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Aterrizaje abrupto

La Razón
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Es el primer día de la nueva etapa que se abre en Estados Unidos. Hay que desearle suerte al presidente electo. Y, por la cuenta que nos trae a todos, hay que desear que le acompañe el buen criterio, la prudencia, la altura de miras y una cierta dosis de ambición para hacer realidad lo que tiene prometido a los votantes: el cambio. Las campañas electorales, por largas y erosionantes que sean -y ésta, sin duda, lo ha sido-, son un cuento de hadas comparadas con el día a día del célebre -y sobrevalorado- despacho oval. Titula «Newsweek» esta semana que al nuevo presidente le aguarda la «pesadilla en Pennsylvania Avenue», una película de miedo que tiene de todo: depresión económica, guerras a medio hacer, desafíos nucleares, revoluciones energéticas y regulaciones migratorias. Pronto se preguntará a sí mismo por qué puso tanto empeño en obtener un puesto de trabajo tan absorbente como ingrato. El aterrizaje en la Casa Blanca no será suave. La pésima situación económica compromete el programa que han votado ayer los norteamericanos. Con todo, el mayor obstáculo para el nuevo presidente no es ni las adversas circunstancias con que iniciará mandato ni el legado de Bush -que más que obstáculo, paradójicamente, es un incentivo: a poco que haga el nuevo, parecerá mejor-; el mayor obstáculo va a ser el propio presidente y las enormes expectativas que ha despertado. Las prioridades de los norteamericanos no están, contrariamente a lo que algunos piensan en Europa, ni en la política exterior ni en la cooperación con las naciones aliadas. La prioridad está en cuestiones caseras: sanidad, empleo, inmigración, enseñanza. E impuestos, claro, impuestos e intervención del Estado en la vida del ciudadano. El nuevo presidente llega con una larga lista de promesas que incluyen reformas de calado. Michael Bloomberg, alcalde de Nueva York, le ha dado el siguiente consejo al elegido: «No pretenda hacerlo todo en su primeros cien días. Dedíquelos a preparar los mil trescientos sesenta días siguientes».