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Los críticos sostienen que «mata» la agricultura

Alemania es el octavo país europeo que prohíbe el único maíz permitido en la UE. Los antitransgénicos ven en ellos efectos perniciosos sobre la salud, el medio ambiente y sobre todo la economía y la falta de decisión del consumidor 

Los críticos sostienen que «mata» la agricultura
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Los transgénicos matan la agricultura sostenible. Bajo este lema, durante dos semanas diferentes organizaciones ecologistas y del mundo agrario han mostrado su rechazo al cultivo de los organismos genéticamente modificados (OGM). El broche final, la manifestación en Zaragoza, precisamente el corazón de estos cultivos, pues Aragón, con 31.857 hectáreas (el 40,2 por ciento del total nacional), es la región con mayor superficie de maíz transgénico del país.No se trata de una postura extrema de tres o cuatro entidades. De hecho, son más de 40. Diversos gobiernos de nuestro entorno la secundan. Alemania ha sido el último país europeo en oponerse. Y ya van ocho (Francia, Hungría, Grecia, Polonia, Austria, Luxemburgo e Italia). El motivo alegado, el daño que suponen los transgénicos para la flora y la fauna. «Hay pruebas suficientes de que el maíz del tipo MON 810 –el único autorizado en la UE– implica un deterioro del medio ambiente». Así de rotunda se mostró este mes la ministra alemana de Agricultura, Ilse Aigner, al anunciar la prohibición. Y por experiencia no será, Alemania era, en 2008, el cuarto país europeo con mayor superficie de maíz BT con fines comerciales.En cambio, en España –el país que mayor superficie destina al cultivo de maíz OGM– sólo cuatro regiones se han declarado libres de transgénicos (Asturias, Baleares, Canarias y País Vasco), así como varias comarcas y decenas de municipios (como Vitoria o Albacete). Falta el principio de precauciónLo primero que denuncian los expertos consultados es «la falta del principio de precaución, tal y como quedó recogido en la Convención de Río. Este principio sencillamente significa que antes de utilizar algo, hay que estudiar los posibles problemas y todavía hoy no hay suficientes estudios que avalen que los transgénicos son o no seguros», explica Eduardo Galante, presidente de la Asociación Española de Entomología. Algunos estudios sí se han hecho, pero, ¿quién los ha pagado? «Los únicos que tienen dinero para demostrar si son o no inocuos es la industria. Por eso los estudios cuyos resultados han resultado negativos para ellos no han salido a la luz. No se puede ser juez y parte», denuncia Tomás Redondo, presidente de la Federación Española de Empresas con Productos Ecológicos (Fepeco). El primer adjetivo que le viene a la mente a Redondo cuando se le pregunta por su opinión sobre los transgénicos es clara. «Los OGM son algo vergonzoso. Mientras que el resto, y no sólo los agricultores, tenemos que demostrar las bondades de nuestros productos, ellos no tienen que hacerlo y eso que son de más que dudosa salubridad».Pero incluso si se aceptan los estudios financiados por esta industria, llama la atención que «se estén aprobando variedades de cultivos transgénicos con estudios menos rigurosos que se exigen en otras materias. Ningún fármaco sería aprobado en esas condiciones. Hacen estudios a corto plazo y con un número pequeño de ratones», afirma Juan Felipe Carrasco, ingeniero agrónomo y responsable de Agricultura de GreenpeaceEconomíaEn opinión de Galante, el experto en insectos, además de la falta de estudios, los principales problemas de estos cultivos son el modelo económico que conllevan y la falta de poder de decisión del consumidor. Desde el punto de vista económico, una de las ventajas es su mayor rendimiento. Sin embargo, los agricultores que optan por ellos se ven subyugados a tener que comprarles las semillas año tras año, pues no sirven para las siguientes cosechas, así como para adquirir herbicidas. Todo sólo unas pocas manos, pues son cuatro las empresas que controlan el 90 por ciento del mercado de los transgénicos, tal y como recuerda Carrasco. Precisamente «es en los herbicidas donde está el negocio», añade. De este modo, el agricultor compra semillas con la variedad (con glisfostato) resistente a los herbicidas, que también compra para acabar con la biodiversidad colindante a la cosecha.Uno puede decidir que le compensa este gasto, pues los transgénicos aumentan el rendimiento de los cultivos. Sin embargo, ¿dónde queda el poder de decisión de los agricultores que no quieren transgénicos? Directamente no existe. Para los detractores de los OGM, la coexistencia de cultivos no es posible. De hecho hoy hay un vacío legal sobre la distancia mínima que debería haber entre los transgénicos y el resto. En las regiones donde más maíz modificado genéticamente se cultiva, el ecológico está desapareciendo, pues el polen de las plantas transgénicas llega a los campos vecinos y los contamina. «El polen recorre en un día con viento entre 10 a 30 kilómetros. Esto ha provoca que en Cataluña, por ejemplo, no queden cultivos de maíz ecológico», denuncia Redondo. Y no es porque no quieran cultivarlo, sino que no pueden vender sus cosechas como ecológicas si la presencia de OGM es superior a un 0,9 por ciento (¿no debería ser cero?). En definitiva, que el agricultor ecológico se ve obligado a vender sus productos cultivados bajo principios ecológicos como transgénicos con el consiguiente perjuicio económico que supone eso.Sin poder de elecciónY si el agricultor ecológico no tiene poder de decisión y es él, y no las multinacionales de los OMG, el que paga los costes de la contaminación, el consumidor también carece del derecho de poder elegir si quiere o no comprar transgénicos. Más del 90 por ciento del pienso en España es transgénico, según la Asociación de Productores de Maíz. Sin embargo, se considera que ni la leche, ni la carne ni los huevos de aquel ganado alimentado con pienso transgénico tiene que etiquetarse como tal. Respecto al potencial daño que suponen estos cultivos para el medio ambiente, el principal problema lógicamente es la desaparición de variedades genéticas. «Según la FAO, se ha perdido ya el 75 por ciento de las variedades genéticas de cultivo y eso es grave. En medio mundo estamos tomando la misma variedad de maíz», recuerda Galante. Medio AmbientePara Carrasco la pérdida de variedades de maíz es evidente. «En México había más de 400 variedades de maíz, hoy no llegan a las 200. En Aragón, por ejemplo, el maíz más rojillo ha desaparecido. Hoy una familia está intentando lograrla de nuevo». Y con su ausencia, la pérdida también de un bocado, unas tortitas que se hacían con esta variedad. Por cierto, que si para Carrasco el caso de la pérdida de ejemplares de la mariposa monarca (Danaus plexippus) en Estados Unidos es una prueba más que evidente del daño a la biodiversidad, Galante, el experto en insectos, asegura, en cambio, desconocer que haya sucedido esta merma y afirma que al menos en España no se ha dado un descenso en las poblaciones de insectos, aunque podría suceder, pues como él mismo dice «no puedo decir que los transgénicos sean inocuos». ¿solucionan el Hambre?Algo en lo que coinciden los expertos consultados es en que la pérdida de biodiversidad genética no es sólo un factor medioambiental. Este hecho puede poner en jaque a la comunidad internacional al amenazar la seguridad alimentaria de las generaciones futuras, tal y como ya sucedió en el pasado con las patatas, cuando el ataque de un hongo, al no ser ninguna de las patatas resistentes a este Phitophthora infestans, arruinó toda la cosecha de patatas de Irlanda y provocó la muerte de al menos dos millones de personas. Similar situación ocurrió con el maíz en Estados Unidos. Otro hongo acabó prácticamente con la mitad de la cosecha. La especie que resiste al Helminthosporium maydis se localizó en África.Sin embargo, los transgénicos «aparecieron» como la solución al hambre en el mundo, como la respuesta a la teoría malthusiana. Pero en la actualidad, lo cierto es que «se queman los excedentes para regular el precio del mercado», recuerda Tomás Redondo. SaludEn cuanto a los posibles efectos sobre la salud, para Redondo y Carrasco, agricultor y ecologista, los cultivos transgénicos la amenazan, al provocar entre otras cosas un incremento de alergias. Algo que también puede venir provocado por la utilización de pocas variedades genéticas, tal y como sucede, según Redondo, con el trigo y que cada vez se den más casos de intolerables al glúten. Este aspecto, lo cierto es que no sólo es negado por la industria. «No creo que los transgénicos tengan algo que ver con la alergia al gluten. De hecho, la incidencia es la misma, lo que sucede es que ahora se detectan más casos que antes», explica el doctor Menchén Viso, del Servicio de Aparato Digestivo del Hospital General Universitario Gregorio Marañón, en Madrid. Sin embargo, una cosa que no se puede negar es que hay diferentes tipos de transgénicos, unos, de afectar, lo harían al que los consume, otros, a la siguiente generación y otros se saltarían una generación (los nietos del que los consume), recuerdan Carrasco y Redondo. Y aunque los efectos para la salud estén por demostrar, también queda pendiente probar su inocuidad, pues aún no ha pasado el tiempo suficiente para comprobarlo fuera de laboratorio.