Guerra con Rusia

Dos meses de la encerrona de la Casa Blanca: la paz trumpiana regala Ucrania a Putin

La propuesta de la Casa Blanca parece un caballo de Troya del aparato militar ruso. Mientras, el presidente ruso se frota las manos

Dos meses después de la fatídica encerrona tendida al líder ucraniano, Volodímir Zelenski, en el Despacho Oval por el presidente estadounidense, Donald Trump, y sus acólitos, la relación entre ambos países sigue deshaciéndose lenta y peligrosamente como lo hace el núcleo de Chernóbil.

Desde entonces, nadie en la Casa Blanca ha ofrecido construir un armazón de cemento para proteger el este de Europa de la amenaza rusa. Muy al contrario. La última oferta de paz es una grieta que puede expandir la radiación de la guerra. Washington se lo ha ofrecido todo a Moscú, que ni siquiera fue capaz de respetar la tregua de Pascua anunciada por Vladimir Putin, y sigue bombardeando zonas residenciales indiscriminadamente.

Hasta hace cinco meses Kiev miraba al futuro con cierta confianza. El expresidente Joe Biden lanzaba todo el carbón a las calderas de la defensa ucraniana con ayudas militares mil millonarias. En la prensa y los medios estadounidenses, Ucrania era portada por su lucha encarnizada y por la hermandad histórica entre dos países que se independizaron de una potencia opresora (la URSS y la absolutista Corona Británica). I stand with Ukraine (Yo apoyo a Ucrania) era un lema que, junto a la bandera amarilla girasol y azul cielo, se podía ver incluso en el Empire State.

Sin embargo, bajo la nueva dirección de la Casa Blanca, el idilio terminó con el tenso enfrentamiento verbal de la reunión del 28 de febrero, cuyo objetivo era firmar un acuerdo sobre tierras raras y discutir la paz con Rusia. Como en un patio de escuela, la plana mayor trumpiana se lanzó sobre un Zelenski indefenso. Donald Trump lo acusó de ser un «desagradecido» y de «jugar con la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial». A continuación, el encuentro se canceló y la delegación ucraniana se marchó despertando a una nueva realidad.

Desde ese día, la desunión ha ido a peor, mientras el miedo a una paz forzada y sin garantías hace palidecer a los estrategas ucranianos y europeos, conscientes de que darle un respiro a Vladimir Putin es enfrentarse a un futuro tan incierto como el tiempo en el que logre rearmar y reponer su más que mermada maquinaria militar. Una paz sin garantías es como fumar junto a un bidón de gasolina. Según diversos analistas, eso es lo que busca el Kremlin. Por ello, no es de extrañar que el intento del pasado marzo para limar asperezas entre Kiev y Washington, Trump volviese a zarandear la relación tras exigir que Ucrania devolviese 300 mil millones de dólares en ayudas militares.

La peor cara de la caída en desgracia de la relación entre ambos países es la pésima oferta de paz estadounidense, que tanto los ucranianos como las potencias europeas han recibido como una bofetada con la mano abierta. Certifica sus peores temores. El plan de la Casa Blanca es la consecuencia de dos meses de desencuentros diplomáticos, en los que la Administración estadounidense ha cambiado los papeles del agresor y el agredido.

Consecuentemente, reconoce oficialmente a Crimea como parte de Rusia, establece un reconocimiento de facto del control sobre las zonas ocupadas de Luhansk, Donetsk, Jersón y Zaporiya, promete que Ucrania no podrá unirse a la OTAN, el levantamiento de todas las sanciones económicas y que la central nuclear de Zaporiyia pase a manos de Rusia y Estados Unidos.

¿Qué se lleva Kiev de la pax trumpiana? Migajas inestables. La propuesta de Washington les ofrece unas endebles «garantías de seguridad» de los países europeos sin la participación de Estados Unidos, el retorno de la pequeña parte ocupada por Rusia en la provincia de Járkov, y ciertas compensaciones y ayudas para la reconstrucción que, a simple vista, tiene más aspecto de negocio inmobiliario y de infraestructuras de las empresas estadounidenses que de ayudas para un país que ha sufrido una invasión militar.

Como era de esperar, Ucrania se ha negado a aceptar la propuesta, ahondando así la brecha entre los antiguos aliados. Más aún, el pasado miércoles Zelenski salió en la portada de The Wall Street Journal para declarar que se negaba a reconocer "legalmente la ocupación de Crimea". La respuesta del magnate neoyorkino no se hizo esperar y fue tan tajante como despectiva. Lo acusó de mantener una postura "incendiaria", bloquear las negociaciones de paz (en las que Ucrania no participa), y lo tildó de ser "un hombre sin cartas que jugar" que solo prolonga "el campo de la muerte".

Por otro lado, la oferta de Donald Trump tiene fecha de caducidad y viene acompañada de una intimidación incompatible con el largo proceso que supone la negociación de una paz duradera. Por ejemplo, la pactada entre Ricard Nixon y el Gobierno de Vietnam tardó seis años en fructificar en los Acuerdos de París (1973).

Las prisas de la nueva Administración fueron confirmadas por el vicepresidente, J.D. Vance, quien advirtió que, si no se logra un acuerdo pronto, Estados Unidos podría retirarse completamente de las negociaciones. Más aún, la creciente frustración en Washington también se hizo sentir en boca del secretario de Estado, Marco Rubio. "No vamos a continuar con este esfuerzo durante semanas y meses", declaró tras las conversaciones de París. Y amenazó con que pronto Trump podría centrarse en "otras prioridades".

En caso de que las negociaciones fracasen, el peor escenario sería una retirada de la ayuda militar y la inteligencia estadounidenses, ambas cruciales para el campo de batalla ucraniano. La diatriba es máxima porque la propuesta de la Casa Blanca parece un caballo de Troya en cuyo interior se esconde el aparato militar del Kremlin, mientras el neo-zar ruso se frota las manos viendo los desacuerdos entre los aliados, tal y como sucedió esta semana tras las negociaciones fallidas en Londres, después de que Rubio obligase a posponer las conversaciones con sus homólogos franceses, alemanes y del Reino Unido. Peor aún, su decisión estuvo determinada por un nuevo viaje a Moscú que dejó en la cuneta al ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, Andrii Sybiha.

Mientras, Zelenski sabe que no puede permitirse ningún desplante hacia la Casa Blanca, que sigue enfurecida por su apoyo al expresidente Joe Biden y a la campaña electoral demócrata. Por ello, conciliador y comiéndose el orgullo, el pasado miércoles escribió en sus redes sociales: "Ucrania ha reiterado que no excluye ninguna de las opciones que puedan conducir a un alto el fuego y a una paz real" para "detener las matanzas".

Algo que no parece preocupar al Kremlin, cuyos ataques se han intensificado. "No se respetan ni hospitales, ni edificios residenciales, ni trabajadores humanitarios, ni pacientes. En Ucrania, ningún aspecto de la vida cotidiana se libra de la guerra. No hay avisos, no hay lugares seguros, solo unos segundos entre la vida normal y la violencia extrema", afirmó Thomas Marchese, director de Médicos Sin Fronteras en el país.