Barcelona
Mi hijo será una estrella
Roberto tiene 42 años y ejerce como médico en Toledo. Lo que más le gustaba de pequeño era el atletismo pero sus padres se encargaron de que llegara a odiarlo. «Era tanta la presión...», recuerda. «En vez de un juego o un divertimento, se convirtió en tensión constante, miedo a perder, una pesadilla». Cuando cumplió los 17 años («al terminar 3º de BUP», cuenta con detalle) abandonó los entrenamientos y las competiciones. Se acabó. Tuvo la valentía de rebelarse. Con el tiempo, Roberto se convirtió en un profesional de la medicina y se fue reconciliando poco a poco con su afición infantil. «Ahora entreno a chiquillos en atletismo. Procuro no equivocarme cuando les motivo, sobre todo que disfruten, que no sientan que lo hacen mal, que no les pase lo que me pasó a mí», zanja Roberto vía teléfono desde un hospital de la capital manchega.
La ex tenista Arantxa Sánchez Vicario (Barcelona, 1971), perteneciente a una saga de campeones, publicó el pasado jueves un libro de memorias, «¡Vamos Arantxa!», en el que culpa sin piedad a su familia de controlar absolutamente su vida, tanto en lo profesional como en lo personal. El caso, a pesar de sus particularidades mediáticas, ha abierto la caja de pandora de un fenómeno que los psicólogos del deporte definen como «preocupante»: el papel excesivo de algunos progenitores en la carrera profesional de sus hijos. Surgen dudas: ¿deben los padres animar a sus hijos a triunfar? ¿Es recomendable practicar ballet, jugar al fútbol o tomar clases de piano desde la infancia?
En principio, sí, indican los especialistas, pero con cuidado de no crear frustraciones y traumas en ocasiones irreversibles. «Hay que tener un conocimiento claro de las habilidades del niño: cuáles son sus puntos fuertes y débiles. La presión paterna, si está basada en una fortaleza y se refuerza con lo emocional, con un claro apoyo pase lo que pase, es beneficioso para el niño», explica la psicóloga Sara Solano. «El problema viene cuando no saben cómo hacerlo. Uno tensa el punto débil y llega la frustración. He tenido casos de chicos con varios años de conservatorio y, en realidad, eran sus padres los obsesionados con la música y el niño ni siquiera tenía habilidades», critica la fundadora de la empresa Ecubo para el entrenamiento emocional.
Arantxa Sánchez Vicario, ya retirada de las pistas, se convirtió en una celebridad siendo aun menor. Es la más pequeña de cuatro hermanos, dos de ellos, Emilio y Javier, también exitosos tenistas profesionales. Comenzó a jugar con cuatro años. Con 14 era profesional. A los 17, venció en el torneo más importante, Roland Garros, derrotando a la entonces número uno, Steffi Graf. Pero la procesión, según revela su libro, iba por dentro. La tenista alega que nunca le dejaron sentirse libre, que la controlaban cada movimiento, incluido sus relaciones sentimentales y sus gastos. Arantxa acusa a los padres de haberla «arruinado».
Expectativas de los padres
«Lo que supuestamente ha ocurrido con Arantxa Sánchez Vicario es muy triste para el mundo del tenis y, desgraciadamente, hay muchos más casos de conflictos entre padres e hijos.» Así se pronuncia el doctor en Psicología y profesor de Psicología de la Actividad Física y del Deporte en la Universidad de Zaragoza, Fernando Gimeno, que lleva años dedicado a evaluar las actitudes dentro y fuera de las pistas. «La intensidad emocional, ansiedad, nervios..., la podemos encontrar en todos los deportes. En gran medida, está relacionado con las expectativas de padres e hijos, que no siempre coinciden». El profesor analiza los patrones de conducta en los escenarios deportivos. «El comportamiento antideportivo de padres y espectadores es multicausal, obedece a un conjunto de razones. Entre ellas, por ejemplo, que lo más importante para unos padres son sus hijos, y que esos hijos cuando están expuestos al público, jugándose algo, supone para algunos padres una situación que les desborda y origina un nerviosismo que les lleva a dispararse originando comentarios desde la grada, incluso insultos».
Gimeno ha elaborado un trabajo de investigación para el fomento de la deportividad en el tenis junto a la Federación Aragonesa de Tenis y el Departamento de Psicología y Sociología de la Universidad de Zaragoza y también elaboró un programa, «Entrenando a Padres y Madres», del que el Gobierno de Aragón es la entidad promotora, que incluye un manual de habilidades sociales y de solución de problemas dirigido a entrenadores y a padres y madres de deportistas. «Es una situación tan estresante que a algunos les desborda. Se dan casos de perfectos profesionales, de comportamiento intachable en sus trabajos que, cuando acompañan a sus hijos al fútbol, pierden los papeles», afirma Gimeno. «A veces proyectan en el hijo lo que ellos hubieran querido ser; otras veces se dejan llevar por los conocimientos de expertos, que ellos creen que son, y hacen de entrenadores».
«El papel del entrenador es importante porque ayuda a ajustar las expectativas». Monserrat Vallejo, profesora de Periodismo de la universidad San Pablo CEU y psicóloga del Deporte habla de desconocimiento: «Los padres están muy implicados. Todos quieren lo mejor para sus hijos. El problema es que no tienen las herramientas para hacerlo bien». Vallejo indica que los progenitores le piden ayuda. «Lo pasan muy mal. No saben si seguir o no. Es su propia ansiedad la que provoca que manden mensajes erróneos». Los hijos deben tenerlo claro. «En esta vorágine de competencias, uno piensa que está defraudando a sus padres como deportista y como persona».
Existen casos míticos de presencia hasta la enfermedad de progenitores en la vida y obra de sus hijos. Desde muy pequeños. La banda musical Jackson Five comenzó su gira cuando el más pequeño, Michael, apenas cumplía siete años. Los grandes artistas, desde Mozart, que tocaba el piano antes de los cinco, hasta los mediáticos niños prodigio de los concursos musicales iniciaron sus carreras a edades más que tempranas.
Depresiones
El «efecto Mozart», está más que extendido. El mundo de la danza merece capítulo aparte. Las bailarinas suelen ponerse el tutú al quitarse los pañales. En cualquier caso, los padres ostentan el poder. Pueden conseguir moldear al vástago. «La experiencia ha demostrado que con un sistema autoritario y punitivo, se llegue a un alto nivel, pero, eso sí, el coste emocional puede ser muy alto». Algunos deportistas y profesionales de la música o la danza, acaban dejándolo todo. «Podemos llegar donde queramos pero reforzando lo emocional», insiste la coach Sara Solano. «La presión, el fuerte estrés y la no aceptación por parte de la familia pueden crear depresiones infantiles, que son más comunes de lo que creemos».
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