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El proyecto resurgido: de la moción de censura al título de Liga

La consecución del decimonoveno título del Barcelona es la historia de una resurrección, que arranca de un conflicto de autodestrucción en el seno de la entidad barcelonista y que finaliza felizmente un año después con un momento idílico para la entidad con la obtención del campeonato de Liga. El Barcelona ha validado con este título el tópico futbolístico de que mientras que la pelota entre, todos los problemas y conflictos no sólo son más llevaderos, sino que, incluso, son relegados a un papel secundario. La entidad viene de poco menos que de una guerra civil que se ha transformado en las calles de la Ciudad Condal en una gran fiesta para celebrar el título, cimentado con un fútbol que ha recogido innumerables elogios de todos los estamentos del balompié. Hace tres años el Barcelona se preparaba para iniciar una era de dominio insultante ante unos rivales que, especialmente en España, temían una dictadura casi incontestable de los Ronaldinho, Deco, Eto'o, etc., y liderados desde el banquillo por el técnico Frank Rijkaard. El Barça había obtenido la Liga por segundo año consecutivo y la Liga de Campeones en París. Nada hacía prever que el dominio barcelonista sería perturbado por ningún rival, especialmente en el escenario español, hasta que en el primer partido de la pretemporada el Sevilla, en la Supercopa de Europa, dio el primer toque de atención. Después llegó la pérdida de la Intercontinental, la eliminación de la Liga de Campeones y el aún inexplicable adiós en la Liga, y el primer año en blanco. El Barça no daba crédito a cómo se habían escapado títulos que parecían predestinados a ampliar el museo y el expediente de sus estrellas. Nada cambió, no obstante, en el club el verano siguiente: mismos personajes e idénticos problemas en la gestión del vestuario. Fue a partir de mediados de temporada, al finalizar el 2007, que la junta se decidió a dar el primer paso; destituir a Frank Rijkaard, aunque el holandés dio muestras de recuperación anímica personal y del grupo que gestionaba. Pero todo aquello fue un espejismo. Los mejores jugadores habían dimitido. Ronaldinho ni se entrenaba, Deco apenas daba señales del líder que necesitaba el vestuario y Eto'o, que había protagonizado la temporada anterior un episodio de denuncias públicas por lo que veía en el vestuario, y que después el tiempo le dio en cierta manera la razón, también tiró la toalla, alejándose incluso de los entrenamientos. En medio de esta situación cada vez más tensa, dado que en el entorno se manejaban informaciones acerca de una vida disoluta por parte de las estrellas del equipo, el presidente del Barcelona, Joan Laporta, participó en episodios que llegaron a generar más crispación, como la famosa reunión con peñistas en L'Hospitalet, donde lanzó una arenga contra el entorno del club, periodistas incluidos. Sólo un título parecía que podía deducir el estrés que vivía el club, y este podía llegar por la Liga de Campeones, hasta que el Manchester United se cruzó en su camino en las semifinales y un solitario gol de Scholes en la vuelta acabó con las perspectivas del Barça la pasada temporada. Un final nefasto en la Liga, con un 2-3 en el Camp Nou contra el Mallorca acabó con la paciencia de los barcelonistas, desde donde se organizó una moción de censura. Aquel movimiento crítico, despreciado inicialmente por la directiva, cobró una dimensión extraordinaria que, primero, llevó el voto de censura a un referendo y, segundo, puso contra las cuerdas a la directiva, hasta tal punto que el equipo de Laporta se vio fuera del Barcelona, hecho que no se produjo porque los impulsores de la moción lograron el 60,'6% de los apoyos, cuando los estatutos establecían la victoria a partir de 66'6%. La lectura que hizo Laporta de aquellos resultados distaron mucho de la arenga que lanzó en 1998 a Josep Lluís Núñez, cuando en la primera moción de censura de la entidad lanzó a los cuatro vientos el por entonces opositor que si el presidente perdía por mayoría, ni aunque sólo por un voto, debería abandona la presidencia. Ni Núñez dejó el Barça, porque ganó la moción, ni Laporta se aplicó en el 2008 la máxima que planteó en el 1998. Dimitidos ocho directivos por no querer trabajar más con Laporta, el presidente barcelonista se enrocó en su cargo y esperó a que la apuesta deportiva respaldada por el secretario técnico, Txiki Begiristain, e inducida por el ex entrenador barcelonista Johan Cruyff, cambiase de rumbo la entidad. Meses después de aquella atrevida apuesta con un entrenador novel como Josep Guardiola y con un solo año como técnico, aunque exitoso en el Barcelona Atlètic, el Barça ha regresado a la senda del éxito y parece que el estrés del año pasado se haya esfumado. La carta Guardiola y una desaparición más que notable de Laporta del día a día ha permitido al barcelonismo dirigir su atención al fútbol y a los triunfos de su equipo.