Y además

El Brexit revitaliza el nacionalismo escocés

El divorcio con la UE también ha mostrado algunas de las dificultades de la secesión

Escocia ve a la UE como una vía para escapar del Brexit
Escocia ve a la UE como una vía para escapar del BrexitThe Economist

El final del experimento británico de 47 años en Europa tuvo un aire escocés. El 29 de enero del año pasado, el Parlamento Europeo ratificó el divorcio del Brexit, después de tres años de negociaciones que habían agotado a los británicos. En la plaza de Bruselas, un gaitero tocó “Flower of Scotland”, una melodía popular, y “Ode to Joy”, el himno europeo. Aileen McLeod, miembro del Parlamento por el Partido Nacional Escocés (SNP), dijo a otros miembros que su país volvería pronto: “Mientras tanto, espero que dejen una luz encendida para Escocia”. Después de la votación, muchos de los diputados se unieron y cantaron “Auld Lang Syne”, una canción de amistad de Robert Burns, el poeta nacional de Escocia.

Como primer ministro, David Cameron supervisó dos referendos constitucionales con el potencial de cambiar Reino Unido de manera irrevocable. Esperaba ganar ambos fácilmente. En 2014 había permitido a los escoceses votar sobre la independencia del resto de Gran Bretaña. Lo rechazó un 55% contra un 45% y, a la mañana siguiente, Cameron declaró que el asunto estaba resuelto durante una generación. En 2016, no tuvo tanta suerte. En el referéndum sobre la pertenencia a la Unión Europea, los británicos votaron por un 52% contra un 48% para irse.

Esas dos decisiones están ahora inextricablemente entrelazadas. Los escoceses, más eurófilos que los ingleses, votaron por un 62% contra un 38% para permanecer en Europa. De modo que el Brexit ha reabierto la cuestión del lugar de Escocia en Reino Unido, provocó demandas de un nuevo referéndum y reconfiguró el movimiento independentista como una causa declaradamente eurófila. Para un número creciente de escoceses, la independencia se ha convertido en la vía de escape del Brexit. Su movimiento, lleno de idealistas jóvenes, educados, ecologistas, a favor de la migración y cada vez más conmovidos por las políticas de género y raza, parece lo opuesto a la alianza de tradicionalistas ingleses que apoyaron el Brexit.

El movimiento espera pronto tener su momento. Escocia celebrará elecciones el 6 de mayo para su Parlamento descentralizado en Edimburgo, que desde 1999 se encarga de la educación, la atención médica y el transporte (las relaciones exteriores, la defensa y la economía todavía están a cargo de Westminster). Nicola Sturgeon, la líder del SNP, buscará otro mandato como primera ministra. Un Gobierno del SNP, asegura, tendrá el mandato de realizar una segunda votación sobre la independencia. Si gana, eso conduciría a conversaciones de separación con Londres y abriría la puerta a la adhesión de Escocia a la UE. Alrededor del 65% de los escoceses todavía quiere volver a unirse al bloque, pero las encuestas muestran una pequeña ventaja para la separación.

Pero la victoria en un segundo referéndum traería a Sturgeon un desafío similar al que enfrentó Gran Bretaña en 2016, de sacar a una nación de una unión política y económica sin desatar el caos. Los altos mandos del SNP creen que pueden evitar ese trauma y aprender de los errores británicos. Los partidarios del Brexit tenían ideas tremendamente diferentes sobre lo que significaba el Brexit, no hicieron preparativos para las negociaciones y se negaron a anticipar problemas como la frontera con Irlanda. Los nacionalistas, por el contrario, tienen claro el destino de Escocia como un nuevo Estado de la UE, y el Gobierno escocés está estudiando el proceso de adhesión a la UE. En privado, los nacionalistas de alto nivel son un poco más sinceros en estos días sobre los obstáculos: la necesidad de una frontera comercial con Inglaterra, una nueva moneda y un período de transición legalmente complejo para los años fríos entre dejar una unión y unirse a la otra.

Sin embargo, muchos de los desafíos técnicos y legales serían similares a los provocados por el Brexit: liquidación de facturas, división de activos, fijación del derecho al trabajo y estudio y acceso a las aguas de pesca. La unión se ha mantenido desde 1707, por lo que Escocia está mucho más profundamente unida al Reino Unido que Gran Bretaña a Europa. Los sistemas ocultos de la vida cotidiana —la recaudación de impuestos, los controles de inmigración, la distribución de electricidad— deben deshacerse. A diferencia del Brexit, las negociaciones escocesas tendrían que lidiar con el destino de las armas nucleares, las deudas soberanas y las reservas de petróleo y gas. Solo una vez que Escocia fuera un Estado, podrían comenzar las conversaciones de adhesión con Europa. Los unionistas advierten que, en lugar de escapar de la agitación del Brexit, Escocia estaría eligiendo su propio “Brexit con esteroides”.

A diferencia del dominio británico en Irlanda, durante la mayor parte de su vida la unión se ha basado en el consentimiento de los escoceses, que, en su mayor parte, han estado felices de otorgar. Escocia tenía un interés en el Gobierno de Gran Bretaña, produciendo primeros ministros y miembros del Gabinete. El imperio y el libre comercio con Inglaterra la hicieron rica y la unión no interfirió con la iglesia, el sistema legal y las universidades de Escocia. Las demandas por un Parlamento crecieron en el siglo XX, pero las llamadas a la independencia solo vinieron de una franja ruidosa.

Los pilares del consentimiento se debilitaron bajo Margaret Thatcher. Estaba más dispuesta a imponer el gobierno de Londres a los escoceses en áreas como la educación superior y el gobierno local. El colapso del carbón, el acero y las manufacturas que siguió a la privatización afectó duramente a Escocia, aumentó el desempleo y dio al SNP su villano “anti escocés”. En la década de los ochenta, la idea de que Westminster carecía de consentimiento y legitimidad en Escocia ganó terreno en el Partido Laborista. Tony Blair esperaba que el Parlamento descentralizado impidiera la independencia. El SNP esperaba que fuera un trampolín.

El Partido Laborista dominó el nuevo Parlamento, pero se volvió distante y complaciente, y el SNP lo desplazó como la fuerza de la izquierda escocesa. En 2011, obtuvo la mayoría en el Parlamento escocés. En 2015 también barrió a los parlamentarios escoceses laboristas de Westminster. A medida que el Parlamento descentralizado ha prosperado, las noticias políticas que componen los escoceses se han vuelto cada vez más diferentes de las de Inglaterra. Los escoceses emigran menos al sur, por lo que los lazos culturales se debilitan. Sin embargo, dada la opción en 2014, todavía optaron por quedarse.

Allí podría haber terminado la historia, si no hubiera sido por el Brexit. Johnson ha optado por una salida difícil, abandonando el mercado único y la unión aduanera de la UE. Ha rechazado ser miembro del Erasmus, un programa de intercambio popular entre los estudiantes escoceses y un régimen de migración fácil. Eso ha roto los pilares del consentimiento. Escocia se ha visto repentinamente impotente: las opiniones de sus votantes, su Parlamento y sus diputados en Westminster han contado poco. El Brexit penetra profundamente en los tribunales y las universidades, y lo hará más pobre, ya que los pescadores y los banqueros se encuentran con barreras comerciales a Europa donde antes no las había.

En 2014, con Reino Unido todavía en Europa, un arquitecto de Glasgow podía votar en contra de la independencia, porque podía tenerlo todo, viéndose escocés, británico o europeo, y trabajando con tanta libertad en Múnich como en Manchester. Ahora se le pide que elija qué identidad prioriza y en qué mercado único quiere trabajar.

Los unionistas ven la eurofilia del SNP como oportunista. El partido se había opuesto a la entrada de Reino Unido en la UE en 1973, considerando a Europa remota y antidemocrática. Pero cambió a medida que caían las dictaduras y el propósito de Europa evolucionó de impedir que los países antiguos entraran en guerra a ayudar a los nuevos a encontrar la libertad y la prosperidad. Sturgeon acogió con satisfacción la aceptación de los antiguos Estados comunistas por parte de Europa en 2004 como prueba de la “absoluta normalidad de la independencia en Europa para las naciones pequeñas”.

El bloque hace el arduo trabajo de independencia para los Estados jóvenes y pequeños: proporciona una moneda lista para usar, una política comercial y un mercado de 450 millones de consumidores, y montones de fondos para autopistas y parques eólicos. La amplitud y el alcance de la UE, dicen los nacionalistas, significa que la independencia no es un salto en la oscuridad como el Brexit, sino un destino definido para el que pueden prepararse. “Nuestra respuesta a absolutamente todo es lo que sea que funcione para Irlanda, lo haremos”, dice un pez gordo del SNP.

Escocia se mezclaría bien, como un miembro medio de la UE por tamaño y disposición. Tiene intereses típicamente europeos —servicios financieros y energía verde— y también problemas europeos —demografía pobre y decadencia urbana. Sturgeon lo ve como parte de un arco de socialdemocracias nórdicas (a los nuevos padres se les envía una caja de cosas para bebés, una política tomada de Finlandia) y se ha ganado la simpatía de los líderes europeos.

Pero Europa puede estar dejando una luz encendida durante mucho tiempo. El primer paso es conseguir un referéndum. Las encuestas sugieren que Sturgeon mantendrá su puesto después del 6 de mayo, ya sea con una mayoría absoluta o en una coalición independentista. Una disputa tóxica con Alex Salmond, su predecesor, lo ha llevado a lanzar un partido independentista rival, Alba, pero no parece tener un apoyo del SNP muy abultado. Su principal problema será conseguir que un primer ministro británico apruebe una nueva consulta.

Reino Unido no tiene equivalente al artículo 50, la cláusula de salida unilateral de la UE. Según la ley británica, la unión es de la exclusiva preocupación del Parlamento de Westminster, y el último referéndum se celebró con el permiso de Cameron. A Sturgeon le gustaría que Johnson siguiera su ejemplo, argumentando que un voto debe considerarse legalmente sólido en Londres y en el extranjero para que resulte en la estadidad. Si no lo hace, Sturgeon intentará forzar su mano impulsando una ley de referéndum en el Parlamento escocés y desafiándolo a aprobarla o impugnarla en la Corte Suprema.

Johnson dice que se negará y que un referéndum es imprudente mientras Escocia se recupera de la covid-19. Un plebiscito no autorizado sería un cambio significativo en la estrategia de SNP, que simplemente podría ignorar o legislar para prohibir. Casi la mitad de los votantes inglese estarían complacidos o indiferentes con la independencia de Escocia, según YouGov, pero es importante para el Partido Conservador y Unionista, como se conoce correctamente a los conservadores. La independencia de Escocia haría que tanto aliados como adversarios degraden rápidamente el papel global de Reino Unido e infligiría un trauma emocional. “Sería como cortarse el brazo”, dice un conservador escocés.

Mientras que Cameron ofreció una mayor transferencia de competencias, la estrategia de Johnson es reforzar el poder de Londres, enarbolar la bandera de la Unión y gastar dinero en efectivo. Los fondos de la UE para puentes y carreteras solían entregarse al Gobierno escocés, pero en el futuro el Gobierno británico distribuirá el efectivo directamente. Esta estrategia corre el riesgo de fortalecer el apoyo a la independencia. Un nuevo referéndum, bajo un futuro Gobierno, puede convertirse simplemente en una cuestión de tiempo.

Los unionistas pedirán a los escoceses que se centren en la economía de la independencia, que probablemente sea más dura que la del Brexit. Alrededor del 60% de las exportaciones de Escocia van al resto de Gran Bretaña, y la salida reducirá el PIB a largo plazo entre un 6,5% y un 8,7%, de dos a tres veces más que el coste del Brexit, según un documento de la London School of Econoc Sciences. La pertenencia a la UE hará poco para mitigar eso, argumenta, ya que unirse al mercado único significaría controles más estrictos en la frontera inglesa.

La moneda es una debilidad central. En 2014, el Tesoro británico rechazó el plan del SNP de utilizar libras esterlinas. El SNP ahora dice que lo usaría extraoficialmente, ya que Panamá usa el dólar, antes de adoptar una moneda escocesa “tan pronto como sea posible”. Dado que los estados de la UE deben considerar sus tipos de cambio con el euro como “una cuestión de interés común”, Escocia necesitaría tener una nueva moneda o acordar una breve transición antes de unirse, señala Kirsty Hughes, del Centro Escocés de Relaciones Europeas.

Como condición para ser miembro, Escocia se comprometió a adoptar el euro. El SNP sostiene que esto puede aplazarse indefinidamente, como lo han hecho Suecia y Polonia. Menos de uno de cada cinco escoceses quiere el euro, pero las dificultades para crear una moneda pueden hacer que la adopción del euro sea más atractiva. Con una nueva moneda escocesa, aparecerían repentinamente grandes riesgos de tipo de cambio en los contratos transfronterizos. Los salarios pagados en él pueden contraerse en relación con las hipotecas pactadas en libras esterlinas, un riesgo menor con el euro más estable. Los grandes bancos trasladarían parte de su actividad al extranjero, por temor a que un banco central escocés tuviera dificultades para actuar como prestamista de última instancia.

Las finanzas públicas de Escocia se verían exprimidas, lo que frustraría a los nacionalistas que quieren un Estado de Bienestar más generoso. Escocia recauda menos impuestos y gasta más por persona que Reino Unido en su conjunto. El déficit implícito (actualmente cubierto por el Gobierno central) fue del 8,6% del PIB en 2019-2020, en comparación con el 2,6% de Reino Unido en su conjunto. Los ingresos fiscales del petróleo y el gas son volátiles y cayeron de 10.000 millones de libras en 2008 a 650 millones el año pasado. Se espera que Escocia cumpla con los criterios de déficit de la UE del 3% antes o poco después de unirse. Un documento encargado por el SNP en 2018 propuso hacer esto dentro de diez años manteniendo bajo el gasto público. Si bien el Gobierno británico puede pedir prestado a tasas de interés bajas, un nuevo Gobierno escocés tendría que establecer su propia credibilidad fiscal, una tarea que se complica al recaudar fondos en una nueva moneda.

El campo de la permanencia se basó en la economía a secas antes de la votación del Brexit. Los unionistas enfrentan el mismo problema. Los nacionalistas responden que los patrones comerciales cambiarán y la independencia le dará a Edimburgo las palancas para aumentar la productividad. El banco Goldman Sachs les ha dicho a sus clientes que, además de los grandes desafíos, existen “ventajas económicas potenciales” para la independencia si Escocia puede estimular la inversión y mejorar las habilidades. Las encuestas sugieren que, a pesar de las sombrías predicciones, los escoceses piensan que el Brexit es más dañino económicamente de lo que sería la independencia, y los más pesimistas sobre el Brexit son los que están más entusiasmados con la ruptura. Después del Brexit, los conservadores difícilmente pueden pedir a los escoceses que presten atención a las preocupaciones de las empresas.

Los sindicalistas, con buena razón, argumentan que las negociaciones también serían inquietantemente familiares. Gran parte del contenido se parecería a las 177 páginas de jerga legal del tratado de divorcio del Brexit. Eso calculó la participación de Reino Unido en las responsabilidades financieras de la UE, los derechos de los ciudadanos de la UE en Gran Bretaña y ató una larga lista de cabos sueltos administrativos, creando reglas para datos personales, combustible nuclear y disputas legales.

Las conversaciones de independencia cubrirían un rango más amplio y jugarían por apuestas más altas. El SNP desea expulsar el arsenal nuclear británico, lo que alarma a los planificadores militares estadounidenses. La deuda nacional británica de 2,1 billones de libras esterlinas (98% del PIB) tendría que ser prorrateada, al igual que sus activos, incluidas las propiedades y las reservas de petróleo y gas.

El trabajo consumiría a ambos Gobiernos. El Brexit involucró a 25.000 funcionarios públicos (el Gobierno escocés tiene solo 5.000) y eliminó otros problemas durante varios años. Los dos Parlamentos se batirían a través de una serie de leyes para disolver su relación, crear una nueva Constitución y Gobierno escoceses, promulgar sus términos de divorcio y remodelar lo que quedaba del rudo Estado británico.

En las negociaciones del Brexit, la UE tuvo una poderosa influencia como parte más grande. En cuanto a Escocia, su profunda integración con Gran Bretaña le daría a Westminster la ventaja. La pregunta es hasta qué punto lo explotaría. “Una ruptura brutal prácticamente apagaría las luces en Escocia”, dice Philip Rycroft, un ex funcionario británico que participó en los preparativos informales para un voto a favor en 2014. Instaría a los ministros a no abusar de ese poder, sino a un “antagonismo” , la mentalidad de negociación del Brexit de suma cero “podría prevalecer”, advierte.

Así como Europa temía una cascada de votos de salida después del Brexit, el temor de que Gales e Irlanda del Norte también quieran seguir su propio camino conduciría a un acuerdo difícil, dice el conservador escocés. “Veo muy pocos incentivos para ser amables con ellos”.

Las negociaciones de adhesión con Europa serían más cordiales, pero exigentes. Después de cinco décadas en el interior, Escocia debería cumplir con los requisitos básicos de entrada de la UE (defender la democracia y el Estado de derecho y operar una economía de mercado sólida) con relativa facilidad. Tendría que volver a alinear su estatuto con el de Europa. Una tarea más importante será la creación de nuevas agencias para hacer cumplir las reglas en campos como la competencia, la protección de datos y las aduanas.

España, que lucha contra el separatismo catalán, se alarmaría y ejerce un veto. Escocia necesitaría una diplomacia ágil, haciendo hincapié en que su salida estaba estrictamente de acuerdo con la Constitución británica. Los líderes querrían saber que Escocia no reemplazaría a Reino Unido como un miembro incómodo, ni exigiría la exclusión voluntaria al estilo británico de las principales políticas, dice Fabian Zuleeg. del Centro de Políticas Europeas. “Pero a menos que haya demandas irrazonables, no veo que al final no lo consiga”, dice.

Todo el proceso tensaría el Parlamento de Escocia, al igual que el Brexit dividió a Westminster. Los nacionalistas de alto nivel quieren construir una amplia coalición para las conversaciones de salida. Saben que será un proceso gradual. El Institute for Government, un grupo de expertos, calcula que dejar Reino Unido y reincorporarse a la UE llevaría casi una década, pero las bases nacionalistas quieren un divorcio rápido y limpio.

Cameron pensó que la amenaza de trastornos económicos y administrativos podría asegurar la victoria en los referendos. Pero es el consentimiento a una unión lo que lo mantiene unido. La independencia de Escocia, como el Brexit, es un proyecto constitucional, no económico. Decidir quién te gobierna tiene prioridad sobre una vida fácil para los supermercados o los funcionarios. El divorcio británico de Europa ha demostrado que un Gobierno comprometido, con el mandato de un referéndum y un apetito de dislocación, puede recorrer un largo camino. El camino de regreso a Europa es largo, pero la gaita puede volver a sonar en Bruselas.

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