Historia

Crítica de libros

La vida antes del hombre

La Razón
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ocos lugares míticos han obsesionado tanto al poeta y al narrador como el Paraíso. Quizá porque más allá de los textos religiosos, el Paraíso, como la Atlántida platónica, se configura como una precisa metáfora de los inicios de la vida de cada persona. El sueño del Paraíso está en cada hombre: aquel lugar idílico que en realidad permanece en nuestra infancia; tan imaginario en la realidad humana como el Paraíso bíblico, pero tan real en su metáfora como el sitio del Arbol del Conocimiento y el Arbol de la Vida.

La poeta y narradora nicaragüense Gioconda Belli ha construido con la historia mítica del Paraíso un pequeña obra maestra, casi un Giotto, con sus añiles y sus oros. Usando de un lenguaje narrativo que no es explícitamente poético sino preciso y descriptivo, pero a la vez intensamente imaginativo y metafórico, Gioconda Belli creará momentos de gran belleza (la muerte del perro de Adán llamado Caín; el proceso de desgajamiento del Paraíso de la tierra, casi como la sonrisa del gato de Cheshire; el descubrimiento de la sexualidad por parte de Adán y Eva, la muerte y resurrección del Ave Fénix...).

En «El infinito en la palma de la mano», novela con la que ha obtenido el Premio Biblioteca Breve 2008, nos describe las primeras vivencias de Adán y Eva en el Paraíso, su contacto con el Otro, que suele tener forma de serpiente, la inalcanzable voz de Elokim, que crea mundos y luego los olvida... Más tarde, cómo ella comerá del árbol prohibido del Conocimiento y dará de comer los higos del árbol a Adán y a los animales: serán expulsados así del Paraíso, y éste como en un cuadro de Magritte se terminará difuminando en el cielo. Gioconda Belli, con diminutos trazos irá creando ante el lector personajes como el Otro, o presentando como en un espejo las extrañas intenciones del creador Elokim: su interés por el dolor, sus juegos con el Mal y la creación de mundos...

Vendrán después los días del conocimiento: hay que comer, matar, reproducirse, refugiarse de los animales ya finalmente hostiles. A veces los propios animales parecen recordar su estado de inocencia y bondad del Paraíso, e incluso van a visitar (como en un primigenio establo de Belén) a Eva en su primer parto. Pero, al fin, la naturaleza de lo que ya ha empezado a ser Historia se acabará imponiendo a todo lo existente. Finalmente vendrán los hijos de Eva y Adán: dos pares de gemelos. Caín matará a Abel y se irá con su gemela Luluwa. Y la otra hija, Aklia, será el origen de una extensa progenie, de una manera curiosamente darwiniana.

 

Extrañas divinidades

De la misma manera que Milton, al final de «El Paraíso Perdido» hace decir al Angel que expulsa a Adán: «Tú entonces no sentirás dejar/ este Paraíso, porque llevarás/ dentro de ti un Paraíso más feliz», así Gioconda Belli va mostrándonos una Eva casi feminista, consciente de su poder sobre la vida, y además también valiente para dar sentido a esa misma vida que ella es capaz de crear. Ella se atreverá a enfrentarse con la crueldad, a generar imágenes en la cueva, a creer en un futuro donde el verdadero Paraíso ya no dependa de la voluntad de una extraña divinidad experimentadora y olvidadiza, sino de miles de generaciones de hombres y mujeres que construirán su propio Paraíso, aunque a veces lo llamen Infierno.

 

Joaquín Arnáiz