Feria de Bilbao

El número uno en la quiniela

- Las Ventas. 5ª de la Feria de San Isidro. Se lidiaron cuatro novillos de la ganadería de Carmen Segovia, y 2 de Hnos. Torres Gallego, 4º y 6º, justos de presentación, duros, ásperos y difíciles. Tres cuartos de entrada.- Tomasito, de azul marino y oro, estocada (silencio); pinchazo, media (silencio).- Juan del Álamo, de grana y oro, estocada (oreja); estocada (saludos).- Miguel de Pablo, de rosa y oro, cuatro pinchazos, media, aviso, seis descabellos (silencio); estocada (silencio).

Juan del Álamo en un derechazo al segundo novillo de la tarde
Juan del Álamo en un derechazo al segundo novillo de la tardelarazon

Álamo lo tiene en la mano, en la punta de las yemas y en el corazón. Ése se le queda helado ante los derrotes y es capaz de obligar al toro a pasar con suavidad y vehemencia. Tiene Juan del Álamo, salmantino para más señas, ambición en las venas, frescura en el trazo y maneras para apostar. Es el número uno en las quinielas, lo era antes y por dos apuesto después. Se plantó en Las Ventas con esa convicción que convence nada más comenzar. Era el segundo de la tarde. El viento racheado luchaba por no ser vendaval y ahí se puso el torero a buscarle las vueltas.

El toro no regaló nada en el comienzo del duelo, en ese debate interno que se lleva a cabo en el redondel. Tiraba derrotes el novillo en esa arrancada áspera, combativa, en la que era crucial que el valor quedara al descubierto para montar sobre él la faena. A Juan del Álamo le dio por torear, mejor dicho, por acariciar, por convertir la violencia en suavidad, en el toreo templado, llevado y mandado y construyó lo más por el zurdo, el del dinero, dicen y con el que hay que tener más corazón cuando las cosas se ponen mal dadas. Tragó el toro por ese pitón y una montaña de toreo al natural dejó el salmantino. Con esa misma seguridad se tiró a matar, cobró una buena espada y la oreja fue de ley. Dureza tenía el quinto en el viaje. El quinto de un encierro, de Carmen Segovia y Torres Gallego, justo de presentación pero duro y difícil para torear. Un esfuerzo elevado al cuadrado suponía estar delante cuando intermediaba el viento, o ¿sería vendaval? Aquel novillo, el quinto, tenía la llave para abrir la puerta grande a Juan del Álamo. Resultó que para el animal humillar era un arduo trabajo y sólo lo hizo en el primer tercio de la arrancada. El resto era esa duda constante entre sacar los pitones por encima del estaquillador de la muleta o amenazar al torero. No hubo tiempos muertos que perder.

Juan del Álamo sacó la vertiente de matador maduro que se sustenta en el valor sin aspavientos y en saber que aquí los esfuerzos tienen peso. No se arredró ni por un momento, tiró para adelante y sacó una faena de naturales meritoria. Se fue tras la espada, como si le persiguiera el diablo, y encunado entre los pitones le dio un volteretón brutal. Lo había matado con verdad y una estocada arriba. Le pidieron la oreja. No se concedió. Adiós a la puerta grande. Seguirá siendo el sueño a perseguir. Ovación cerrada para el torero y tres pititos que acojonan la vuelta al ruedo. Para dárselas, cuando son de ley, hay que tener tanto temperamento como para quedarse quieto. Le ganaron el pulso final. Tomasito no tuvo su tarde, a pesar de que el alarde de comenzar el festejo con una portagayola tiene su mérito. Menos apasionado le quedó el resto, muerto el lucimiento ante el vaivén del viento, pasó discreto con el primero de la tarde, que nunca jamás llegó a emplearse. Un sainete pegó Francisco Leal, su banderillero y apoderado, en la lidia del cuarto, que era de armas tomar, y con el que anduvo de capea y en el polo opuesto de lo que dicta la teoría para ponérselo un poco más fácil al matador. Y otro sainete pegó Madrid, el público que hizo mofa reiterada jaleando con oles cada trapazo del peón. ¿Qué era esto un circo? Cuando la vida está en juego, las burlas quedan mejor paradas vencido el tiempo. Muerto el toro. A los ojos de todos. Lo pasó Tomasito como pudo. Miguel de Pablo estuvo firme con el sexto, que iba y venía incierto, y afloró más verdor y prisas con el tercero, con el que se le hizo un mundo la espada.