Crítica de libros
El cantautor (III)
Supongo que hice aquello porque cuando aprieta la sed no hay un solo caballo que no beba su propia orina
También Billy Newman fue cantautor hace treinta y tantos años, cuando millones de jóvenes descubrieron que podrían mejorar su reputación social si acertaban a convertir la indolencia en pacifismo. Fue durante la guerra de Vietnam. Como tantos otros jóvenes, Billy gastó sus ahorros en una guitarra y se echó al camino sin rumbo fijo, dispuesto a cambiar el mundo con las letras de unas canciones abstractas, subliminales y lisérgicas que en vez de bailarse, se fumaban. Florecieron numerosos movimientos contestatarios y se pusieron de moda el «sitar» y la meditación. Los marines pagaban con su vida los delirios vietnamitas del Pentágono mientras una florida turba de vegetarianos le disputaba las praderas de Woodstock a los grillos. Por lo que me contó una noche Billy en el Savoy, el general colocón antibelicista tuvo efectos analgésicos hasta el punto de que no sintió dolor alguno cuando una estudiante de arquitectura lo operó de fimosis con los dientes entumecidos por la marihuana. «No sé si aquello ayudó a cambiar el mundo –recordaba Newman– pero sirvió al menos para que no se considerase un sacrilegio tocar el himno nacional con una pandereta». «Ahora que lo pienso creo que fue un sueño absurdo, un esfuerzo hermoso pero inútil. ¿Sabes, Al?, creíamos que todo era posible y que incluso el acero para los cañones se haría algún día con barro... ¡Joder!, en 1971, surgió un feminismo tan extraño que una chica me dijo que sólo se acostaría conmigo cuando le demostrase que no la deseaba. La felicidad se consideraba un bajón de la conciencia, y el sexo, un deber sindical». Aquel mismo año Billy conoció a la que sería su primera mujer. «No sé si lo nuestro fue amor. Supongo que hice aquello porque cuando aprieta la sed no hay un solo caballo que no beba su propia orina. Ella se enamoró de una canción mía en la que le aseguraba que había visto florecer el polvo en Arizona. Aquella canción no era gran cosa, pero en el 71 por lo general la marihuana daba mejor resultado que el talento... Un día descubrimos que lo nuestro sólo era un piquete y rompimos. Yo dejé la revolución y las flores porque no resistía cantar en cuclillas; y ella..., bueno, ella creo que desarrolló alergia al polen».
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