Caso Bretón
El «monstruo de Amstetten» se declara culpable de incesto pero niega el cargo de asesinato de uno de sus hijos-nietos
Josef Fritzl, conocido como el «carcelero de Amstetten», se declaró hoy «no culpable» de la acusación de asesinato de uno de los siete hijos nacidos fruto de la relación incestuosa con su hija, a la que encerró y violó durante 24 años en el sótano de su casa. En la primera sesión del proceso contra él en la Audiencia Provincial de Sankt Pölten, Fritzl rechazó también el cargo de «esclavitud» y admitió ser «parcialmente culpable» de las acusaciones de violación y coacción. Con voz temblorosa y apenas audible, el acusado, que el 9 de abril cumplirá 74 años, sí reconoció ser culpable de incesto y privación de libertad. Fritzl entró en la sala ataviado con un traje gris claro y con el rostro oculto tras un archivador azul. Sólo cuando las cámaras abandonaron la sala, Fritzl, descubrió su rostro para atender las alegaciones de la fiscal del caso, Christiane Burkheiser. El Ministerio Fiscal se dirigió a los ocho integrantes del jurado, cuatro hombres y cuatro mujeres, para escenificar los 24 años que pasó Elisabeth encerrada en un sótano, donde fue sometida a innumerables violaciones y dio a luz a siete hijos. En un discurso cargado de dramatismo, Burkheiser describió la humedad y la estrechez del sótano y pidió al jurado que oliera objetos sacados del habitáculo para que se hicieran una idea del hedor en una habitación sin luz ni ventilación natural y en la que la humedad se concentraba en las paredes. La fiscal indicó que Fritlz trataba a su hija «como a un perro» y que decidía qué y cuándo se comía y la ropa que usaba. Burkheiser recordó que los primeros 9 años de su cautiverio, Elisabeth vivió en 18 metros cuadrados, en los que quedó embarazada y dio a luz a tres hijos. Para el primero de los partos, en 1988, contó por toda ayuda con «una manta no esterilizada, unas tijeras sucias y un libro de preparación al parto». La sucesión de violaciones y amenazas, indicó la fiscal provocaron que la joven, encerrada cuando tenía 18 años y que hoy cuenta 42, «estuviera rota». «Luz apagada, violación, luz encendida, moho», indicó la fiscal para describir la rutinaria vida de Elisabeth. En su alegación, Burkheiser se refirió a la muerte en 1996 de uno de los mellizos que Elisabeth dio a luz. Una muerte de la que responsabilizó a Fritzl por desoír las peticiones de ayuda de su hija, que se percató, dijo, de los problemas respiratorios del bebé. «Sangre de su sangre, señor Fritzl» recriminó la fiscal al acusado. «Eso es asesinato por omisión de auxilio», señaló. El abogado de Fritzl, Rudolf Mayer, solicitó al jurado que «dejen sus sentimientos afuera», al referirse al interés mediático que el caso ha generado. «Ustedes no son vengadores», espetó el letrado, quien recordó que tanto él como su cliente han recibido amenazas de muerte y recordó que todo el mundo tiene derecho a un juicio justo. Mayer criticó la «actuación» de la fiscal y pidió que el jurado se atenga a los hechos. También aseguró que en el mundo abundan los casos de violación e incesto y que lo que hace especial la historia de Fritzl es su deseo de «crear una segunda familia». Mayer negó que con la sistemática violación a su hija Fritzl sólo buscara una satisfacción sexual. «Si fuera así no habría tenido hijos», explicó. El defensor indicó que si Fritzl fuera el monstruo que la prensa ha presentado, habría matado a todos sus rehenes y dio como ejemplo de su preocupación por su familia que llevara a su hija-nieta Kerstin al hospital, cuando enfermó en abril de 2008, lo que destapó el caso. Mayer retó al jurado a que demuestre la responsabilidad de su defendido en la muerte del bebé y le advirtió de que es preciso separar la diferencia entre privación de libertad y el delito de esclavitud que se imputa a Fritzl
«Mi madre nunca me quiso»Josef Fritzl, el jubilado austríaco que encerró durante 24 años a su hija, con la que tuvo siete hijos fruto de las violaciones, relató hoy con la voz quebrada ante el tribunal que le juzga su dura infancia. Tembloroso y con apenas un hilo de voz, Fritzl describió que en su «durísima infancia» sufrió numerosas agresiones por parte de su madre y que no tuvo amigos. «Mi madre nunca me quiso. Ella ya tenía 42 (cuando él nació). No quería ningún niño y actuó en consecuencia. Ella me maltrataba», explicó a las preguntas de la juez Andrea Humer sobre su condición de hijo no deseado. Con la voz rota por momentos, el acusado relató que las tornas cambiaron a medida que él crecía y su madre envejecía, y que con doce años empezó a defenderse de las agresiones de su madre: «A partir de ese momento me convertí en el demonio para ella». Aún así, pareció mostrar comprensión hacía la actitud de su progenitora al afirmar que «su vida tampoco era la más bella. Creció en una granja y con sólo ocho años ya tenía que trabajar», relató Fritzl al tribunal. Aseguró que nunca recibió cariño de ella y que no tenía ninguna «relación interior» con su madre, que murió también tras años de estar encerrada en el piso superior de su casa, donde él tapió las ventanas para que ella no viera nunca la luz de sol. En el colegio, según narró, tuvo unas excelentes calificaciones, pero sus padres no podían permitirse invertir en su educación y decidió aprender un oficio. Tras terminar su formación profesional en una situación de completa penuria financiera conoció a la que sería su esposa, que se convirtió en su «primera mujer», la primera con la que tuvo relaciones sexuales. En la casa que fuera de su madre estableció su propio hogar, que compartía con su progenitora, amplió en sucesivas remodelación y recordó que en 1957 tuvo a su primer hijo. «Cada tres años venía casi siempre otro», aseguró, para explicar que su mujer era muy casera y aspiraba a tener incluso diez hijos. En 1974 comenzó una gran reforma de su casa, con la intención de agregarle viviendas adicionales y construyó un sótano. «Estaba pensado como una oficina. Las otras partes estaban pensadas para guardar objetos», para precisar poco después, «maquinaria». En ese sótano fue donde en 1984 encerró a su hija Elisabeth, que entonces tenía 18 años. La relación de Fritzl con su madre fue desvelada tras filtrarse el pasado octubre a la prensa sensacionalista austríaca parte del informe psiquiátrico del acusado. En sus entrevistas con la psiquiatra, Fritzl confesó que temía a su madre más que a ninguna cosa y que la odiaba por sus continuos insultos, en los que lo tildaba de «satán, inútil y criminal» y le prohibía practicar deportes y tener amigos. Aquel peritaje subrayó la falta de empatía de Fritzl con el sufrimiento ajeno y la instrumentalización de los demás en beneficio propio, algo producido por la falta de afecto de su niñez, que le ocasionó una gran inseguridad. Esa inseguridad la intentó ocultar con una creciente tendencia despótica sobre las personas que le rodeaban y que incluso le llevó a decir que siempre quiso «poseer una persona». Pese a ese desarreglo de la personalidad, los peritos han establecido que el acusado está en pleno uso de sus facultades y puede ser enjuiciado.
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