Roma

Ni remontada ni nada adiós Madrid

La Razón
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Con veinte minutos por delante, y diez jugadores, asomó, al menos, la garra madridista. Y empató Raúl, en fuera de juego. Un error, arbitral, para un milagro, que no se produjo, y encima Vucinic hizo el segundo, 1-2, en el minuto 92. Ni magia, ni remontada, ni leches. Adiós Madrid, que, esta vez con Schuster en el banquillo, vuelve a caer en octavos por cuarto año consecutivo. Le ha eliminado el Roma, que fue mejor.

Frío glacial; el viento que desterró la boina contaminada que suele tapar el cielo de la capital; la bajada de las temperaturas, digna de un «crack» bursátil, nada amilanó a la afición madridista, ni a la del Roma. Ambiente de grandes noches en el Bernabéu. Sólo faltaba el milagro, porque el Madrid comparecía con una derrota: 2-1. No era imposible, sabiendo jugar... Pues el Madrid, al final de la primera parte, se mostró incapaz. Aparentó más el Roma; seguramente, el menos italiano de los equipos transalpinos; no especuló, salió a mejorar el resultado de la ida. Entonces ganó y pensó que la mejor defensa era un buen ataque. Fue a por el partido, quiso ganarlo y demostró capacidad para ello.

El Madrid... No podía. Le faltaban piezas, posiblemente Van Nistelrooy, tan añorado; acaso también Sergio Ramos, sangre en las venas merengues; incluso la velocidad del cristalino Robben en las bandas. Demasiadas carencias, según se vio, y mucha prudencia; tal vez porque el 1-0 clasificaba. Pero no daba el Real impresión de haberse revestido de paciencia; parecía, más bien, que no podía con el menú, que le resultaba excesivo, empalagoso, y no encontraba la manera de hincarle el diente. Pasaban los minutos y el Roma se le indigestaba. Pasaban los minutos y el Roma demostraba ser más equipo, un grupo más compacto, más preparado para la victoria.

No es que Spalletti hubiese sembrado el campo de minas; no, pero tenía muy bien dispuestos a sus hombres. Y sus líneas, un acordeón, no dejaban huecos y sembraban inquietud en las filas contrarias. Totti jugaba arriba. Totti tiene el aspecto de aquellos pistoleros que describía Silver Kane, ahora Francisco González Ledesma: un tipo rubio, serio, de casi seis pies de alto, gatillo rápido... Le vigilaba el «sheriff» Pepe, recién salido del hospital, y él retrasaba su posición, hacia el centro del campo, le perseguía el central y abría brechas. Era preciso vigilar de cerca a Totti, evitar que disfrutara de centímetros para moverse cerca del área, donde es letal. También Mancini, el brasileño de apellido italiano, merecía una atención especial. El veterano Salgado no le perdía de vista. Sin embargo, estos marcajes propiciaban otras alternativas romanas, y entre éstas, Aquilani, centrocampista con llegada, con disparo: tiró al poste desde 40 metros y recogió el rechace para que Casillas se ganara el sueldo.

Eso dio de sí el primer tiempo, el tiro al palo de Aquilani, las amenazas de Mancini y Totti, el trabajo de otro titán, De Rossi, y, frente a ellos, alguna acción aislada de Baptista. El Madrid no aprovechaba las bandas, ni Heinze ni Salgado emulan a Sergio Ramos; mucho menos a Robben o a Balboa, incluso a Drenthe. Y Robinho deambulaba, no fijaba la posición, no estaba. Y Guti no encontraba a quién pasar, ni acertaba en el pase. El Madrid no jugó para ganar, ni sabía ni podía. Y menos mal que los del Roma, después de iniciar los contragolpes, levantaban el pie del acelerador. No esperaban tanta facilidad, o la inexistencia de Diarra y Gago. Al equipo de Schuster, reforzado con cien millones de euros, le faltaba calidad, ideas y chispa.

Calentaba Drenthe en el descanso. Las bandas no existían y Schuster no creía en el banquillo, una guardería... Comenzó el segundo tiempo, sin cambios, Baptista estrelló una falta en el larguero, empate a palos, y Casillas salvó el 0-1 a Perrotta, otro centrocampista que pisaba el área contraria con suma facilidad.

Con las líneas más arriba, pero estático y sin aperturas, el Madrid buscó el gol, la clasificación, que no llegaba. Drenthe sustituyó a Diarra, inútil; Vucinic a Mancini, disparo al travesaño, ¡qué susto!, ganaba el Roma dos palos a uno, y el equipo de Schuster se quedó con diez, al ver Pepe, sin ritmo, sin velocidad, la segunda amarilla. Acaso excesiva. ¿Milagro? ¿Noche mágica? ¿La memoria de Juanito? El Roma buscaba el balón y la portería de Casillas. Y dominaba, con uno más, y encontró el gol, golazo, cabezazo de Taddei, libre de marcaje, a centro magistral de Tonetto. Pero el Real no se desvaneció, atacó, Raúl se situó en fuera de juego, no lo vio el asistente de Vassaras y empató. El milagro era posible. Cannavaro lo intuía y se convertía en un atacante más. Demasiado tarde. La desesperación no es garra, no es fútbol, es un recurso suicida, de ahí el tanto del triunfo, obra de Vucinic. ¿Se suicidó el Madrid? No, sencillamente, le «asesinó» el Roma.