Copa del Rey

Roma

Iniesta y la fe conducen a Roma

Iniesta compra al Barça un billete para Roma en el descuento
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No había un hueco ni un espacio, ningún tiro a puerta en todo el partido del Barcelona; el Chelsea corría más, era más fuerte, había perdonado ocasiones claras, tenía el encuentro perfecto para matarlo a la contra y sólo esperaba al pitido final. Eran los instantes postreros, el equipo español moría, no había podido superar el muro inglés, estaba agotado y con un hombre menos por la expulsión de Abidal. El último miligramo de fuerza se lo llevó Alves por la derecha. El lateral brasileño había centrado mal toda la noche, pero en el minuto 93 el balón fue al área. Etoo falló el control, lo mismo de todo el partido. La pelota llegó a Messi, ni un espacio delante, como en el resto de la noche. El argentino se la dio a Iniesta y el «8», sin coger carrerilla, armó el pie y chutó con fe, que era lo que le quedaba. El balón superó a Cech. Por fin. Primer tiro entre los palos... y el gol. Ahí estaba el camino de Roma, lo irrompible roto, la sexta final de la Liga de Campeones para el Barça, donde le espera el Manchester United. Los dos mejores equipos en busca de la corona europea.

 

Donde el fútbol no llegó sí lo hizo la esperanza, que duró hasta el último segundo. El Barça tuvo suerte, no hay que negarlo, y el partido tuvo un árbitro noruego, Ovrebo, muy valiente. Hubo varias jugadas polémicas en el área del Barça, un par de manos y otros tantos derribos a Drogba. Alguno pudo ser señalado como penalti. También fue injusta la expulsión de Abidal. Los jugadores del Chelsea se lo querían comer al final del partido, desde Ballack, que le persiguió alocado, hasta Drogba, que asusta a cualquiera, incluso al «grueso» colegiado nórdico.

 

No chocar. Guardiola estaba obsesionado con evitar el juego físico del Chelsea, pero con «enemigos» como Drogba es complicado. El marfileño es una mole y el conjunto inglés no utiliza el centro del campo para crear juego. Se lo salta, le tira balones a su delantero y el caso es que siempre los toca. Cech se la dio y Drogba la ganó. La jugada de ataque empezaba cerca de la portería de Valdés y Essien «cazó» una volea en la frontal del área. El balón subió y bajó, un efecto parecido al del gol de Zidane en la final de la «Novena», y entró en la portería tras tocar el larguero. El Chelsea ya tenía el partido donde quería. No habían transcurrido ni diez minutos y los planes le salían a Hiddink.

 

El conjunto londinense jugó con Anelka en lugar de Obi Mikel, aunque su intención era similar a la del Camp Nou. Defender, lo primero, incluso con el francés casi como segundo lateral derecho. Eso sí, esta vez el contragolpe era un opción. En la Ciudad Condal no se atrevieron. El Barça salió como siempre, aunque con alguna variante de jugadores y de posiciones, por obligación y para despistar. Yaya Touré fue central por las bajas de Puyol y Márquez e Iniesta jugó arriba, porque Henry no se recuperó de su lesión. Iniesta, Messi y Etoo cambiaron sus posiciones constantemente, parecido al Bernabéu, aunque no lograron despistar a su contrario.

 

El equipo español empezó a tocar y a no llegar a ningún lado. El Chelsea estaba comodísimo, con sus nueve o diez defensores. A Iniesta le costaba regatear, siempre salía hacia dentro, siempre estaba rodeado, no había combinaciones, Messi no aparecía y Etoo las fallaba todas. Y así durante el encuentro entero. Querer y no poder. El Barça había encontrado su antídoto, se topó con el equipo capaz de plantarle cara, de cerrarle todos los espacios, de agotar su fantasía y su fútbol de poesía. El problema del equipo inglés fue no cerrar el duelo con el segundo gol, le faltó instinto asesino porque el partido que soñaba es el que se produjo. Marcó pronto y logró que Cech no tuviera que parar una. Así acabó el encuentro, porque en el gol tampoco tocó el balón.

 

Cuando Piqué era un atacante más, cuando la táctica y la cabeza no contaban, sólo el corazón, cuando no había ni defensas ni delanteros, únicamente jugadores agotados tratando de buscar un imposible, lo que no se había logrado en 180 minutos, llegó el gol de Iniesta, el milagro. Esta vez la suerte sonrió a los valientes.