Muro de Berlín
Alemania resurge como hiperpotencia
Veinticinco años después de la caída del Muro, la locomotora de la economía europea busca un papel hegemónico en política exterior
La caída del Muro de Berlín no pilló por sorpresa a la primera ministra británica, Margaret Thatcher, aunque no por ello pudo reprimir una embargante sensación de temor. Frente a su televisor, aquella noche del 9 de noviembre de 1989, la que fuera Dama de Hierro fue testigo de cómo miles de eufóricos alemanes se echaban a la calle en busca de la ansiada libertad. «Vencimos a los alemanes en dos ocasiones y aquí están de vuelta», pensó mientras una parte de sí se recriminaba no haber insistido más a Mijail Gorbachov en su empeño de parar una reunificación que convertiría otra vez a Alemania en la potencia más fuerte del Viejo Continente.
No se equivocó. La apertura de los archivos diplomáticos de Londres ha sacado recientemente a la luz unos documentos que reflejan esos temores de Thatcher ante el predominio germano que se avecinaba y un vaticinio que, veinticinco años después de la caída del Muro, la historia ha hecho realidad. El poder de Europa no habita en París o en Londres –como hubiese querido la Dama de Hierro–, ni siquiera en Bruselas; sino en Berlín. Alemania manda de nuevo. Y lo hace sin soltar el mando de la locomotora europea e imponiéndose, con un 27% de la producción, como el gigante de la eurozona. Una posición que con la llegada, en el año 2008, de la crisis financiera que todavía hoy atenaza al continente, permitió a Alemania apoyarse en lo más alto de las instituciones comunitarias para, con la fortaleza que le confiere su peso económico, lanzar amarres hacia los países más endeudados y así evitar el hundimiento de la Unión Europea.
Sin embargo y a pesar de portar la batuta de mando, la actual coalición de Gobierno surgida de las últimas elecciones federales ha hecho reflexionar a Berlín sobre la necesidad de adecuar su potencia económica a un nuevo protagonismo en su política exterior, ante su más que admitida incapacidad de asumir la suficiente responsabilidad para dirigir el orden global. Como muestra, citar a su Ejército, que ha dejado patente su incapacidad para adaptarse a los desafíos actuales a tenor de unos deficientes equipos que palidecen por culpa de una partida que no llega al 1,5% del PIB germano o la ayuda que desde Alemania se aporta al desarrollo y que en 2012 sólo contó un pobre 0,4% del total de las partidas presupuestarias. En resumen, para un Estado cuyo superávit comercial fue de casi 19.000 millones de euros el año pasado, el panorama se asemeja al de un «gigante económico, pero enano político» como se le ha criticado hasta la saciedad tanto desde dentro como fuera de sus fronteras.
Cambio de rumbo
Pero ahora esta ecuación está por cambiar. El discurso del presidente alemán, Joachim Gauck, en la inauguración, el pasado mes de enero, de la Conferencia de Seguridad de Múnich dio buena prueba de ello. «Durante seis décadas hemos vivido en paz con nuestros vecinos. Ya podemos confiar en nosotros. Es hora de que demos pasos más decididos para preservar el orden y nuestros valores; de que en lugar de huir de los desafíos, nos enfrentemos a ellos», dijo Gauck. Alemania se ha cansado de pedir perdón por su expansionismo bélico, la mancha nazi y el holocausto judío que aún hoy le abochornan, y parece, por fin, querer dejar de lado esos complejos y presentarse ante el mundo como el líder indiscutible de Europa que es. Un mensaje que por supuesto defiende y con unanimidad el equipo de Gobierno de la canciller, Angela Merkel, que a diferencia de lo que se vio en las pasadas legislaturas, está ahora totalmente convencido en dirigir su mirada hacia afuera.
Así, en esa misma cumbre de Múnich, tanto el ministro germano de Asuntos Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, como la ministra de Defensa, Ursula von der Leyen, dejaron claro –ante una audiencia formada por veinte jefes de Estado o de Gobierno y unos cincuenta ministros de Defensa–, que Alemania abandonará su cómoda posición de observadora para asumir sus compromisos. Por supuesto, la retórica de Múnich se tradujo poco después en medidas políticas, y como primer paso en un borrador de Ley que promete mejor sueldo, jornadas laborales reguladas y más trabajo parcial para el Ejército federal. Una postura que también recae en la figura de Merkel, que de líder de la política económica de la Unión Europea ha pasado a ser la cabecilla de su política exterior y de seguridad, como prueban las frecuentes conversaciones que ha mantenido con el presidente ruso Vladimir Putin desde que comenzara la crisis ucraniana. Un rol que viene a subrayar el importante papel que como intermediaria ha protagonizado Merkel entre Oriente y Occidente y en el que se basa, por ejemplo, la decisión de Berlín –acompañada por una visita de la titular de Defensa– de enviar armas a los kurdos que luchan contra los yihadistas del Estado Islámico en Irak y Siria.
Alemania quiere desterrar su rol de «potencia pasiva», tal y como le acusó «The Economist» por mucho que, desde algunas esferas, se dictamine su dificultad para asumir ese liderazgo ante la existencia de distintas razones que aluden incluso a circunstancias históricas, como el horror que todavía evoca en la mente de muchos la palabra «líder» referida al pueblo alemán u otras que aseguran que la economía alemana, tal y como se ha reflejado en los últimos meses, no es tan robusta como quiere aparentar o incluso que ese nuevo rol que Alemania está dispuesta a adoptar choca totalmente de lleno con la conciencia pacifista que caracteriza al pueblo germano.
«La Guerra Fría ha vuelto», avisa Gorbachov
El último dirigente de la URSS, Mijail Gorbachov, que se encuentra en la capital alemana con motivo de las celebraciones del 25º aniversario de la caída del Muro, mostró ayer su preocupación por «el derramamiento de sangre en Europa y Oriente Medio con el trasfondo de una ruptura del diálogo entre las grandes potencias». «El mundo se encuentra al borde de una nueva Guerra Fría. Algunos dicen incluso que ya comenzó», subrayó en un simposio. No obstante, resaltó que los acontecimientos de los años 80 del siglo pasado son una prueba de que «incluso en situaciones aparentemente sin esperanzas hay una salida», declaró.
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