Análisis
De la disuasión a la amenaza: un peligroso desfase ruso
Las armas nucleares son instrumentos políticos, asegura Frédéric Mertens de Wilmars, coordinador del Grado en Relaciones Internacionales Universidad Europea de Valencia
Desde hace varios días asistimos a una loca escalada de agresiones y amenazas rusas contra su vecina ucraniana y los occidentales.Vladimir Putin orienta sus misiles nucleares hacia el oeste como radical respuesta a las sanciones económicas europeas y a la reacción de la OTAN frente la invasión rusa de Ucrania. Ya advirtió el 24 de febrero que «para aquellos que tengan la tentación de intervenir, Rusia responderá inmediatamente y tendrán consecuencias que nunca antes habían experimentado».
Tres días más tarde, anunció que había ordenado al ministro de Defensa y al jefe del Estado Mayor que pusieran a las fuerzas militares rusas de disuasión en alerta especial de combate. (En realidad, las potencias nucleares siempre están en estado de alerta). Una vieja retórica que el hombre fuerte del Kremlin probablemente estudió durante su formación como espía del KGB, ya que la URSS la utilizó para amenazar a británicos y franceses durante la crisis del Canal de Suez en 1956.
Unos sesenta años después, la forma de la guerra de invasión rusa contra Ucrania parece estar dictada más por la amenaza que por la disuasión nuclear. En términos de propaganda, las referencias rusas están bien documentadas. El presidente Putin nos recuerda repetidamente que Rusia es una gran potencia nuclear. Evoca la amenaza de una reacción devastadora contra los países que estarían dispuestos a intervenir en el conflicto o pretende elevar el estado de alerta de las fuerzas que componen la fuerza de disuasión nuclear rusa. Por su parte, Joe Biden denunció la «innecesaria y peligrosa retórica provocadora».
Ahora bien, la disuasión nuclear consiste en una doctrina defensiva basada en el temor mutuo a las consecuencias de ser el primero en utilizar las armas nucleares. Por lo tanto, es probable que el beneficio de este recurso sea menor que las pérdidas sufridas a cambio. Este temor está relacionado con el riesgo de «destrucción mutua asegurada» (MAD en inglés) y las consecuencias a largo plazo. En otras palabras, se basa en una capacidad de segundo ataque, es decir, la capacidad de tomar represalias en caso de un ataque nuclear. La disuasión concebida como un equilibrio del terror es lo que prevaleció durante la Guerra Fría y ayudó a evitar un enfrentamiento directo entre EE UU y la URSS porque las armas nucleares eran –y aun son– instrumentos políticos.
Hasta el desplome soviético, simbolizaron, dentro de la Alianza Atlántica, tanto el liderazgo absoluto de Estados Unidos como la soberanía nacional de las potencias nucleares. Pero desde el fin de la URSS en 1991, ambos elementos están ausentes. De hecho, la OTAN y la Unión Europea se están transformando –de forma acelerada– política y militarmente. En cuanto a Rusia, con más de 6.000 cabezas nucleares, su soberanía nacional nunca fue cuestionada, ni por los estadounidenses ni por los europeos.
En 2022, ya no estamos en el contexto de un statu quo disuasorio entre dos superpotencias nucleares. Se trata más bien de la amenaza de una potencia atómica contra un número indiscriminado de países, puesto que Putin amenaza a cualquiera que se interponga en su camino. ¿Puede y tiene interés en lanzar un ataque nuclear? ¿Desencadenaría una guerra mundial? Mientras que la amenaza nuclear se ha incrementado por parte del Kremlin, los gobiernos occidentales muestran una preocupación moderada. En Washington, París y Bruselas, el argumento nuclear ruso parece ser más una «herramienta de comunicación» que una amenaza real. De hecho, para Moscú, sirve más bien como argumento para ejercer un chantaje político, para imponerse en una posición dominante en el conflicto con Ucrania, especialmente antes de la apertura bielorrusa de negociaciones entre agresor y agredido, y para impedir interferencias en las relaciones ruso-ucranianas. Por otra parte, Occidente afirma que no está en guerra con el Kremlin, pero la fragilidad de las relaciones y las crecientes tensiones entre Occidente y Rusia no permiten excluir definitivamente el riesgo de una guerra a gran escala.
En realidad, la amenaza nuclear de Vladimir Putin ilustra el choque entre dos mundos. El del siglo XX, cuya segunda mitad estuvo regida por la confrontación Este-Oeste y que inspira al hombre fuerte del Kremlin quien trata de actuar como sus predecesores soviéticos. El del siglo XXI, en el que el multilateralismo está modificando gradualmente las doctrinas geopolíticas de los países alineados o no, puesto que ya no existe un campo ideológico para elegir. La cuestión es que el antiguo espía del KGB no reconoce este «nuevo» mundo.
La violencia de este choque ha renovado el interés por la búsqueda colectiva de soluciones a retos globales a través organizaciones internacionales (OTAN, ONU, UE, etc.) que velan por la seguridad colectiva. Así pues, es urgente revisar y crear mecanismos internacionales para impedir tanto la disuasión y la amenaza como el uso de la fuerza nuclear.
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