Coronavirus

Un confinamiento en ultramar (XXIV). La pura, lironda imbecilidad

Cuando en EE UU empezaron a hablar de chapar el Congreso, Pelosi protestó. Los congresistas son «los capitanes del barco»

No es la economía, es el lenguaje
No es la economía, es el lenguajeCipriano PastranoCipriano Pastrano

Contra la necesidad de examinar la labor del poder ejecutivo, la tentación del capazo propagandístico. Frente al trabajo del legislativo, que entre otras funciones tiene la de controlar al gobierno, todos a casa y ya veremos. Cuando en EE.UU. empezaron a hablar de chapar el Congreso Nancy Pelosi protestó. Recordó que los congresistas son «los capitanes del barco», «los últimos en abandonar». En España Pelosi habría pasado por facha o propaladora de bulos, bulas, trolas, trinos y troles. Ante las indagaciones de los periodistas, muertos de hambre, unos señoritos con un pie en agencias privadas que vinieron para sustituir a los tribunales, tan puntillosos, y el otro en los platós de televisión, siempre lucrativos, siempre intachables. En caso de dudas, José Félix Tezanos, capo del CIS, que aspira a complacer las pulsiones más barriobajeras de Podemos y sus sucursales en un PSOE irreconocible mediante la instauración de la censura previa. Entrevistado por Carlos Alsina afirmó que «Yo en la respuesta habría elegido “Mantener la libertad”, pero un 66,7% de la población quiere que se establezcan controles.

La libertad ni se divide ni se restringe, pero es inquietante que tanta gente diga lo contrario». Le inquieta menos que el CIS preguntara sobre la urgencia de someter la información a la impugnación del opinante plenipotenciario con cargo a los presupuestos, que decide qué es mentira y qué verdad y quién habla y a quién silenciamos. Imposible explicar aquí y ahora la repugnancia que provocan unas declaraciones así, la degradación que implican y el terror, en nombre de la humanidad, por el bien de todos, que adivinamos tras la chapuza a quemarropa. Oh, sí, nadie puede afirmar que el virus no sea endemoniado. Por nuevo y por violento. Con unos números de letalidad atroces y unas tasas de contagio que desarbolan cualquier convención previa. La enfermedad muta cada quince días. Desconocemos cuánta gente lo ha padecido, cuántos enfermos hay ahora mismo, si es posible la inmunidad gracias a los anticuerpos, si los niños son vectores de contagio, si hay más o menos enfermos asintomáticos, si la carga vírica potencia los efectos del mal, potenciándolo.

En España borbotea ya la noción de una hidra leucémica. De murmuradores dispuestos a sabotear el bien común en los altares de las pulsiones ultras. No puedes preguntar por las medidas de prevención a posteriori. Tampoco por las actuales. Ni por los planes de futuro. Hemos necesitado un plante de los medios de comunicación, hartos de hacer el ridículo, para que el gobierno, de tics norcoreanos por debajo de la máscara repolluda, permitiera que los periodistas cuestionen sin necesidad de remitir sus cuestiones a un juez de parte. Tampoco podemos quejarnos del uso indecente de los telediarios por los discursos parciales en información pero generosos en autobombo del líder. O cómo contamos los muertos, si es que los contamos, o cómo demonios compran y a quién el material que no compraron antes porque todo esto era una gripe o un constipado, un rollito chino, oriental, raro, que nacerá y morirá en China o, a lo sumo, en tierra extraña y muy pero que muy lejana, pongamos Italia. Y olvídense de entender qué planes tenemos para el futuro. No hay planes. Esto que escribe Víctor García, experto en física computacional y técnicas cuantitativas, que viene escribiendo una serie de artículos esenciales desde el principio de la epidemia: «El gobierno está decidiendo a ciegas. Podría acertar y si lo hace será por casualidad. Pero si yerra, debido a las dos semanas de desfase con las que recibimos los datos, nos daremos cuenta de nuevo demasiado tarde y la tendremos liada otra vez». Añade que «si se hubiese actuado tan solo 5 días antes en vez de estar perdiendo el tiempo negando las evidencias para poder llegar abiertos hasta el 8M (...) habríamos logrado controlar la epidemia en torno a los 12.000 decesos confirmados».

Yo asumo que hemos afrontado un experimento de confinamiento inédito, de agresión contra derechos básicos, aunque de rango inferior a otros, que tratamos de preservar. Entiendo la magnitud del temblor, con media humanidad en casa, las devastadoras secuelas económicas, que atenazan a unos gobiernos incapaces de actuar por pura vocación de servicio. Inevitablemente mediatizados por los intereses del rebaño propio. Tampoco necesitas a una punta de sociópatas al timón. La inanidad, la torpeza, el temor a destacar y equivocarse y la pura, lironda imbecilidad también pueden llevarte a un escenario catastróficos. El nuestro.