Oriente Próximo
Blinken perfila en Arabia Saudí la respuesta de EE UU a los hutíes en Yemen
El jefe de la diplomacia estadounidense se reúne con el príncipe heredero Mohamed bin Salmán tras los ataques de los rebeldes a las embarcaciones en el mar Rojo
La cuarta gira regional en los últimos cuatro meses de Antony Blinken había comenzado cuando Hizbulá confirmó la muerte en un ataque israelí en el sur de Líbano de Wissam Hassan Al-Tawil, un alto mando de la milicia chií perteneciente a la unidad de élite Radwan. La acción, interpretada como una nueva escalada de las tensiones en mitad de la guerra contra Hamás en Gaza, hizo aumentar de forma significativa la probabilidad de que la mecha del conflicto prendiera por todo Oriente Próximo.
Más allá del sur de Líbano y la Franja, donde el número de muertos desde el pasado 7 de octubre sobrepasa los 23.000, las miradas están puestas en la frontera norte de Israel y en Yemen, hacia el sur de la península Arábiga, desde donde los rebeldes hutíes vienen lanzando misiles contra objetivos israelíes y ataques contra las embarcaciones –civiles y comerciales– que cruzan el mar Rojo.
Los esfuerzos diplomáticos de la Administración Biden están enfocados precisamente en evitar una guerra a escala regional en la que puedan intervenir otros actores de mayor entidad, como Irán, que viene dando señales de no querer involucrarse de forma directa en un conflicto. Teherán, en cambio, delega su acción en el Eje de Resistencia, su red de milicias afines. Blinken busca desinflamar la región y, sobre todo, buscar soluciones para el día después de la guerra en Gaza a medida que la fecha se acerca; soluciones que pasan necesariamente por desbloquear la financiación para la reconstrucción de la Franja de las principales petromonarquías del Golfo: Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí.
Este ha sido precisamente el itinerario que ha seguido en las últimas horas el secretario del Departamento de Estado de EE UU. Después de pasar por Doha y Abu Dabi, Blinken ha sido recibido por el gobernante de facto de Arabia Saudí, Mohamed bin Salmán, en su jaima de Al Ula, una ciudad desértica que el joven príncipe heredero pretende convertir en un destino turístico de lujo. Allí ha instalado su campamento de invierno, por el que también ha desfilado en las últimas horas el senador republicano por Carolina del Sur Lindsey Graham.
La nota del encuentro entre Blinken y MBS difundida por el Departamento de Estado de EE UU asegura que ambos líderes discutieron «los esfuerzos en curso para reducir las tensiones regionales, incluida la disuasión de los ataques hutíes contra la navegación comercial en el mar Rojo». Este es, quizá, el asunto que más preocupa a los saudíes, que han visto cómo los misiles han vuelto a sobrevolar su territorio.
El propio MBS se embarcó en una guerra contra los rebeldes yemeníes, financiados por Irán, en 2015. Con tan solo 29 años, el príncipe heredero ordenó en marzo de ese mismo año el inicio de la mayor operación militar de la historia del Reino del Desierto, que contó con la participación de Emiratos Árabes Unidos. Estados Unidos no intervino directamente, pero proporcionó armamento e información de inteligencia decisiva para la campaña masiva de bombardeos sobre Yemen. MBS preveía una victoria rápida para frenar el avance de los hutíes, sin embargo, nueve años después la operación se ha descubierto como un sonoro fracaso para el príncipe heredero. La principal mancha en su historial además de su implicación en el descuartizamiento del disidente Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul.
Desde entonces, Yemen viene sufriendo la mayor crisis humanitaria del mundo, según las conclusiones de Naciones Unidas, y los rebeldes controlan la capital, Saná, y buena parte del país. Por eso, en los meses previos a la masacre del 7 de octubre perpetrada por Hamás en suelo israelí, en la que murieron cerca de 1.200 personas, MBS buscaba sellar la paz con los hutíes y dejar atrás una guerra que pronto se convirtió en una losa para emprender su ansiada modernización del país.
Este factor explica la ausencia de Arabia Saudí en el listado difundido hace unas semanas por el Departamento de Defensa de EE UU de los participantes en la denominada operación «Guardián de la Prosperidad» en aguas del mar Rojo. De los nueve países que confirmaron su participación, solo secundó la operación naval estadounidense uno del Golfo: Bahréin. Riad justificó su negativa a participar de la campaña para frenar los ataques hutíes a las embarcaciones por las represalias que pudieran tomar sus rivales proiraníes en la región. Y es que, además de buscar una tregua definitiva con los hutíes, Arabia Saudí decidió en marzo del pasado año enterrar el hacha de guerra y emprender un tímido acercamiento con Irán; una distensión auspiciada por la China de Xi Jinping que facilitó la reapertura de los canales diplomáticos.
Al mismo tiempo, y en un movimiento aparentemente contradictorio, el príncipe heredero empezaba a seguir los pasos de otros países del Golfo como Bahréin y Emiratos Árabes Unidos con la normalización de sus relaciones con Israel fuera del marco de los Acuerdos de Abraham. Pero el ataque de Hamás del 7 de octubre desbarató –o al menos aplazó de forma indefinida– esta posibilidad.
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