Capitolio de los Estados Unidos

Bochorno populista

Los partidarios del Presidente de los Estados Unidos Donald J. Trump en la Rotonda del Capitolio después de haber violado la seguridad del Capitolio en Washington (Protestas, Estados Unidos) EFE/EPA/JIM LO SCALZO
Los partidarios del Presidente de los Estados Unidos Donald J. Trump en la Rotonda del Capitolio después de haber violado la seguridad del Capitolio en Washington (Protestas, Estados Unidos) EFE/EPA/JIM LO SCALZOJIM LO SCALZOEFE

Lo ocurrido días atrás en el Congreso norteamericano sienta un precedente preocupante para la democracia de los Estados Unidos. La entrada abrupta de manifestantes afiebrados por el presidente saliente, Donald Trump, a las oficinas de algunos representantes y al hemiciclo del Senado son la muestra clara de la enfermedad que padece la democracia representativa norteamericana. A pesar de los buenos resultados en su gestión –nadie puede contradecir a los datos duros– es cierto que durante cuatro años y en especial en las últimas semanas posteriores a la elección, el jefe de estado norteamericano ha venido intensificando un discurso incendiario que amenaza y le causa daño a las instituciones del país que gobierna.

La irrupción de hombres armados pro-Trump a las instalaciones del Congreso, el vandalismo, la ridiculización e irrespeto por la majestuosidad del lugar, resultan la materialización y el fiel reflejo de cómo ante las debilidades institucionales y flaquezas de un sistema democrático, ese cuerpo termina por verse invadido por el virus populista. Precisamente, el discurso político que alienta el populismo conquista su victoria en actos como los vistos días atrás. Al final, «asaltar» a la institución más importante del modelo norteamericano termina por ser la consecuencia de un discurso temerario en contra de las propias instituciones.

Si el líder con más responsabilidad pone en tela de juicio la fiabilidad de las instituciones de su propio país y continuamente denuncia un fraude inexistente, ¿cómo sorprendernos de la ligereza y bufonería de algunos que terminan por perderle el respeto al propio sistema que les asegura su libertad de protesta y libertad de pensamiento? ¿Cómo sorprenderse de la vulnerabilidad de un cuerpo democrático que, aunque estaría lejos de morir, es cierto que sufre los embates de un discurso confrontativo, por momentos irresponsable, y muchas veces violento?

Este bochorno podría costarle a Trump su propia libertad. Una vez salga de la presidencia, podría ocurrir que el presidente deba invertir su tiempo, no tanto en sus empresas, sino en defenderse ante la justicia de su país. Entre las llamadas telefónicas al secretario de Estado de Georgia y republicano, Brad Raffensperger, donde ejerce presión para que consiga unos votos que no existen, y lo ocurrido el pasado 6 de enero, la justicia podría tener material suficiente para iniciar una investigación. Por ejemplo, y adicionalmente, resulta muy extraño, la poca seguridad o no respuesta de agentes de los cuerpos de seguridad del Estado, ante lo que se podía fácilmente prever sobre la movilización de un grupo de facinerosos dispuestos a vandalizar su protesta dentro del poder legislativo.

Para el mundo occidental, lo que ocurre en los Estados Unidos resulta una referencia. Por tanto, no queda más que preocuparse ante el triste espectáculo de hace unos días. Esas imágenes dando vueltas por las redes sociales, evidencian la debilidad de un sistema que en principio debería ser confiable. En definitiva, el populismo, una vez más, le ha ganado otra batalla a la democracia.