Coronavirus

Un confinamiento en ultramar (XXXVI): Películas de guerra

Lo bélico tiene el color de la épica, el sabor de la fábula, el ingrediente que necesitamos para no hundirnos en la pura miseria»

Blue Angels and U.S. Air Force Thunderbirds demonstration teams participate in a flyover past the Statue of Liberty
Exhibición aérea junto a la Estatua de la Libertad como parte de un tour de gracias a las asistenciasUS NAVYReuters

Hoy todos, y yo el primero, abrimos con la milonga de que ya han muerto más estadounidenses por Covid-19 que en la guerra de Vietnam. Hemos superado el millón de positivos, son ya 1.023.304, y sobre todo son 59.692 muertos, por el saldo de 58.220 soldados fritos registrado en la vieja Indochina. Lo bélico tiene el color de la épica, el sabor de la fábula, el ingrediente que necesitamos para no hundirnos en la pura miseria de asumir que morimos por nada, acaso por la incompetencia de algunos y la inevitable voracidad de un virus que no llega a la categoría de ser vivo, que no es nada más que un lazo de información genética a la espera de despertar y reproducirse gracias a las células que coloniza y destruye. La guerra proporciona al mono pensante con un escudo anímico. Salgamos a la batalla, soldados, como si esto fuera Esparta y nosotros guerreros entre la arena y la sangre. Pero no hay forma de escribir un guión como el deJohn Milius y Francis Ford Coppola, no puedes hacer de los balcones y las ruedas de prensa y las caceroladas y las batallas culturales un escenario adecuado para que el capitán Benjamin Brillard busque al coronel Kurtz. Entre otras cosas porque ninguno de los políticos actuales da para que lo encarne un moderno Marlon Brando o un Robert Duvall, y desde luego que tampoco veo a Martin Sheen como el tío Donald o el ventrílocuo Sánchez. La astracanada no encaja en los parámetros mentales y literarios diseñados por Conrad y todo lo más nuestra debacle da para un documental en Netflix con profusión de científicos alarmados y espías patidifusos y archivos de televisión donde apreciar el rotundo deterioro de las democracias liberales. Los científicos, por cierto, harían bien en no cargar la suerte con las obviedades y los excesos. Una cosa es comprendamos de una vez que el hundimiento de la riqueza ecológica juega a favor de los virus, que hagamos por preservar la naturaleza, entre otras cosas, porque no hay mejor barrera inicial contra los patógenos y sus tifones que el manglar de unos ecosistemas robustos, ricos, complejos y sanos, y otra que a estas alturas necesitemos de un nuevo linaje de moralistas, evangelizadores y apóstoles del arrepentimiento. Presbíteros plastas que añadir a los filósofos que casi a diario nos explican la suerte que tenemos de haber padecido el virus, que nos humaniza, que nos redescubre a nuestros semejantes, que nos facilita priorizar en lo importante (comprar sus libros) y descartar lo accesorio (y lo primero de todo, pensar).

Existe un peligro suplementario, más allá del ridículo y más acá del cachondeo fino de los milenaristas. Lo explicaba Fernando Savater, entrevistado en Ethic por Pablo Blázquez. Que los poderes usen el inevitable acojone, el miedo que provoca asomarse al abismo y contemplar de vuelta su vientre tenebroso. «Ahora se ha impuesto entre nosotros una metáfora de que esto es como la guerra», comenta Savater, «No, no estamos en guerra. Lo que pasa es que la apelación a la metáfora de la guerra justifica todos los maximalismos, justifica todos los atropellos a las libertades individuales, justifica que no se conceda ningún valor a la decisión personal, sino que todo venga impuesto desde arriba.

Que el estado sea cada vez más intrusista en nuestra vida para protegernos sería muy peligroso». O por decirlo con el presidente Sánchez, «El estado de alarma que ahora mismo estamos disfrutando en su nueva prórroga». Un poco menos que los políticos con fantasías autocráticas imagino que disfrutan los curritos que lejos del Falcon usan el metro. En Nueva York, Ken Lovett, directivo de la MTA, explica que «debemos hacer todo lo posible para mantener nuestro sistema y trenes y autobuses lo más limpios y seguros posible. Siguiendo un agresivo plan de desinfectar nuestras estaciones dos veces al día y nuestra flota completa cada 72 horas, estamos completando un plan para mejorar y aumentar aún más la frecuencia de nuestra limpieza. Entregaremos ese plan al gobernador tal como él ha pedido». Horas antes, en su homilía diaria, Cuomo había confirmado la petición del plan: «Cualquier trabajador esencial que se acuda a su puesto y suba a un tren», dijo, «debe saber que ese tren fue desinfectado la noche anterior. Queremos que vengan a trabajar. No queremos que se queden en casa. Se lo debemos». A pesar de que lleva semanas zurrándose con la Casa Blanca y el ayuntamiento nunca suena artificioso. Te crees su interés por salvaguardar la integridad de los trabajadores. Asunto distinto es que si esperan un poquito más lograremos la inmunidad de grupo por la vía letal de infestar a todos.