Desescalada
Un confinamiento en ultramar (lIV): Escraches y enanos
Acudían hasta la casa de la entonces vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, para aplicarle “jarabe democrático”»
Acuden las masas cabreadas para abuchear a los bebés del vicepresidente Iglesias y la ministra Montero. Crecen las uvas podridas de la ira ante el portal del ministro de Transportes, José Luis Ábalos. Posan los airados como imanes de la rabia y el miedo. Como palomas negras recién llegadas de la peluquería populista o simios de repetición que, incapaces de asumir las obligaciones del contrato cívico, asqueados por los controles a los que obliga la vida de los hombres libres, aburridos de los imperativos del civismo, consustanciales a una mirada adulta, eligen la vía tiránica, turboviolenta y ágil, del fascismo. De un neofascismo actualizado por los relumbrones de la política espectáculo. Un fascismo soluble en la luz desmadejada del crepúsculo de las ideologías. Cuando hasta el corazón de los países arriba ya la embolia macroeconómica causa por la peste. Asoman hasta las portadas del diario las justificaciones de los pánfilos y los botarates, los aspirantes a verdugo y los ejecutores aspiracionales y vocacionales. Detrás de los escraches no estaba la izquierda. Tampoco lo está ahora la derecha. O sí, pero en sus peores versiones. En sus reencarnaciones o mutaciones nauseabundas, donde encontramos jovencitos leninistas o joseantonianos entregados a la dialéctica de los puños y las pistolas; más un puñado de viejos que bendicen el turbio matonismo con lluvia de babas tóxicas y rica cosecha de insultos.
Los jóvenes/viejos acudían hasta la casa de la entonces vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, para aplicarle «jarabe democrático», que era/es como la gentuza bautiza sus ocurrencias gansteriles: la forma con la que los pistoleros vocaciones se relacionan semánticamente con sus crímenes de baja intensidad, caceroladas, gritos, pinturas y rebuznos, susceptibles de escalar en las tabla de Ritcher en cuanto las condiciones socioeconómicas y mediáticas justifiquen lo que de momento solo parecen anticipaciones del delito, ladridos previos al próximo desfile de la sangre, que engalana de rojo grito, rojo picota, rojo estallido, las gargantas profundas de los cementerios españoles, cíclicamente hambrientos. Los viejos/jóvenes de hoy viajan como procesionarias del dolor hasta el hogar familiar del ministro Ábalos para explicar a su familia, a golpe de aullidos, la teoría guerracivilista. González Pons, un caballero, escribe en Twitter que «Lo mismo que me pareció cruel el escrache en la puerta de mi casa con los hijos pequeños de mi mujer dentro, alentado en la tele por Ada Colau, hoy digo que es cruel el escrache en casa de Pablo Iglesias. La familia, y más los niños, no se meten en política. No vale todo. Así, no».
Espero con gran emoción que en el lodazal tercie Manuela Carmena, ex alcaldesa de Madrid, que en 2013, en Canal Sur, preguntada por la opinión que le merecían los escraches, comentó que «Pues muy brevemente, Jesús [Vigorra, presentador de Pido la palabra], me parecen bien [los escraches], me parecen bien [ovación del público]. Me parecen bien porque lo que me parece muy mal, lo que me parece inaceptable, es que siendo la democracia de todos, y siendo los ciudadanos realmente los protagonistas de nuestro destino, vivamos en una ciudad como Madrid en la que el Parlamento está cercao». Los que no decepcionan son el propio Iglesias y el otro ajonjolí de todas las salsas, Santiago Abascal. El primero, en 2013, escribía que «Los escraches son un mecanismo democrático para que los responsables de la crisis sientan una mínima parte de sus consecuencias». Ahora, sostenido como los malos toreros tras una cuadrilla de guardias civiles, que lo protegen de los escupitajos y las almohadillas, avisa: «Hoy es gente de derechas manifestándose en la puerta de mi casa. Mañana puede ser gente de izquierdas manifestándose en frente del apartamento de Ayuso, de la casa de los Espinosa de los Monteros o de Abascal». Abascal, o sea, su gemelo univitelino, su primo-hermano en el negociado de la política concebida como un pienso, le responde que «Ya que prefieres ejercer de matón, como has hecho tantos años, en vez de como vicepresidente de todos los españoles, al menos no mandes sicarios. Ven tú». No puede faltar el siniestro Echenique, que distingue entre escrache, o «concentración de gente humilde a la que le han quitado la casa y dejado en la ruina una panda de ladrones de cuello blanco» y «lo de anoche», a saber, «concentración de pijos pudientes y maleducados y algún que otro simpático neonazi». Unos y otros contribuyen a trufar con excrementos la arena política, donando a la causa del aborrecimiento su enfática aportación de enanos morales.
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