeo 

La Razón
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Una mujer nacida en Occidente que creció en el Este, hija del pastor luterano Horst Kasner. Es física. Conjugó el ambiente religioso de su casa con la «dictadura del proletariado» de la DDR; ahora, continúa tratando de conciliar elementos poco afines de la política y la economía europeas y alemanas. W. Cowper decía que la ciencia es orgullosa por lo mucho que ha aprendido y la sabiduría es humilde porque no sabe nada. Dedicarse a las ciencias experimentales, en las que dos más dos casi siempre serán cuatro, es diferente a consagrarse a las ciencias políticas, en las que uno más uno habitualmente suman tres. Por no hablar de la economía según la cual, en nuestros días, dos más dos son cero patatero. La ciencia busca la verdad mientras la política, si hacemos caso a D'Alembert, es el arte de engañar a los seres humanos. Yo creí ver en las actitudes y las acciones de la señora Angela Merkel una admirable decisión, un verdadero talento para escuchar y esa destreza tan poco común de tratar de realizar en cada momento histórico una porción de los ideales que permiten las circunstancias, que diría Cánovas del Castillo. Ahora, me exasperan sus tácticas: retrasa la toma de decisiones y no es capaz de resolver los dilemas de esta recesión.

Angela es la mandataria más joven de la historia de Alemania, además de la primera mujer canciller. No tiene hijos y creció al cobijo de una de las grandes figuras europeas de la política de finales del siglo XX: Helmut Kohl, que la nombró ministra en dos ocasiones. De ideología demócrata-cristiana, carece de discurso feminista, aunque no lo precisa para templar las varas de la diplomacia y la igualdad en el seno del Estado. Alguno de sus contrincantes –de su mismo partido– le reprocharon cierto hermetismo sobre su pasado en la RDA. «¿Quién es realmente esa mujer?», se preguntó una vez su colega Friedrich Merz. Angela era una chica charlatana, amante de las discotecas, los vaqueros y la radio «occidental», que cuando se divorció de su primer marido sólo se quedó con el apellido (Merkel) y la lavadora. Con ella, la CDU volvió al poder después de 1998.

Fue la «niña» de Kohl. Pero su administración de la recesión de los «pigs» –de Europa como proyecto– es ambigua y extremadamente incompetente: no se puede barrer para casa, para Alemania (que está haciendo el negocio del siglo, pese a lo mucho que se queja, con la agonía de los países europeos en problemas), y a la vez conformar a los socios pobres y evitar que se hunda el mundo. Es una cobardía, y una irresponsabilidad histórica pavorosa, gobernar Europa como hace ella: al dictado de las encuestas de opinión alemanas, bajo la dictadura del humor ocasional del votante alemán. Angela ha sacado de quicio al viejo Kohl, que se queja de que está destruyendo «su Europa». Cuando se vaya, sólo quedarán cenizas: las suyas y las del sueño europeo.