Peronismo

Alberto Fernández, un año a la deriva

La deuda y la pandemia golpean a Argentina, sumida en la peor recesión de su historia

El presidente de Argentina, Alberto Fernández, durante una conferencia de prensa
El presidente de Argentina, Alberto Fernández, durante una conferencia de prensaJuan Mabromata/POOLEFE

En la Casa Rosada, la gente deambula con prisa. Casi todos vienen de alguna de las calles del centro donde se mueve la City –como denominan a la zona empresarial-. Otros más tranquilos almuerzan en los bancos. Es buen lugar para hacer un primer balance sobre la gestión de Alberto Fernández durante su primer año de Gobierno.

Al lado de la pirámide, mítica, donde las Madres de Plaza de Mayo desfilan todavía, buscando a sus hijos desaparecidos desde la dictadura, se encuentra Samuel que vende pochoclos –palomitas-. “Ha sido un año imposible en lo que en economía se refiere, sencillamente sobrevivimos, somos argentinos y salimos de todas las crisis, pero está vez se volvió muy complicado” dice.

El primer año de la Presidencia de Alberto Fernández será recordado como uno de los peores de la historia económica de Argentina, marcado por una pesada herencia de recesión, inflación y endeudamiento que, como un lastre, se hundió aún más por el golpe de gracia de la pandemia de covid-19.

El 10 de diciembre de 2019 Fernández tomó las riendas de una economía que arrastraba casi una década de estancamiento convertido en recesión desde 2018.

El “escenario base” también incluía los mayores niveles de inflación de los últimos 28 años, fuertes tensiones cambiarias, una deuda de 323.065 millones de dólares -equivalente al 89,4 % del producto interno bruto (PIB)-, desempleo en alza y cerca del 40% de la población bajo el umbral de pobreza.

El nuevo Ejecutivo, con un equipo económico integrado por expertos cercanos a Fernández y el académico Martín Guzmán, discípulo de Joseph Stiglitz, como ministro de Economía, había comenzado a tomar medidas de “emergencia” para contener la crisis cuando el coronavirus irrumpió.

Las estrictas medidas de aislamiento sanitarias decretadas por el Gobierno a finales de marzo prácticamente paralizaron la economía, dando paso a niveles estrepitosos e inéditos de caída en la industria y la construcción, desplome en el consumo, cierre de empresas y comercios, pérdida de empleos y aumento de la pobreza. Según proyecciones del propio Ejecutivo, Argentina culminará este año con un derrumbe del 12,1% en su PIB, una caída que, de concretarse, será la peor de los registros estadísticos del país.

“Ha sido un año crítico, nefasto para la historia económica de Argentina, pero se debe analizar en el contexto global, donde ninguna economía tuvo resultados positivos”, afirma el economista Ignacio Carballo, investigador y profesor de la Universidad Católica Argentina y la Universidad de Buenos Aires.

De acuerdo con datos de la consultora Analytica, este año se perdieron en Argentina 22.000 empresas y 3,7 millones de empleos registrados e informales.

“No solo hay que ver la cantidad de empresas que la covid-19 cerró, sino además que el contexto macroeconómico generó que multinacionales se fueran de Argentina. Que las multinacionales abandonen el país cuando el mundo está en crisis quiere decir que el país está mal dentro de esta crisis global. Ésa es una de las señales más críticas”, observa Carballo.

En la Plaza de San Telmo los domingos huelen a tango. Es una milonga, donde los barones sacan a bailar de manera improvisada a las mujeres que con tacón alto esperan en las mesas. Obviamente, es un cortejo machista, pero forma parte del ritual. Suena Gardel y otros clásicos de fondo.

“Vemos a Alberto como una figura moderada dentro del peronismo, pero al mismo tiempo es difícil entender a esta bestia bicéfala que conforma junto a la vicepresidenta Cristina Kirchner” asegura Paolo, uno de los tangueros que pueblan la plaza.

La emergencia sanitaria y económica llevaron al Gobierno a incrementar fuertemente el gasto público, lo que se tradujo en un notable deterioro de las cuentas públicas: Argentina cerrará 2020 con un déficit fiscal primario cercano al 8% del PIB.

Para financiar el déficit, se recurrió a la emisión monetaria, lo que, sumado a la desconfianza inversora y la necesidad de cobertura ante la alta inflación -del 37,2% interanual en octubre-, incentivó la demanda de dólares estadounidenses en la plaza cambiaria doméstica.

Desplome del peso en los mercados

La avidez por dólares obligó al Banco Central a destinar buena parte de sus reservas a tratar de sostener el tipo de cambio oficial, pero en esta dinámica perdió en lo que va del año unos 6.228 millones de dólares.

Para frenar la sangría de reservas, a mediados de septiembre las autoridades impusieron fuertes restricciones a empresas e individuos para el acceso al mercado oficial de divisas, pero el refuerzo del denominado “cepo cambiario” se tradujo rápidamente en una escalada del precio del dólar en los mercados alternativos, con valores que llegaron a más que duplicar el tipo de cambio oficial.

Aunque las tensiones cambiarias cedieron en las últimas semanas, permanecen latentes, como un fantasma al acecho de la golpeada economía argentina.

Para Gabriel Torres, vicepresidente sénior de Moody’s y analista principal de la calificadora para Argentina, hay una “falta de credibilidad” de la población en su propia moneda y el país tiene una “larga historia” en la que, ante cualquier crisis, individuos y empresas buscan protegerse a través de la compra de dólares. ”La volatilidad del tipo de cambio hace que constantemente haya ‘shocks’ de inflación y ‘shocks’ de crecimiento”, advierte.

Ultima parada, la Villa 21. Es una de las 150 barriadas que rodean la ciudad de Buenos Aires. Denominadas villas miseria componen un cinturón de pobreza que crece sin parar.

Allí María chatarrera carga el carro con su caballo. Dice que no le asusta el dengue aunque es otra de las grandes pestes que, precisamente, emergen en las pequeñas lagunas del riachuelo. Esa serpiente séptica que llega hasta Matanza, una de las zonas más empobrecidas de Buenos Aires.

María apenas llega a fin de mes. Recibe algún subsidio y almuerza en un comedor popular de la Iglesia. Y afirma: “Es imposible, ni siquiera hay basura ya que reciclar, vivimos casi de la comida que nos dan. No se cuánto aguantará esto, es una a olla a presión”