Historia
Doc Hollyday y Kate Big Noise de armas tomar
Crímenes, partidas de póker con un as en la manga y una relación amorosa con olor a plomo de bala.
La cercanía de la muerte vuelve a algunos hombres cobardes, asustadizos. Son los que desperdician esos días de prestado convirtiéndose a los credos diversos, religiones, supersticiones y cosas así. A otros, sin embargo, los hace osados, valientes, capaces de ignorar el resuello de esa proximidad y salir a la calle, o sea, a la vida, a la multitud, para comerse el mundo y devorar todas las sensaciones, todos las las impresiones, todos los amores, hambres, existencias, miedos y noches que naufragan en el alma humana. Doc Holliday quería ser honesto, pero la vida es muy perra. Antes de que demostrara su ciudadanía, que es algo que no se da –hay que declararla a diario, en público, como la renta– expedientaron su caso con una tuberculosis y una caducidad de meses para que arreglara lo familiar y fuera amortizando el ataúd. Había estudiado para ser dentista, que es un oficio digno, burgués, bien pagado, de los que reportan admiración en las vecindades. Pero resulta difícil ejercer de cirujano cuando le estás escupiendo a alguien la enfermedad en la boca. Suele ocurrir que los niños que de pequeños rezan a Dios, de mayores terminan encendiendo velas al diablo. Y a Doc Holliday, las pistolas comenzaron a pesarle más que las intenciones.
Nuestro XIX fue un siglo de espadones, trafalgares y aventuras políticas que apenas dieron para que Galdós escribiera su obra. En 1880, en la frontera oeste americana, el verdadero test de estrés no era financiero, sino cruzar de acera sin dar asilo en el pecho a las seis balas de un Colt. Hay tipos como Hemingway, que cuando le diagnostican un cáncer, lo zanjan con un disparo. Doc Holliday hizo el mismo juramento, pero prefería que el tiro se lo metiera otro y resolver así las dudas del pulso. Lo suyo fue una cabalgada de crímenes y partidas de póquer con mucho de farol. Conoció a Kate Big Noise, una prostituta y bailarina, hija de una familia inmigrante húngara, con la que compartió pasiones, borracheras, broncas y la empuñadura de las armas, que eran los contornos de pareja de aquella época. Ella le ayudó a escapar de una cárcel después de encañonar al vigilante con un revólver, y él confundió aquel gesto con el signo de un amor romántico. Como en «El pirata», de Byron, se propuso morir de pie, entre el prostíbulo y la cantina, en un remolino de polvo y detonaciones. Pero la mala suerte le acompañó en todos sus «O.K. Corral» y falleció en un hospital, con Kate al lado. «Es divertido», dijo como despedida de una biografía sentenciada que arrojó al desmonte de la delincuencia por creerla hipotecada. Un puñado de días apurados en los que fue forajido, pero también leyenda.
Un octubre de 1881
Lo de O.K. Corral dejó una constelación de muertos y un puñado de heridos. Aquella pólvora, eso dicen algunos, era mala, de las que ciegan la mirada, porque el duelo debió levantar más lamentos. Kate Big Noise murió en 1940 (John Ford, hay que recordar que habló con Wyatt Earp para su "Pasión de los fuertes"). Cuando era anciana todavía recordaba qué sucedió en aquel octubre de 1881, cuando Doc Holliday y Wyatt Earp decidieron resolver sus diferencias con los Clanton de una manera muy poco parlamentaria. Jamás discernió que lo de ese día formaría parte del mito del Oeste y que hasta daría para varias películas como "Duelo de titanes"o "Wyatt Earp".
✕
Accede a tu cuenta para comentar