Crítica de cine

«Hitchcock»: El control del universo

Director: Sacha Gervasi. Guión: John J. McLaughlin. Intérpretes: Anthony Hopkins, Helen Mirren, Scarlett Johansson, Toni Colette. EE UU, 2012. Duración: 98 minutos. Drama.

La Razón
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Godard tenía razón cuando, en uno de los momentos más hermosos de «Histoire(s) du cinéma», afirmaba que Hitchcock había triunfado donde fracasaron Napoleón y Hitler.

Godard iba cargado de razón cuando, en uno de los momentos más hermosos de «Histoire(s) du cinéma», afirmaba que Hitchcock había triunfado donde fracasaron Napoleón y Hitler. Había conseguido, al contrario que ellos, el control del universo. Sacha Gervasi no suscribe esta declaración, porque su retrato del maestro del suspense parece destinado a desmitificar su genialidad. Por un lado, la frivolidad con que Gervasi se acerca al objeto central de la política de los autores cahieristas impide que nos tomemos en serio los cotilleos que esparce sobre la figura de un hombre que se vendió al público como marca registrada a la vez que ocultaba sus turbulencias emocionales. Por otro, el filme insiste en explicar los vínculos entre la vida y obra de Hitchcock como si lo estuviera psicoanalizando con una seriedad risible. En «Psicosis», asegura esta irrespetuosa ficción biográfica, Hitchcock quería demostrarle a la Prensa y a los estudios que, por mucho que hubiera cumplido los sesenta, lo mejor de su carrera estaba por venir. Según Gervasi, «Psicosis» no es la película de un cineasta de vanguardia, sino un acto de vanidad que su esposa, verdadero genio en la sombra, alicató en la sala de montaje y convirtió en la obra que él fue incapaz de sacar del rodaje, preocupado por sus ambiciones rubias y la humillación de sentirse víctima de un adulterio. Eso sí, un filme tan enfermizo como «Psicosis» sólo podía salir de la mente de un sosias de Norman Bates, de ahí que Gervasi y su guionista introduzcan los diálogos imaginarios que Hitchcock mantenía con Ed Gein, el asesino que le sirvió de inspiración a Robert Bloch para escribir «Psicosis». De este batiburrillo con tendencias sensacionalistas destacan las prótesis que atrapan a Hopkins, que, afortunadamente, no mimetiza la cadencia ralentizada, de palabra a fuego lento, que caracterizaba el modo de hablar de Hitchcock, recreándolo desde un lado más emocional, y la naturalidad de Johansson interpretando a Janet Leigh. Lo demás es especulación malvada, aunque nadie debería escandalizarse por ello. «Hitchcock» es un juguete inofensivo, un anónimo repleto de autoconscientes faltas de ortografía para que le veamos el plumero. A estas alturas, piensa Gervasi, ¿vale la pena gastarse unos millones de dólares en reivindicar al cineasta del que más y mejor se ha escrito?