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Los CDR chilenos: el ejército de 6.000 radicales que pone en jaque a Piñera

Entre las protestas pacíficas en Chile que reclaman un Estado del bienestar y otra Constitución actúan grupos violentos que siembran el terror

A demonstrator waves a flag during a protest against Chile's government in Santiago
Un manifestante ondea una bandera durante las protestas en Santiago REUTERS/Goran TomasevicGORAN TOMASEVICReuters

Se mueven en grupo, van encapuchados y avanzan destruyéndolo todo. Eso es lo más evidente de los llamados «violentistas» que han sembrado el temor en la población de varias ciudades de Chile desde que estalló el movimiento social el 18 de octubre. Aprovechan las marchas pacíficas, que piden cambios estructurales en la conducción del país, para apedrear bancos, saquear supermercados, destruir hoteles, estaciones de Metro y quemar iglesias generando caos, inestabilidad y miedo. Según fuentes no oficiales, serían unos 6.000.

Pero, ¿quiénes son realmente? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Hay varias teorías que abordan el posible origen, organización y financiación detrás de esta masa de violentistas, pero desde el cuerpo de los Carabineros de Chile indican que es materia de investigación y desde el Gobierno no se han aventurado aún con un perfil definido. En lo concreto, se han dejado sentir, ya que según cifras de la subsecretaría de Interior entregadas a LA RAZÓN, hasta la fecha se han registrado 1.935 acciones graves como saqueos, incendios y desórdenes, 2.831 lesionados entre fuerzas policiales y civiles, mientras que la Policía registra ya 5.142 detenidos. Además, desde el 19 de octubre, un día después del inicio de los movimientos sociales, ya han fallecido 22 personas.

Es importante describir el fenómeno desde la diferencia de quienes hoy protagonizan estos movimientos sociales. Están aquellos que marchan pacíficamente por lo que creen es necesario cambiar en el país, por una ideología de igualdad entre clases y cambios profundos en el cómo la clase política dirige Chile. Luchan por mayor justicia social, por pensiones dignas para los ancianos, por salud y educación pública de calidad, por castigar la corrupción y por cambiar la Constitución de los 80, heredada de la dictadura militar de Pinochet, entre otras cosas.

Se percibe un segundo grupo que se mueve por el resentimiento y el odio a la institucionalidad, los desplazados sociales que ejercen la violencia como bandera de lucha. Según la socióloga Astrid Kuzmanich, estos actos violentos pueden tener origen en el sentir de esta minoría rebelde que siempre ha estado excluida del sistema, aquellos postergados por las malas políticas sociales que no tienen acceso a nada y que se han sentido vulnerados desde siempre. «El sistema capitalista genera desigualdades en muchos ámbitos y eso genera resentimiento y rabia en ciertos grupos que no encuentran otra forma de manifestar ese odio contra el sistema, sino que volcando su ira contra los símbolos del mismo, bancos y supermercados, por ejemplo».

Cristi Lavín, quien ha participado en todas las marchas masivas pacíficas, asegura que el movimiento social es la base de los grandes cambios, pero reconoce que aunque no está para nada a favor del vandalismo, «dentro de un ambiente de protesta hay una cuota de violencia para que se generen cambios. Muchas veces cuando las cosas se piden por favor no se logra nada. Es una señal de que si actúas con violencia puedes lograr más».

Finalmente podríamos vislumbrar un tercer grupo que se manifiesta a través de la violencia y el fomento de la anarquía, que quieren operar en la impunidad sólo para causar daño. Grupos acostumbrados a vivir bajo el régimen de la violencia y que en la revuelta social encuentran el escenario perfecto para actuar. No tienen una ideología que los identifique ni propuestas concretas, sólo los mueve el provocar desconcierto y temor en la ciudadanía.

«Creo que los grupos violentistas no luchan por la igualdad de oportunidades para todos en Chile, su afán es destruir, generar violencia, caos, miedo en la población, ellos no dan cabida al diálogo, sólo usan la fuerza y lamentablemente su destrucción afecta más a la clase media y humilde. No saben por qué están en la calle, no hay un discurso, no representan a la gran mayoría de chilenos que quieren cambios para el país pero de manera pacífica», indica Gonzalo Valdivia, de 39 años, quien también confiesa tener miedo, pena y rabia al ver con impotencia cómo este grupo, también llamado «anarquistas», destruye todo a su paso.

Lo mismo siente Cecilia González (69 años), secretaria de profesión, quien asegura que hoy el vandalismo y la agresividad de estas minorías la tienen viviendo con miedo. «Me siento completamente vulnerable, amedrentada y absolutamente insegura. Además, antes de todo esto me demoraba máximo una hora de mi trabajo a la casa; hoy me demoro casi tres horas porque no tengo el Metro disponible».

Y es que la violencia, el temor y el caos generados por estos grupos terminan, según Kuzmanich, por invalidar las verdaderas peticiones sociales que apuntan a generar más igualdad entre clases y un Chile más justo. «Se va perdiendo el sentido de las principales demandas porque a la cuarta semana de conflicto y violencia el foco se va para otro lado, porque ahora las personas piden la paz y condenan la violencia», sentencia.