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El dilema de Europa con Irán

El dilema de Europa con Irán
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A un año vista de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, Donald Trump ha decidido lanzarse a la reelección recurriendo a una temeraria campaña de medidas económicas y militares en todo el mundo, destinada a demostrar a sus votantes la decisiva supremacía mundial alcanzada por EE UU bajo su liderazgo.

En esta campaña se incluyen la abierta guerra comercial con China; la creciente tensión con Pyongyang; la rivalidad con Rusia; la deliberada desestabilización del conflicto palestino-israelí con el reconocimiento de Jerusalén como capital y el abandono del entendimiento con los aliados europeos.

La consigna «America First» se está convirtiendo en «America Only» como resultado de una peligrosa y perjudicial deriva en las relaciones exteriores impulsada por la Casa Blanca, cuyas consecuencias a medio plazo ningún analista sensato es capaz de vaticinar.

Es en este contexto donde adquiere toda su importancia la escalada en el conflicto con Irán, iniciado en 2018 con la retirada unilateral de EE UU del acuerdo alcanzado en 2015 que ponía fin militarización nuclear iraní. Con las últimas sanciones y el despliegue militar en el Golfo Pérsico, Washington no sólo pretende acabar con cualquier vestigio de hegemonía regional de Teherán en Oriente Medio, aspira a lograrlo obligando al resto de potencias (Rusia, China, Alemania, Reino Unido y Francia) a seguir sus pasos, si quieren evitar que sus empresas también sean sancionadas.

Ello ha generado un grave dilema político internacional en un momento crítico para la Unión Europea debido al Brexit, el conflicto con Rusia; el auge de los antieuropeístas y la guerra comercial con EE UU.

En efecto, resulta poco cuestionable que la desestabilización bélica de Oriente Próximo-Medio afecta directamente a la paz y seguridad de los países europeos y de sus fronteras, como se ha comprobado en los últimos años con la guerra civil en Siria y la instauración del Daesh. Por tanto, evitar la nuclearización militar de Irán constituye un objetivo estratégico para Bruselas y Moscú.

Al mismo tiempo, la dependencia energética de la UE le obliga a ampliar y diversificar sus fuentes de abastecimiento, incluyendo Rusia e Irán, con el fin de mantener su crecimiento económico a corto y medio plazo. En consecuencia, los perjuicios comerciales y energéticos del embargo a Irán en el pasado sólo se justificaron como un medio necesario para evitar un mal mayor: una nueva amenaza nuclear. Desaparecida –o al menos mitigada– esta amenaza tales sanciones carecían de utilidad y justificación. Si ahora las potencias europeas se someten a las exigencias de Washington, no sólo se corre el riesgo real de la restauración de la amenaza nuclear iraní, sino que provocarán a Moscú, estratégico proveedor energético.

Por el contrario, ignorar o incumplir las sanciones impuestas por la Administración Trump terminará perjudicando los inevitables vínculos tecnológicos, comerciales y financieros entre las grandes empresas multinacionales europeas y las norteamericanas, provocando otra crisis económica que nadie quiere.

Enfrentada a este dilema, parece que la UE, liderada por Francia y Alemania, sólo tiene una estrategia razonable: movilizar sus capacidades diplomáticas y económicas para articular un frente común con Rusia y China capaz de detener la extraterritorialidad de las sanciones impuestas por Washington, so pena de sufrir medidas similares para sus empresas establecidas en Europa. Al mismo tiempo, esta misma coalición de grandes potencias debería instar a Irán a cumplir el Acuerdo de desnuclearización con la advertencia restaurar las sanciones en caso de incumplimiento. Sin duda, esta respuesta conjunta es difícil de lograr diplomáticamente y arriesgada por sus efectos perjudiciales en caso de que fracase. Pero las alternativas, ya sea la inacción o las respuestas unilaterales, todavía son peores.

Catedrático de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid