Internacional

La era de la responsabilidad

La Razón
La RazónLa Razón

En apenas 17 minutos, Barack Hussein Obama pronunció ayer su primer discurso como cuadragésimo cuarto presidente de Estados Unidos, una pieza vibrante y emocionada, intensa y cálida, que alcanzó su máxima brillantez cuando se dirigió al ciudadano de a pie para pedirle su apoyo frente a los graves desafíos que atenazan al país. Del mismo modo que hace 48 años J. F. Kennedy empezó su mandato con la invocación «No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por tu país», Obama apeló a a cada norteamericano para que no espere que el Estado solucione lo que sólo puede resolver la acción decidida, responsable y unida de todos los ciudadanos. Si George W. Bush, hacia el que el nuevo presidente tuvo palabras de agradecimiento, pilotó la década de la seguridad, Obama inauguró ayer la era de la responsabilidad.
No fue un discurso político, ni institucional, ni siquiera programático. Fue, ante todo, una invocación moral, una llamada a lo más profundo y sagrado de la persona, una arenga cívica sobre la unidad, la esperanza y el espíritu de superación en la que no faltó la apelación a Dios, como por ejemplo: «Dios nos pide que nos movamos hacia adelante». El nuevo presidente norteamericano no recurrió a trucos ni a chisteras mágicas y, como Churchill ante el estallido de la II Guerra Mundial, no prometió nada que no se consiga con el esfuerzo, la honradez, la lealtad, la tolerancia, el patriotismo... Volvamos, pidió Obama, a los viejos valores, a los tradicionales y los de siempre, los que se fundan en la ética del trabajo duro, de la justicia y la solidaridad, los mismos valores morales que han hecho a Estados Unidos la nación que es. «Lo que se nos pide ahora es el reconocimiento, por parte de cada estadounidense, de que tenemos obligaciones con nosotros mismos, con nuestra nación y con el mundo», proclamó. La convicción íntima que Obama quiso transmitir a su país es que todo se puede lograr, desde los sueños más utópicos hasta la superación de las más duras adversidades, si cada cual asume sus responsabilidades y no se rinde ni busca atajos que rodeen las exigencias morales. Así lo aprendió de su padre, un hombre que hace 60 años no podía entrar en muchos restaurantes por el color de su piel. De puertas afuera, Obama apeló al diálogo y la tolerancia para resolver los contenciosos internacionales («Nuestro poder por sí solo no nos puede proteger, ni nos da derecho a hacer lo que nos plazca»), pero quiso dejar bien clara su postura desde el primer momento: «No vamos a pedir perdón por nuestra forma de vida». Dicho de otro modo, si los radicales islámicos albergaron alguna vez la idea de que el sucesor de Bush iba a cambiar de política, esta frase les habrá desengañado: «Somos más fuertes y os derrotaremos». Al referirse a los musulmanes, ofreció respeto mutuo y una nueva forma de entendimiento; sin embargo, advirtió que los líderes islámicos serán juzgados por lo que construyan y castigados por lo que destruyan, y «nos enfrentaremos a ustedes», aseguró en la parte más tensa del discurso.
Será difícil que los norteamericanos y también el resto de las naciones olviden la jornada festiva y eufórica de ayer, que simbolizó la ansiada catarsis de una nación en grave crisis y de un mundo en la encrucijada. Que su principal protagonista haya depositado su esperanza no en el poder sino en los principios morales que se enraízan en la fe en Dios es alentador. La comunidad internacional vive tiempos difíciles y ahora sólo falta que Obama sea el líder que se necesita y cumpla las expectativas que ha generado.