Unión Europea

Farage, el hombre del caos

El ex líder del euroescéptico UKIP ha sido el catalizador de dos de los acontecimientos del año: la salida de Reino Unido de la UE y la victoria de Trump, quien le quiere como «parte del equipo»

El entonces líder del UKIP, Nigel Farage, celebra junto a su equipo la salida de Reino Unido de la UE el pasado 24 de junio
El entonces líder del UKIP, Nigel Farage, celebra junto a su equipo la salida de Reino Unido de la UE el pasado 24 de juniolarazon

El ex líder del euroescéptico UKIP ha sido el catalizador de dos de los acontecimientos del año: la salida de Reino Unido de la UE y la victoria de Trump, quien le quiere como «parte del equipo»

No hay lugar a dudas: el Brexit y la elección de Trump como presidente de Estados Unidos han sido los dos cataclismos de 2016. Cada uno ha tenido lugar en un extremo del Atlántico, pero hay un punto de unión: Nigel Farage. El que fuera líder del partido euroescéptico británico UKIP se ha convertido en protagonista absoluto de dos victorias que pasarán a los libros de historia. Fue precisamente su popularidad la que obligó al Gobierno británico a convocar un plebiscito que ha terminado con la relación entre Londres y Bruselas.

Vaticinó el triunfo del Brexit cuando nadie apostaba por esta opción y ganó. Apoyó al candidato republicano cuando su triunfo era inviable y volvió a ganar. Sí, no hay duda. Farage se ha convertido en objeto de estudio. Pero ¿quién se encuentra realmente detrás del personaje? Los primeros titulares los consiguió en 2010. «Tiene usted el carisma de un andrajo mojado y la apariencia de un empleado de banca de baja categoría». Las palabras que dedicó a Herman van Rompuy en pleno debate del Consejo Europeo le convirtieron en héroe de los grupos antisistema. Muchos le auguraron tan sólo los quince minutos de gloria, pero se equivocaron.

Cuatro años más tarde, el UKIP conseguía 24 eurodiputados en el Parlamento Europeo, más que cualquier otro partido británico, y un año después, en las elecciones generales de Reino Unido, lograba un primer escaño histórico en Westminster. Su mensaje antiinmigración y anti-UE ganaba cada día más adeptos, pese a que su propia mujer es alemana. «Precisamente por eso, sé los peligros que entraña pertenecer a una familia donde mandan los alemanes», explica cuando le preguntan por su animadversión por la Unión Europea.

Pero antes de continuar, un pequeño apunte. Cuando le exigieron que se disculpara por sus comentarios a Van Rompuy, pidió su sincero perdón «a los empleados de banca por haberlos comparado» con el entonces presidente del consejo europeo.

Farage es un personaje atípico. Desafía todas las normas que se podrían aplicar a los políticos de Westminster. Él mismo ha reconocido en alguna ocasión que no se ve a sí mismo como un político: «En realidad soy un hombre de negocios. Apoyé Margaret Thatcher, creí en Ronald Reagan, creo en el libre mercado, en un gobierno pequeño, en el trabajo duro y en un sistema tributario que no castigue a los que les va bien en la vida». El alegato, así dicho, suena a música celestial en los círculos «tories» a los que él perteneció. Su carrera en el Partido Conservador era prometedora, pero la abandonó cuando John Major firmó el tratado de Maastricht en 1992. Farage vio aquello como una profunda traición y con el propósito de evitar la «catástrofe», cofundó en 1993 el UKIP. Entonces tenía sólo 29 años, pero ya había acumulado una gran fortuna durante su paso por la City, donde empezó a trabajar a los 18 años. Ir a la universidad siempre lo vio como una pérdida de tiempo.

Con 21 años, tras una noche de borrachera fue atropellado por un coche. Clare Hayes, la enfermera que le cuidó, acabó convirtiéndose en su primera esposa y madre de sus dos hijos. Pocos meses después del accidente, también estuvo a punto de morir por un cáncer de testículos. El doctor le dijo: «Después de experiencias como esta, los pacientes o se cuidan al máximo o viven al límite, y usted parece ser que va a pertenecer al segundo grupo». No se equivocó.

Su vida personal sufrió tantos cambios como su carrera profesional. Tuvo dos hijas con la alemana Kirsten Mehr, quien en 1999 se convirtió en su segunda esposa. Y sus apariciones en televisión comenzaron a ganar adeptos. Su gran habilidad para los discursos –ya fueran delante de una cámara o en la calle– le convirtieron en líder de la formación en 2006. Cuando terminó el colegio, sus profesores ya vaticinaron que se echaría mucho de menos su carisma.

En 2010, cuando hacía campaña para las elecciones generales tuvo su tercer episodio con el más allá. La avioneta en la que viajaba camino a un mitin se estrelló. Nadie sabe cómo pudo salir vivo. Tras algunas semanas de rehabilitación, volvió al pub. Le gusta beber y no lo oculta. Eso sí, prefiere no hablar de su infancia. Su padre alcohólico abandonó el hogar cuando él sólo tenía cinco años.

Sus orígenes, por tanto, poco o nada tienen que ver con los de Donald Trump, pero entre ambos se ha creado una relación especial que trae de cabeza a Downing Street. Farage se convirtió en el primer político en ser recibido por el republicano tras su victoria y ahora el magnate norteamericano quiere que el euroescéptico sea el embajador británico en Estados Unidos. Farage estuvo muy involucrado con la campaña de Trump desde la convención republicana en julio. Es más, sus estrategas estuvieron asesorando al hoy presidente electo hasta el punto de que Trump utilizó por sugerencia suya «Cambridge Analytica», la misma compañía de datos que el euroescéptico empleó durante su campaña del Brexit.

El eurófobo fue el único político británico que mostró públicamente su total apoyo al magnate estadounidense y, aunque desde Downing Street se ha repetido por activa y pasiva que el puesto de embajador británico en EEE UU no está vacante, Trump asegura que Farage es el candidato perfecto y lo cierto es que cada vez más «tories» son los que presionan a Theresa May para que cuente con él como puente con Washington.