Internacional

El populista López Obrador prepara su asalto al poder

El gran favorito en las encuestas promete cambiar de régimen si gana en los comicios del domingo.

El candidato izquierdista López Obrador saluda a más de cien mil seguidores en el cierre de la campaña, celebrado en el estadio Azteca de Ciudad de México
El candidato izquierdista López Obrador saluda a más de cien mil seguidores en el cierre de la campaña, celebrado en el estadio Azteca de Ciudad de Méxicolarazon

El gran favorito en las encuestas promete cambiar de régimen si gana en los comicios del domingo.

En México las elecciones las carga el diablo. Eso lo sabe bien Andrés Manuel López Obrador, de 64 años, líder de la coalición de izquierdas Juntos haremos historia, que se presenta por tercera vez a presidente de la república, esta vez como gran favorito en los sondeos por una diferencia de hasta 20 puntos. En 2006 perdió por un estrecho margen y no quiere que en esta ocasión la victoria se le vuelva a escapar. Por eso pidió en el cierre de campaña que todos los mexicanos acudan a las urnas para lograr una victoria rotunda que impida el fantasma del fraude.

AMLO, como se le llama en México, reunió la noche del miércoles a más de 100.000 seguidores en el estadio Azteca, en la capital mexicana, y allí proclamó una vez más que su advenimiento supondrá un cambio «radical y pacífico» que pondrá fin «al régimen autoritario y corrupto» del actual gobierno del PRI. Este domingo se celebran elecciones presidenciales, a las dos cámaras, regionales y locales, y el principal damnificado parece ser el PRI, el partido hegemónico que gobernó el país durante 70 años. Su candidato, José Antonio Meade, va tercero en los sondeos, hundido por la herencia de corrupción generalizada, violencia y desigualdad que deja el presidente Enrique Peña Nieto.

El hartazgo ante el sistema es tan grande que el miedo que hubo en las dos pasadas elecciones ante la posible llegada de un caudillo izquierdista como Obrador se ha diluido entre millones de votantes que ahora ven en él un mal menor. Sus seguidores más leales, en cambio, le consideran el único capaz de sacar a México de la crisis de seguridad en la que está viviendo desde hace años.

El encono hacia la clase política parece haber frenado también las aspiraciones del joven candidato Ricardo Anaya, líder de una coalición derechista que extrañamente incluye al PRD, una formación de izquierdas liderada en el pasado por el propio Obrador. Anaya ha abogado por el voto útil, pero sigue en la segunda posición en las encuestas, desgastado durante la campaña por una batalla fratricida contra el PRI, que le acusa entre otras cosas de haber lavado dinero. AMLO amplió su ventaja con el enfrentamiento de sus dos rivales, a los que califica de «la mafia del poder» y a cuyos partidos define burlonamente como el «régimen del PRIAN». Algunos sondeos indican que ni la suma de los apoyos que logren estos dos partidos derrotaría a Obrador, líder del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).

Obrador ha logrado convertirse en un candidato transversal, con el apoyo mayoritario de jóvenes, pero también de parte de las clases medias y especialmente de los habitantes del sur empobrecido del país, de donde él procede. Tras una larga refriega con grandes empresarios mexicanos durante la campaña (también ellos son la «mafia del poder»), éstos han asumido que AMLO es imbatible, por lo que las dos partes parecen haber alcanzado un pacto tácito de no agresión.

En el mitin multitudinario, Obrador prometió instaurar una política de austeridad, «sin lujos ni privilegios, reduciendo el salario de los altos funcionarios y adelgazando la burocracia. No buscará la unidad de un país fragmentado a cualquier precio. «No apostamos por la unanimidad ni el pensamiento único», dijo, pero prometió evitar «las represalias». «Será una transformación pacífica y ordenada, sin violencia».

AMLO también habló de implantar una constitución moral como instrumento de regeneración de la vida pública: «Repetiremos una y mil veces que sólo siendo buenos podemos ser felices». La personalidad mesiánica que le atribuyen muchos observadores le hace sostener que sólo con su ejemplo de honestidad servirá para reducir la corrupción en el país. «He conducido mi vida con rectitud y esa honradez es con la que queremos transformar México», insistió en el estadio Azteca. También atribuyó el éxito de su inminente victoria a la terquedad, ya que es la tercera vez que se presenta.

Para frenar la violencia del crimen organizado recordó que convocará a expertos y afectados para desarrollar un plan de acción. En México han muerto unas 200.000 personas en los últimos doce años en el contexto de la guerra contra el narco. Esta campaña ha sido especialmente violenta. En los últimos meses se han registrado más de 122 asesinatos de políticos municipales, regionales y candidatos, una cifra que deja al descubierto los terribles fallos de una democracia asediada por las organizaciones criminales y donde los niveles de impunidad llegan al 95%.

El Gobierno de Peña Nieto se ha visto incapaz de frenar esta situación. El presidente priísta llegó al poder en 2012 después de dos sexenios de gobierno del partido conservador, el PAN. Peña Nieto era un joven tecnócrata sin carisma dispuesto a oxigenar la imagen de su partido y adaptarlo a la era de la política mediática. En el primer año, logró aprobar el Pacto por México, un ambicioso e inédito plan reformista que cambió los sectores energético, financiero, laboral, telecomunicaciones, fiscal y educativo. Privatizó parcialmente la joya de la corona, Pemex, la petrolera estatal nacionalizada por Lázaro Cárdenas en 1938. «Si hubiera gobernado un solo año, Peña Nieto sería positivo porque aprobó reformas importantes para dinamizar la economía mexicana y reducir algunos privilegios de los sindicatos y las empresas», explica a LA RAZÓN Bruno Binetti, analista del «think tank» Inter American Dialogue. «Pero hace mucho que su Gobierno perdió el rumbo y la capacidad de iniciativa», añade.

Por si el país tuviera pocos problemas internos, hay que sumar la beligerancia de Trump hacia los migrantes mexicanos y la negociación del Tratado de Libre Comercio, que pende de un hilo y que debilitaría seriamente las exportaciones mexicanas.