Ayuno
El Ramadán en África trae una creciente preocupación por la subida de precios del pan
La guerra en Ucrania y la inestabilidad política en el continente coinciden con el primer mes de Ramadán que se celebra sin restricciones desde el comienzo del coronavirus
Una belleza particular inunda las calles del África musulmana durante el mes de Ramadán. Desde los primeros minutos del anochecer despierta una nueva vida que dormitaba durante las horas de luz diurna, las calles menos transitadas se anegan de chiquillos jugando al fútbol y grupitos de hombres que conversan con aire reposado, sujetando minúsculos vasos de café.
Desde el 1 de abril hasta el 1 de mayo, fechas que coinciden con el mes de Ramadán, los más de 500 millones de musulmanes que viven en el continente africano (que suponen el 41% de su población) celebran con el ayuno y la oración la conmemoración de la primera revelación que recibió el profeta Mahoma. Quien visite Mauritania, Somalia, Sudán, Senegal, Níger, Malí, Guinea Conakry o cualquiera de los países del Magreb con mayorías musulmanas se encontrará con esta imagen desconocida para muchos occidentales.
Desde que el islam irrumpió en el siglo VI en el Magreb y penetró en el África Subsahariana por las rutas fluviales de los ríos Níger y Senegal, tan lejos como el siglo VII, el Ramadán se ha celebrado en estos países ininterrumpidamente, durante siglos y con la misma precisión que la Semana Santa de los cristianos. Conocer sus detalles significa zambullirnos en una realidad cultural que agoniza en África. Mientras su población crece a pasos agigantados, el número de fieles musulmanes desciende 0.5 puntos cada década.
La limosna en el Ramadán
El ayuno del mes de Ramadán supone uno de los cinco pilares fundamentales del islam, junto con la profesión de fe, la oración cinco veces al día, la limosna y la peregrinación a la Meca. A lo largo de treinta días será casi imposible encontrar un restaurante para almorzar, ya que el ayuno es obligado para los musulmanes desde el amanecer hasta el ocaso.
En este tiempo también será habitual que se nos acerquen individuos por la calle, jóvenes o niños, haciendo sonar con cierto ritmo pegadizo un cuenco de monedas, instándonos para que les demos una limosna que después llevarán a la mezquita y donde los imanes se encargarán de gastar el dinero en bocadillos, frutos secos y líquidos para dar con la caída del sol a los más necesitados de la sociedad. La limosna durante el mes de Ramadán es casi tan importante como el ayuno. En las calles atestadas de Bamako, Trípoli o Dakar, samaritanos anónimos se sentarán en la esquina de su barrio con una generosa fuente de arroz y pescado, ofrecerán alimento gratuito con sonrisas de amor sin compasión y desearán la paz a cada cuenco que regalen.
Incluso los cristianos más estrictos sucumben a la piedad del Ramadán. Mientras las mezquitas reparten alimentos al ocaso, lo mismo hacen algunas ONG musulmanas, tal y como Islamic Relief, que ofrece la opción de comprar paquetes de alimentos para los más necesitados en su página web.
Independientemente de la capa social donde hurguemos, todos los musulmanes pasan hambre durante el día y se sacian durante la noche, todos los musulmanes sienten los estómagos vacíos y llenos al mismo tiempo y sin ninguna distinción. El ayuno incluye además la imposibilidad de realizar prácticas sexuales durante el día, o de sufrir cambios bruscos en el ánimo. Cinco veces al día resuenan los ecos del imán sobre el trajín de la ciudad y cinco veces al día es posible encontrar ahora en aquella esquina, luego en aquella azotea, a pequeños grupos de fieles con la frente inclinada en símbolo sumisión hacia la Meca.
La guerra en Ucrania encarece el precio del grano
El Gran Imán de al-Azhar, Ahmed Al-Tayeb, máxima figura religiosa en Egipto y considerado por muchos musulmanes suníes como la mayor autoridad del islam, anunció el 16 de abril los peligros que abarca un cumplimiento inadecuado del Ramadán. En una entrevista concedida a un canal egipcio, lamentó que los musulmanes pasan la noche frente a las pantallas de televisión y que luego van a trabajar durante el día con tanto sueño que no pueden realizar bien su trabajo, añadiendo que “Ramadán es el mes de mantener nuestra capacidad, voluntad, determinación y paciencia”.
En las palabras de Al-Tayeb encontramos algunas de las trabas que chocan con el Ramadán, hoy inmerso en la frenética rutina del siglo XXI y sometido a los estándares inquebrantables del capitalismo globalizado. No debe ser fácil cumplir con los oficios a la velocidad requerida y con el estómago vacío, tras tantas noches seguidas de vigilia y oración. De la misma manera que las conversaciones en los grupitos de la calle giran desde hace semana en torno a un tema fundamental: el pan.
El alimento base de las sociedades musulmanas adquiere todavía más importancia durante el mes de Ramadán, mientras la guerra en Ucrania afecta a los precios de la harina y provoca la escasez del producto en Marruecos, Nigeria, Senegal o Egipto, países que se nutren del cereal producido tanto en Rusia como en Ucrania (solo Egipto compra un 90% de su grano a sendos países).
Se perciben susurros de preocupación en ese grupito que charla en la calle 52 del barrio de Gueule Tapée, en Dakar. Varios amigos sorben sus tazas de té y miran a la luna con gesto reflexivo en Asuán, olfateando las fragancias trituradas del Nilo. Los ganaderos de Sudán que pululan por un punto indefinido del desierto se detienen, vuelven la vista a sus miserables despensas y cuentan los granos de trigo que les quedan para el mes de Ramadán. Alá y el pan unen con millones de hilos invisibles los pensamientos y las preocupaciones del musulmán africano, no importa en qué lugar estén.
El encarecimiento de los alimentos marca en definitiva el mes de Ramadán de 2022. Las cabras engordan atadas a postes retorcidos en las aceras, esperando sin saberlo al Día del Sacrificio que se celebrará en el mes de julio, mientras UNICEF anunció el viernes pasado que millones de niños en el norte de África corren el riesgo de sufrir desnutrición en un corto periodo de tiempo, a causa de la subida de precios de los productos básicos y la inestabilidad política que sufre el continente.
Claro que países como Egipto ofrecen subvenciones públicas tras la subida en un 50% del precio del pan, y las mezquitas y oenegés del continente colaboran en la medida de lo posible para llevar a buen puerto el mes de Ramadán. Sin embargo, pese a las ayudas que ofrecen los estados, retumba al final de este artículo la frase que me dijo ayer Ahmed, un jovencito sentado con la espalda recta junto a su puesto de café en el centro de Dakar: “amigo, es del gusto de todo hombre que se precie dar limosna en Ramadán... y no ser quien la recibe”.
✕
Accede a tu cuenta para comentar