Pop
Ponte la peluca
o sé si Javier Gurruchaga cuando hizo junto a Jaime Stinus el himno «Ponte peluca» se podía imaginar que los postizos iban cada año a ir a más. No digamos en las preliminares navideñas, donde el puente de la Constitución se ha convertido en la gran fiesta de la pelambre postiza. Sales a la calle y ves a todo el mundo disfrazado, entre Harpo Marx y la Duquesa de Alba, lo que no deja de ser un acto reflejo en estos tiempos en los que a cualquiera que abra la boca se le puede caer el pelo. Por eso hay tantas trompetas y bocinazos, cuando la gente no se dedica a adornarse la cocorota directamente con cornamentas, cuando en esta vida y sociedad tan engañosa más vale ir cornudo y contento que directamente apaleado.
Habrá que hacer de todos modos una alabanza de los valores de nuestra raza, ahora que hasta podemos exportar el jamón ibérico a los Estados Unidos y no sólo a Javier Bardém y a Penélope Cruz, que estaba el otro día muy guapa en el premio que le dieron en Nueva York por su labor en defensa de la cultura española, supongo que gracias a su manera de hablar el inglés con acento cheli. Sólo falta que Bigas Luna haga una segunda parte de «Jamón Jamón» en Hollywood, ahora que se va a llevar allí las aventuras de la Juani. Podríamos tener una perfecta calidad de bellota. O si no, también podemos poner a exportar jamonas a América, como las tipas que salen de la casa de «Gran Hermano» para mostrar las mollas en el Interviú. Sólo hace falta que Bertín Osborne se ponga peluca y las anuncie con todo su sabor.
Quedan horas guapas
En estos casos lo mejor que queda es ir a darse una ración de buen gusto sin zambombo ni platillo. Mismamente, ir a escuchar las nuevas canciones de Álex de la Nuez, que es una especie de «crooner» exquisito que no se prodiga mucho en conciertos, pero tiene arte para reunir amigos, amigas bellas y seguidores de culto en general. Con su seductor aire de mito en la sombra, nunca ha dejado de hacer buenos temas, en una larga carrera que pasa por los Zombies de los años 80, o su difusa fama junto a Christina Rosenvinge. Continúa a su aire, que no es malo, manejando los ritmos con sabia intuición. Si a la vez junto a la música uno tiene el placer de charlar con la maravillosa Martina Klein, la deriva de la ciudad nos devuelve a los gozos de la noche cuando se peina bien. Con la impresión de que todavía quedan horas guapas.
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