Opinión
Por qué Rusia convirtió a Europa en su enemigo existencial
Moscú ganó autoestima con la victoria en la Segunda Guerra Mundial y glorificó la guerra en lugar de la paz, al contrario que los países europeos occidentales
El día 9 tanto la Unión Europea como Rusia tendrán sus días de celebración. Los europeos recordarán el aniversario de la Declaración Schuman, que abrió el camino hacia la Europa unida; los rusos conmemorarán el Día de la Victoria, cuando el ejército soviético acabó con el último punto de resistencia de la Wehrmacht. Estas dos celebraciones son tan distantes como lo son Europa y Rusia, pero me gustaría analizar cuándo y por qué sus caminos se dividieron, ya que durante siglos Rusia ha sido considerada un país europeo.
Mi visión es que Rusia y los países europeos eran parecidos en el pasado, sobre todo porque en parte compartían el concepto de occidentalización que presuponía que esas naciones europeas podían “gobernar el mundo”. Las principales potencias de Europa, desde Portugal y España hasta Holanda, Gran Bretaña y Francia y luego los recién llegados Alemania e Italia, fueron metrópolis de vastos imperios coloniales, y Rusia resultó, en cierto sentido, el más destacado de todos ellos (el Imperio Ruso). Fue el imperio más grande del mundo si se tiene en cuenta tanto su territorio como el tiempo que ha durado, pero apenas cien años después de que los monarcas europeos se consideraran amigos y hermanos, las trayectorias de sus países divergieron drásticamente.
¿Europa se convirtió en el único “sistema de gobierno posmoderno” mientras Rusia derivó en la potencia continental más obsoleta y anticuada? Yo diría que hay al menos tres puntos importantes que pueden ayudar a explicar este fenómeno. Primero, los europeos occidentales, a mediados del siglo XX, han estado inmersos en guerras. Es evidente que la guerra no genera gloria sino sufrimiento y destrucción. La potencia más militarista, Alemania, fue derrotada dos veces. Raras veces una victoria bélica devuelve el precio que se paga por ella. La guerra en el siglo XX en Europa se convirtió en una condena, mientras que en Rusia parecía ser un sinónimo de gloria y el medio crucial para justificar la grandeza política.
En segundo lugar, las potencias europeas comenzaron a unir sus fuerzas en Europa en el momento en que experimentaban importantes desafíos fuera de sus fronteras. Los franceses perderían Indochina, los holandeses serían expulsados de las Indias Occidentales, los británicos perderían India y Malasia. Este proceso se intensificó en la década de 1950 y a principios de la de 1960. Los últimos recién llegados a la UE, como Portugal, fueron admitidos después de perder su imperio colonial. La Unión Europea, insisto, surgió como una unión de antiguas metrópolis en el momento en que la Unión Soviética solo soñaba con la dominación mundial.
En tercer lugar, la Europa de las décadas de 1940 y 1950 experimentó un fuerte dominio político, militar y económico por parte de Estados Unidos y, por lo tanto, redujo sus propias ambiciones geopolíticas, mientras que en el caso de la Unión Soviética la situación era completamente diferente: controlaba parte de Europa y creía que no había nada virtuoso en una unión de potencias iguales entre sí ya que la “doctrina Brezhnev” celebraba un concepto de ”soberanía limitada”. Por lo tanto, diría que la Unión Europea fue una empresa única que reunió al menos a diez antiguas metrópolis imperiales y, al unirlas en un nuevo imperio imaginario, suavizó y curó sus traumas post imperiales.
Al convertirse en parte de una gran comunidad, se habían acostumbrado a la pérdida de su grandeza individual (el único que parecía incapaz de hacerlo, el Reino Unido, afortunadamente se fue a principios de 2020). Los estados-nación europeos crearon una comunidad supranacional cuando se dieron cuenta de que la expansión hacia el exterior se volvía contraproducente e imposible.
Rusia, por el contrario, tuvo menos suerte por las mismas razones: ganó autoestima con la victoria en la Segunda Guerra Mundial y, por lo tanto, glorificó la guerra en lugar de la paz; disfrutó del dominio sobre sus satélites europeos mientras que Europa Occidental quedó en parte subyugada a Estados Unidos; y lo que fue el factor más importante, la URSS perdió su imperio colonial al menos treinta años más tarde que la mayoría de los europeos.
Como resultado, Rusia se convirtió en la única antigua metrópoli colonial sin posibilidades de integrarse con las demás, y nada pudo limitar sus aspiraciones de venganza. No tenía nada de qué enorgullecerse excepto su pasado; solo tenía para con la restauración de su glorioso imperio a través del negocio de la guerra. Por lo tanto, los caminos de Europa y Rusia se separaron ya que casi en los mismos días en que se disolvió la Unión Soviética se firmó el Tratado de Maastricht.
Hoy, 72 años después de la firma de la Declaración Schuman se puede decir que ser europeo supone compartir los valores, así como apego a las reglas y normas, tanto de la UE como de la CEE. Europa es ahora un reino de derecho, paz y derechos humanos que surgió tras siglos de prejuicios, guerras y opresión. Rusia desde mediados del siglo XX entró en una antifase con Europa y finalmente se convirtió en su enemigo existencial.
Muchos filósofos contemporáneos, hablando del mundo en términos de capitalismo y socialismo, orden industrial o posindustrial, se equivocaron al insistir, como lo hizo Raymond Aron, en que “dos sistemas globales representaban no dos mundos completamente diferentes: el soviético y el occidental, – sino más bien un solo fenómeno, una civilización industrial”.
Ahora todos podemos ver que la semejanza tecnológica no fue capaz de curar las diferencias históricas, políticas y culturales; Europa difiere de Rusia en que superó la fase del imperio mientras que Rusia está obsesionado con él. Y por lo tanto, las celebraciones del 9 de mayo estarán dedicadas durante mucho tiempo a dos concepciones opuestas de significados y aspiraciones.
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