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La vieja memoria
Director: Phyllida Lloyd. Guión: Abi Morgan. Intérpretes: Meryl Streep, Jim Broadbent, Iain Glen, Anthony Head. Gran Bretaña, 2011. Duración: 105 minutos. «Biopic».
¿Se imaginan un «biopic» de Augusto Pinochet que adoptara el punto de vista de un anciano desvalido, abandonado por los suyos y que se deja llevar por los recuerdos de su carrera de militar? Puede ser que la directora Phyllida Lloyd también haya perdido un poco la memoria y haya olvidado que, en la democrática Europa, ningún presidente o primer ministro se atrevió a mostrar simpatía por el dictador chileno, a excepción de Margaret Thatcher. Busquen ustedes algún comentario de su amistad con Pinochet en «La dama de hierro» y duérmanse en el intento: no encontrarán aquí un análisis riguroso de la figura política de Thatcher, sino un encendido elogio de su empeño por destacar en un mundo de hombres.
A Lloyd sólo le interesa que el público empatice con su heroína, una de las políticas más controvertidas del siglo XX. La primera vez que vemos a Thatcher–comprando leche en un supermercado de barrio– parece haberse escapado de un asilo dirigido por Mike Leigh. A Lloyd le va de perlas que la Dama de Hierro tenga alzhéimer: utiliza la enfermedad como estrategia narrativa –el constante diálogo con el fantasma de su marido dinamiza las escenas situadas en el presente– y como metáfora, porque, en fin, la película intenta recuperar la memoria reciente de su país. Lo que gana en humanizar lo pierde en objetividad ideológica: se nos narra la carrera política de la Thatcher desde su cabeza, que trata de maquillar sus decisiones tomadas en el poder.
Si, en un momento del filme, Thatcher se queja de que, en la actualidad, la gente ha dejado de hablar de ideas para sobrestimar sus sentimientos, Lloyd ha hecho el tipo de película que a Thatcher no le gustaría: una película sobre Thatcher como emoción, no como idea. Sólo la interpretación de Meryl Streep, que ha de separarse de su aspecto de teleñeco vestido para la hora del té con el fin de encontrar la ambivalencia de la que carece su personaje, compensa de alguna manera el precio que cuesta la entrada.
lo mejor:
que Meryl Streep no interpreta a Margaret Thatcher, sino que se reencarna en ella
lo peor:
la perspectiva acrítica del filme da una visión incompleta de su trayectoria política
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