Análisis

¿Guerra o paz? La razón de los conflictos actuales de Rusia

El siglo XXI trae consigo una evolución en el comportamiento de los Estados, que buscan hoy perseguir sus fines políticos por medios agresivos que no llegan a constituir una guerra abierta entre los beligerantes.

Vladimir Putin, junto al ministro de Defensa ruso, Serguei Shoigu (dcha) y el viceministro de Defensa, Valery Gerasimov (izda.), en septiembre de 2020
Vladimir Putin, junto al ministro de Defensa ruso, Serguei Shoigu (dcha) y el viceministro de Defensa, Valery Gerasimov (izda.), en septiembre de 2020MICHAIL KLIMENTYEV / SPUTNIK / KEFE

Si el nombre de Valery Gerasimov no les resulta familiar, no es demasiado de extrañar, ya que por esta parte del mundo solemos hacer oídos sordos de aquello que nos parece lejano y que, sin embargo, tiene un efecto en aspectos tan mundanos como nuestro día a día. Pues bien, el General Gerasimov es el de jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de la Federación de Rusia y viceministro de Defensa, segundo del ministro y potencial heredero de Vladimir Putin, Sergey Shoygu.

Gerasimov ha asumido en el último año un nuevo puesto, sin, por supuesto, renunciar a los anteriores, de presidente de la Academia de las Ciencias Militares, y es que el general es toda una estrella ascendente en la Federación Rusa. Ya allá por el 2013 empezó a cobrar cierta relevancia al identificar una serie de desarrollos que, según él, habían cambiado el concepto de guerra para siempre. Según Gerasimov, las primaveras árabes ofrecían al analista militar una serie de lecciones a interiorizar. Una de sus principales conclusiones es el hecho de que, en el siglo XXI, países aparentemente en calma y con gobiernos solidos podrían descender al caos en meras semanas.

El análisis del general, a pesar de lo que algún que otro analista occidental creyera, era originalmente meramente una reflexión en clave defensiva. Y, sin embargo, sus principales constataciones se convirtieron en un patrón a seguir que acabaría por servir a la Federación de Rusia como hoja de ruta táctica para perseguir sus objetivos geopolíticos. Gerasimov advertía que los efectos políticos, económicos y sociales de episodios similares a los de las primaveras árabes podían ser comparables a los efectos de la guerra, y que este tipo de eventos podrían ser utilizados a favor de los intereses de Moscú, ya que se convertirían en las guerras del siglo XXI. Básicamente lo que hemos venido a conocer como “conflictos híbridos y multidimensionales de baja intensidad”.

Nos encontramos pues ante un cambio de paradigma en lo que a la guerra se refiere. El siglo XXI trae consigo una evolución en el comportamiento de los Estados, que buscan hoy perseguir sus fines políticos por medios agresivos que no llegan a constituir una guerra abierta entre los beligerantes. Las líneas entre guerra y paz siempre han sido difusas. Ya en el siglo XIX von Clausewitz nos advertía de que “la guerra no es sino la continuación de la política por otros medios”, y, sin embargo, esa distinción se hace todavía más difícil cuando los métodos de ataque incluyen el uso de la desinformación y propaganda, el fomento de protestas entre la ciudadanía, los ataques cibernéticos, el uso de fuerzas especiales en operaciones encubiertas (incluso el uso de tropas “grises”), la participación de mercenarios sin un claro pagador, o el uso ruin de la migración, es decir de la tragedia y necesidad humana, como arma.

Este cambio de paradigma no es fortuito. Si el análisis del general Gerasimov les parece acertado, deben de tener en cuenta que lo realizaba en base a las premisas geopolíticas establecidas por uno de los políticos (y espías) rusos más relevantes del siglo XX. A los que recuerden los años posteriores a la caída de la Unión Soviética su nombre les resultará familiar: Yevgeny Primakov.

Primakov fue uno de los principales agentes de inteligencia de la KGB en Oriente Medio durante décadas, siendo elegido para representar a la Unión Soviética en algunas de las negociaciones más delicadas de las décadas de los 50 y 60. Sin embargo los lectores le recordarán por haber sido director del Primer Alto Directorio (división de la KGB a cargo de las operaciones extrajeras) entre 1991 y 1996, así como ministro de Asuntos Exteriores entre 1996 y 1998, y primer ministro entre 1998 y 1999. Fue, así mismo, candidato a la Presidencia en el 2000, año en el que Putin salió vencedor. A pesar de contar con niveles de popularidad altísimos, Putin no le apartó, y acabó siendo uno de sus principales consejeros (llegando incluso a ganarse el mote de padrino de Putin) así como de Sergey Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores desde 2004.

Verán, desde la llegada al poder de Vladimir Putin se podría decir que la estrategia llevada a cabo por el Kremlin en materia de política exterior es lo que algunos han venido a denominar como la “Doctrina Primakov”. Esta se basa en: el establecimiento de un orden multipolar en el que el poder de Estados Unidos sea controlado, en el control del antiguo espacio soviético y la oposición a la expansión de la OTAN.

Primakov era consciente de las diferencias en capacidades entre la Rusia postsoviética y Estados Unidos, así como de los principales objetivos que debería de seguir el país si éste quería volver a ser considerado una potencia global. Gerasimov, por su lado, consiguió articular una nueva táctica en la que el Kremlin podía perseguir los objetivos demarcados por Primakov, teniendo en cuenta la asimetría entre Rusia y sus contrincantes.

Si prestan atención, podrán ver que la mayoría de los conflictos en la periferia de Europa pueden responder tanto a la “Doctrina Primakov” como a la “Táctica Geramisov”. Hoy por hoy, nos enfrentamos a importantes crisis en Libia, Siria, Irak, Georgia, Ucrania, y si me permiten, Bielorrusia. Si bien algunas de éstas no han sido directamente causadas por el Kremlin, todas han sido bien aprovechadas. Y es que a Moscú no le interesa la resolución de estos conflictos si estos pueden ser utilizados en su favor.

La perpetuación de los conflictos y de la violencia sirve de cobertura para toda clase de actos ilícitos, que resultan en zonas inestabilidad alrededor de Europa. Estas zonas de inestabilidad sirven, así mismo, como base para la multiplicación de “conflictos híbridos y multidimensionales de baja intensidad” orquestados por el Kremlin para sembrar discordia y desunión en Occidente, objetivo máximo de Putin quien ve en Estados Unidos y en una Europa unida unos contrincantes demasiado peligrosos incluso en un mundo multipolar.