Magreb
El pulso por el poder que libran la jefatura del Estado, el Gobierno y la Presidencia del Parlamento, incapaces de pactar las acuciantes reformas económicas estructurales que necesita el país, ha saltado con violencia a las calles de Túnez arrastrado por el endurecimiento de las restricciones por la covid-19 y el hartazgo de una población desesperada y empobrecida.
Desde que el pasado 14 de enero, décimo aniversario de la huida del dictador Zinedin el Abedin Ben Ali, el primer ministro tunecino, Hichem Mechichi, decretó un confinamiento general y amplió el toque de queda a las cuatro de la tarde con el objetivo declarado de atajar los contagios, cerca de 650 personas han sido detenidas en disturbios y choques con la Policía en todo el país.
La virulencia de las protestas, organizadas por grupos de jóvenes y adolescentes sin aparente estructura, llevaron el lunes a estrechar las medidas de seguridad y a desplegar el Ejército en barrios populares de la capital y ciudades del interior y la costa.
Este domingo, y por tercera noche consecutiva, los manifestantes asaltaron comercios, destruyeron mobiliario urbano, cortaron carreteras y se enfrentaron a los agentes -que emplearon gases lacrimógenos- en la capital, las localidades periféricas de el Kram y La Marsa, y ciudades como Sfax, Soussa, Mahdia, Touzer, Gafsa y Siliana, una de las más afectadas.
Todas ellas, zonas muy golpeadas por el paro juvenil -que ronda el 40%, como en tiempos de la dictadura-, la corrupción -aún sistémica-, la economía sumergida -afectada por la restricciones del coronavirus- y la inflación, que hace que para la mayoría de los ciudadanos productos como el pollo y los huevos esa casi un lujo.
Aunque en las imágenes difundidas por los propios protagonistas de las protestas, vecinos y activistas, a través de las redes sociales apenas se escuchan eslóganes reivindicativos, y es difícil trazar una línea común que permita percibir un movimiento articulado, todo apunta a que emana de un hondo sentimiento de hartazgo con la clase política y la falta de reformas económicas.
Un grafiti dibujado este domingo en el barrio capitalino de Kabaria, similar a los muchos que aparecieron en los días previos a la revuelta de 2011, apelando a la nueva “revolución de los hambrientos”, ha favorecido esta interpretación en la prensa local de unos disturbios que el Gobierno intenta minimizar al asegurar que solo se trata “de grupos de vándalos”.
“El ambiente en las calles de Túnez empeora día a día y hay pocas esperanzas de un mañana mejor. Los mendigos han invadido todos los barrios desde los más pobres hasta los más lujosos y se alinean en cada esquina, lo que denota la fuerte degradación a nivel social”, argumenta el periodista local Mohamad Salem Kechiche
“El empobrecimiento de la población tunecina se acelera en este contexto de crisis sanitaria, sin que nadie se percate ni preocupe a las autoridades públicas”, añade.
Otros expertos locales e internacionales advierten, sin embargo, que el problema es peligroso y estructural, y proviene del fracaso económico de una transición políticamente exitosa que ha sido incapaz de enmendar los vicios del antiguo sistema económico y que no ha acabado con los privilegios de una oligarquía que secundó a Ben Ali y que está ahora de regreso.
Nostálgicos del antiguo régimen
Y apuntan a la tensión entre las tres grandes autoridades del Estado, agitada por la irrupción del Partido Desturiano Libre (PDL), que defiende los intereses de los nostálgicos del benalismo y que desde hace apenas un año encabeza las encuestas de intención de voto con amplia ventaja frente al partido conservador de tendencia islamista “Ennahda”, primera fuerza en el Parlamento.
Su líder, Abir Moussi, quien aparentemente recibe apoyo financiero desde Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, ha devenido en el principal azote del jefe de Ennhada y presidente del Parlamento, Rachid Ghannouchi, al que respaldan Qatar y Turquía.
El islamista, actor esencial de la transición, contribuyó a que ésta no descarrilara en el crítico año 2013: promovió junto al después presidente de la República, Beji Caíd Essebsi, un diálogo nacional que aventó la división.
Sin embargo, Ghanouchi no tiene la misma sintonía con el sucesor del fallecido Essesi, el profesor Kais Saïd, quien sorprendió al ser elegido hace año y medio como independiente. Saïd tampoco tiene buena conexión con Mechichi, uno de sus antiguos asesores, que fue designado primer ministro el pasado septiembre.
Mechichi, que igualmente desconfía de Ghanouchi, acaba de remodelar el Gobierno, del que ha sacado a los ministros próximos al presidente, que al igual que sus dos contendientes es reticente a embarcarse en el nuevo diálogo nacional que muchos reclaman para salvar el país, acorralado por una aguda crisis económica y un descontento social que la pandemia ha lanzado a la calle.