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Opinión

Así fue la última lección de Francisco

Las ausencias de algunos mandatarios en el funeral de Francisco fueron llamativas

A handout photo made available by the Ukrainian Presidential Press Service shows (L-R) French President Emmanuel Macron, British Prime Minister Keir Starmer, US President Donald J. Trump, and Ukrainian President Volodymyr Zelensky speaking in Saint Peter's Cathedral prior to the funeral Mass of Pope Francis in Saint Peter's Square in Vatican City, 26 April 2025. PRESIDENTIAL PRESS SERVICE HANDOUTEFE

Francisco ya descansa donde deseó, en la basílica papal de Santa María la Mayor junto al icono bizantino de la Salus Populi Romani, patrona de Roma. Una representación mariana que, junto con el Cristo milagroso que se venera en la iglesia de San Marcello al Corso de la capital italiana, fue su única compañía aquel no tan lejano 27 de marzo de 2020 cuando impartió su bendición a un mundo confinado a causa de la pandemia. Lo hizo desde una plaza de San Pedro entonces desierta, pero que cinco años después se ha quedado pequeña para despedir al pontífice llegado desde del fin del mundo.

En una estampa que no se recordaba desde el funeral de San Juan Pablo II hace justo dos décadas, los grandes líderes mundiales, católicos y no católicos, han dado su adiós a un hombre que, desde la convicción de la fe, no dudó, incluso, en darles algún que otro tirón de orejas.

Ante todo, este "cónclave" de estadistas representantes de más de 130 delegaciones llegadas desde los más recónditos confines del globo es la constatación del reconocimiento mundial suscitado hacia la figura de quien ha guiado la barca de San Pedro durante los últimos doce años, un homenaje póstumo a un gran líder moral de nuestro tiempo.

¿Pesan algunas ausencias? Ciertamente sí. Por diferentes motivos, las de los jefes de Estado de naciones hispanoamericanas con fuerte número de católicos como México, Perú, Colombia y, en menor medida, Chile. También las de Putin y Netanyahu, aunque, todo sea dicho, las circunstancias políticas descartaban casi por completo un desplazamiento de cualquiera de ellos a Roma. En el caso del presidente ruso pesa la sombra de la orden de detención emitida por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra en Ucrania, si bien Italia no la ha transmitido al Tribunal de Apelación del país lo cual anularía cualquier tentativa de arresto.

En lo que respecta al primer ministro israelí, oficialmente se argumentó que, al celebrarse las exequias en sábado, día de descanso prescrito para los fieles judíos, la logística sería excesivamente compleja. Sin embargo, más allá del lenguaje diplomático, la condena de Francisco a la situación que se vive en Gaza desde el inicio de las hostilidades hace año y medio enturbió aún más las tensas relaciones con el gobierno de Netanyahu.

Por muy comentada que pueda ser, la no asistencia del presidente Pedro Sánchez, para quien ni siquiera Francisco bien merecía una misa, no ha menoscabado el alto nivel de la delegación española liderada por Sus Majestades los Reyes, Don Felipe y Doña Letizia, sentados en la misma bancada que Donald y Melania Trump con quienes departieron brevemente.

Otras ausencias como la de ciertos “royals” pasan más de puntillas, Federico y Mary de Dinamarca incluidos. A quien sí se ha echado especialmente de menos ha sido a la Reina Máxima de los Países Bajos, católica a pesar de su matrimonio, quien comparte con el papa difundo sus orígenes argentinos. La celebración de la fiesta nacional orange ha primado en un país de mayoría protestante. En cuanto al monarca británico, Carlos III no ha hecho más que continuar la tradición consolidada por su madre, la reina Isabel II, y en su lugar ha asistido el príncipe de Gales.

Entre quienes sí sumaron su nombre a la lista de asistentes, Francisco, en su despedida, no solo ha conseguido reunir en el mismo espacio al presidente Trump con su antecesor, Joe Biden, sino también volver a sentarle frente a frente con el líder ucraniano tras la bochornosa reunión en Washington y la sonora bronca en el despacho oval. Las conversaciones con Rusia, el ansiado alto el fuego permanente o la reconstrucción del país tras la guerra han sido a buen seguro algunas de las cuestiones abordadas. Diálogo, paz y futuro, tres de los grandes sustantivos que Francisco siempre apostó por escribir en mayúscula y a los que, paradójicamente, aún sigue animando al mundo casi una semana después de su partida hacia la casa del Padre.

Otras posibles reuniones con líderes europeos al objeto de analizar la situación despertada por la imposición de aranceles y el eventual estrechamiento de relaciones comerciales entre el mercado comunitario y China están sobre la mesa. La sintonía con Meloni puede convertir a la italiana en una interlocutora válida para alcanzar un posible acuerdo en detrimento de una Von der Leyen ignorada, una cuestión que no es en absoluto baladí y que refleja la preferencia del magnate estadounidense por mantener negociaciones bilaterales de base estatal y su reticencia a sustituirlas por otras con representantes supranacionales, por mucho que sean estos quienes posean la competencia exclusiva en materia comercial conforme fundamenta el Tratado de Lisboa, norma suprema del ordenamiento comunitario vigente.

En cualquier caso, es evidente que el de Francisco se ha parecido más a una cumbre no oficial de la que Donald Trump ha pretendido ser el principal protagonista.

*Luis Rodrigo de Castro es profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales en la Universidad CEU San Pablo