África

Dos ancianos al poder: Museveni y Biya, símbolos del inmovilismo político africano

Los presidentes de Uganda y Camerún han eliminado los límites constitucionales y han sofocado cualquier intento de renovación democrática

El presidente de Uganda, Yoweri Museveni
El presidente de Uganda, Yoweri MuseveniSPUTNIK

La edad media de Camerún ronda los 19 años. La edad media de Uganda, que se sitúa entre las más jóvenes del planeta, apenas supera los 15 años. Sus respectivos presidentes, sin embargo, rompen con la ecuación. Yoweri Museveni (Uganda) tiene 80 años; y Paul Biya (Camerún), 92. Ambos se aferran al poder desde hace décadas, y su inmovilismo parece más anacrónico que heroico. Tanto Museveni como Biya han anunciado recientemente su intención de postularse nuevamente a la presidencia de sus países. Museveni sostiene el poder desde 1986, y Biya, desde 1982. Entre los dos, más de 80 años de mandato.

Yoweri Museveni llegó al poder tras una guerra civil que derrocó al régimen de Milton Obote. En sus primeros años fue aclamado como un reformista que ofrecía estabilidad tras años de caos. Pero sería acertado señalar que, casi cuatro décadas después, Museveni ha terminado por convertirse en aquello contra lo que alguna vez luchó.

Ha ganado todas las elecciones desde 1986. Sin excepción. Se sobreentiende que muchas de ellas han sido cuestionadas por irregularidades. Además, ha promovido dos reformas constitucionales que eliminaron los límites de mandato y los límites de edad, allanando así el camino para una presidencia vitalicia. Su partido, el Movimiento de Resistencia Nacional (NRM), lo ha confirmado una vez más como candidato presidencial para los comicios del próximo año.

Su rival será el carismático cantante y político Bobi Wine, quien ha denunciado el fraude, la represión y la persecución judicial del gobierno de Museveni. Ha llegado a afirmar que "estar en la oposición en Uganda significa ser etiquetado como terrorista". La represión incluye el uso de tribunales militares contra civiles, detenciones arbitrarias y tortura a disidentes.

Museveni promete convertir a Uganda en una economía de “ingresos medios-altos” y alcanzar un PIB de 500 mil millones de dólares en los próximos cinco años, aunque actualmente no supera los 50 mil millones.

Biya: el presidente invisible

Si la longevidad de Museveni asombra, la de Paul Biya deja en shock. Con 92 años, ha anunciado su candidatura a un octavo mandato. Si resulta electo, gobernará hasta casi los 100 años. Biya llegó al poder en 1982, cuando Ronald Reagan era presidente de EE. UU. y Leopoldo Calvo-Sotelo lideraba España.

A diferencia de Museveni, Biya ha mantenido una figura distante del día a día político. Se ausenta con frecuencia y rara vez aparece en público. El año pasado estuvo 42 días desaparecido, desatando rumores sobre su salud. Para frenar las especulaciones, el gobierno censuró el debate público sobre su estado físico, declarándolo "asunto de seguridad nacional".

Camerún ha tenido solo dos presidentes desde su independencia. Bajo Biya, el país ha enfrentado un conflicto separatista en las regiones anglófonas, ataques de Boko Haram en el norte y estancamiento económico por corrupción y clientelismo.

En 2008, Biya también eliminó los límites de mandato. Su partido, el Movimiento Democrático Popular de Camerún (CPDM), lo apoya sin fisuras. Sin embargo, el panorama político se resquebraja: antiguos aliados se han distanciado y la oposición se moviliza de cara a las elecciones de octubre.

El peso del pasado, la urgencia del futuro

La permanencia de Museveni y Biya plantea una pregunta clave: ¿Cómo se renueva una nación si su liderazgo permanece congelado en el tiempo?

Ambos justifican su continuidad por la estabilidad y experiencia, pero sus largos mandatos han bloqueado el surgimiento de nuevos líderes, debilitado las instituciones democráticas y fomentado una cultura política basada en la lealtad personal. El contraste entre la edad de los mandatarios y la juventud de sus pueblos es tan simbólico como preocupante.

El golpe de Estado en Gabón en 2023, que acabó con la dinastía Bongo, es un recordatorio de que el inmovilismo tiene un límite. Cuando el poder se convierte en patrimonio personal, el riesgo de rupturas violentas aumenta. Lo ocurrido en Libreville fue un aviso para Museveni y Biya: perpetuarse sin renovar puede provocar un punto de quiebre.

Ninguno ha dado señales de preparar una sucesión ni de ceder espacio a nuevas generaciones. Su longevidad ha generado la ilusión de que son indispensables. Pero los regímenes sin transición suelen dejar un legado de inestabilidad. Sin plan de sucesión, sin partidos fuertes y con opacidad sobre su salud, el futuro en Uganda y Camerún es incierto. Son países con potencial económico y humano, pero ese potencial corre el riesgo de diluirse si no se abren caminos hacia el cambio político.