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Análisis

Gaza: entre el abismo humanitario y las garras del terror: un análisis geopolítico

Criticar las acciones del gobierno de Netanyahu no es ser anti-israelí, y mucho menos antisemita. No todo vale para acabar con una amenaza terrorista

El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu RONEN ZVULUN / POOLEFE

La Franja de Gaza es, una vez más, en el epicentro de una conflagración que desgarra no solo sus entrañas, sino también la conciencia de una comunidad internacional a menudo perpleja, cuando no directamente impotente o cínicamente calculadora. A mayo de 2025, la situación ha trascendido la mera crisis para adentrarse en los dominios de una catástrofe humanitaria y militar de dimensiones apocalípticas, cuyas ondas expansivas reverberan en las cancillerías de medio mundo y en los debates más encendidos sobre la naturaleza del conflicto, la legitimidad de las respuestas y la instrumentalización del sufrimiento.

El detonante de esta última espiral de violencia, como es tristemente sabido, fue el execrable y cobarde ataque terrorista perpetrado por Hamás el 7 de octubre de 2023. Aquella jornada infausta, en la que más 1.200 almas, en su mayoría civiles israelíes, fueron vilmente asesinadas, y más de 250 secuestradas. Aquel compendio de crueldad y monstruosidades no solo constituyó un acto de barbarie terrorista en sí mismo, sino que pretendía provocar la lógica reacción defensiva del Estado de Israel, Hamás tenía como objetivo prolongar al máximo el conflicto y convertirlo en punto de inflexión en la ya de por sí convulsa historia de la región.

La respuesta del Estado de Israel, enmarcada en una guerra declarada contra una organización terrorista –así designada por actores clave como Estados Unidos y la Unión Europea–, ha sumido a Gaza en una vorágine de bombardeos masivos, incursiones terrestres y severísimas restricciones al flujo de asistencia vital, precipitando una crisis humanitaria cuya magnitud desafía cualquier parangón reciente y a la que se puede y debe poner fin inmediatamente.

En este complejo y doloroso escenario, el análisis riguroso exige una aproximación que rehúya tanto la simplificación maniquea como la parálisis analítica ante la propaganda. Expertos citados por medios del prestigio del Wall Street Journal (15 de abril de 2025) han puesto de manifiesto que Hamás ha inflado y exagerado estas cifras, sin distinguir entre combatientes y no combatientes, con el objetivo de amplificar una narrativa de victimización que sirva a sus espurios intereses. No obstante lo anterior, la tragedia de Gaza es algo que la humanidad no puede ignorar, es un desgarro del alma de cualquiera que pretenda tenerla.

La tragedia humanitaria es dramáticamente innegable y palpable. Cerca de 1,9 millones de personas, el 90% de la población gazatí, han sido desplazadas, muchas de ellas en múltiples ocasiones, según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA). Desde marzo de 2025, la situación se ha tornado aún más crítica con el bloqueo casi total de la ayuda humanitaria, una medida que, según la UNRWA, ha dejado a la agencia con exiguas reservas alimentarias y ha empujado a la totalidad de los 2,1 millones de habitantes de la Franja a una situación de inseguridad alimentaria aguda, con proyecciones de hambruna catastrófica (nivel 5 de 5) para cerca de medio millón de personas para septiembre de 2025.

Sin embargo, la narrativa sobre la crisis alimentaria se torna aún más sombría y compleja al considerar dos realidades paralelas que a menudo se omiten o se tratan con una irresponsable y peligrosa superficialidad. En primer lugar, la sistemática confiscación de una porción considerable –hasta un 60%, según fuentes de seguridad israelíes y reportajes de investigación como el del Wall Street Journal (10 de marzo de 2025)– de la ayuda humanitaria por parte de la propia Hamás. Esta repugnante práctica persigue un doble objetivo: por un lado, someter a la población civil mediante el control férreo de las provisiones, distribuyéndolas selectivamente para asegurar lealtades y castigar disidencias; por otro, asegurar el sustento y privilegio de sus cuadros, milicianos terroristas y sus familias, tal y como atestiguan gazatíes anónimos a medios como France 24 (20 de abril de 2025). En segundo lugar, la depredación de los convoyes humanitarios por parte de grupos criminales organizados que, aprovechando el caos imperante, sustraen bienes esenciales para su venta en el mercado negro a precios exorbitantes –un saco de harina llegando a costar 200 dólares, frente a su valor original de 10. ¡¿Puede concebirse mayor abominación moral que el robo y la manipulación de la ayuda destinada a paliar el sufrimiento extremo?!

La destrucción de la infraestructura es igualmente sobrecogedora: el 92% de las viviendas dañadas o destruidas, según UNOSAT (agencia que a diferencia de UNRWA goza de gran credibilidad), y un sistema sanitario al borde del colapso total, con apenas una decena de hospitales funcionando precariamente. La falta de combustible, en parte desviado por Hamás para sus fines terroristas y de compra de voluntades, estrangula el suministro de agua y la gestión de residuos, exacerbando gravemente el riesgo de epidemias. Y en medio de este pandemónium, 660.000 niños se ven privados de toda escolarización y atención médica primaria, con un futuro hipotecado o simplemente, sin futuro alguno.

En el plano militar y político, las operaciones israelíes se han intensificado desde marzo de 2025, con el objetivo declarado por el gobierno de Netanyahu de "destruir a Hamás". Estas operaciones, que han incluido nuevas órdenes de evacuación masiva, son objeto de severas críticas por parte de la comunidad internacional, que las considera posibles violaciones del derecho internacional humanitario. Es imperativo subrayar que no todo vale para acabar con una amenaza terrorista, las democracias sólo honran su alma democrática respetando los derechos humanos incluso de quienes la quieren destruir.

No se puede, ni se debe, banalizar la tragedia de la población civil palestina, ni la magnitud de la destrucción en Gaza. Criticar las decisiones y acciones del gobierno de Netanyahu, y de la mayor parte de sus aliados extremistas que hasta hace muy poco eran considerados elementos marginales de la política israelí, no es, ni remotamente, ser anti-israelí, y mucho menos antisemita; es ejercer un juicio crítico sobre políticas concretas que pueden tener consecuencias devastadoras para la población civil de Gaza (y de Cisjordania) y muy contraproducentes incluso para la propia seguridad a largo plazo del Estado Israel.

Por su parte, Hamás, además de su responsabilidad inexcusable en el desencadenamiento de esta guerra con su masacre del 7 de octubre, persiste en su estrategia de instrumentalización de su propia población y continúa lanzando ataques esporádicos. La liberación del soldado estadounidense Edan Alexander el 12 de mayo de 2025, parece más un gesto calculado hacia Washington que un indicio de progreso real en la liberación de todos los rehenes, cuyo cautiverio prolongado constituye un crimen abominable. Es fundamental, además, no ignorar las crecientes manifestaciones, aunque brutalmente reprimidas, de descontento popular dentro de Gaza contra la barbarie de Hamás, un fenómeno que muchos medios internacionales, particularmente en España, tienden a soslayar.

La respuesta internacional ha sido insuficiente, y la acusación del primer ministro Netanyahu a Canadá, Francia y el Reino Unido de incitar el antisemitismo, es un disparate y políticamente inadmisible. Cuando alguien intenta prolongar la reacción contra un monstruoso ataque terrorista por motivos de interés personal no puede pasar al siguiente estadio del dislate de considerar que todo el que lo critique a él y sus condenables decisiones, sean antisemitas o anti israelíes. Netanyahu no representa el alma de Israel, o de la rica, admirable, y amenazada civilización judía, y cuyo futuro, él ha sometido a nuevos e insondables riesgos por defender sus intereses personales. No puede haber nada más censurable moralmente que esto, cometer atrocidades humanitarias (NO genocidio, no es un genocidio, NO banalicemos la tragedia humana que han sido los genocidios, esto en sí mismo constituye un acto de barbarie intelectual sin límites) para beneficio propio, judicial o político, es inadmisible y execrable.

Por otra parte, mientras la ONU condena el bloqueo israelí, su capacidad para asegurar la distribución equitativa de la ayuda y para señalar inequívocamente la responsabilidad de Hamás en su confiscación francamente un escándalo. Como lo es ocultar o condonar que la UNRWA y algunos de sus empleados fuesen abierta y activamente terroristas de Hamás. ¡Qué vergüenza! Y eso se paga con nuestros impuestos, por cierto.

La administración estadounidense del presidente Trump, si bien ha provisto apoyo militar a Israel, también ha mediado en la liberación de rehenes y, recientemente, tanto el presidente como su secretario de Estado, Marco Rubio, han elevado la voz sumándose a otros líderes mundiales para pedir el fin del bloqueo, mostrando una creciente preocupación por la crisis humanitaria.

Las implicaciones a largo plazo de esta tragedia son desoladoras. La reconstrucción física de Gaza requerirá décadas y decenas de miles o incluso centenares de miles de millones de euros. Sin embargo, la reconstrucción del tejido social y la sanación del trauma colectivo, exacerbado por la opresión interna de Hamás y la prolongación injustificable de las operaciones militares, representan un desafío aún mayor. La desesperación es un caldo de cultivo para la radicalización, un peligro extremo (no solo para Israel, sería importante que lo reconociese de una vez el actual gobierno, el yihadismo es el implacable enemigo común de todos nosotros no solo de Israel) que solo una solución que implique una paz justa, global y duradera podría significar el fin de esta desgarradora tragedia para Israel y los palestinos y por extensión de la región y del resto del mundo.

En conclusión, la situación en Gaza a mayo de 2025 es un abismo que amenaza con engullir cualquier esperanza de paz y estabilidad regional. Las responsabilidades son distintas y diferenciadas por su naturaleza y escala. Israel tiene la obligación de conducir sus operaciones militares en estricto cumplimiento del derecho internacional y de garantizar el acceso de la ayuda humanitaria sin obstáculo alguno. Hamás, como organización terrorista, no solo es responsable del inicio de este infierno, sino que su cínica manipulación de la ayuda y su desprecio por la vida de su propio pueblo la convierten en un obstáculo fundamental para cualquier solución.

El horripilante asesinato de los inocentes funcionarios de la embajada israelí en Washington es una señal muy clara de que el antisemitismo y la judeofobia siguen cabalgando con inmensa fuerza. Las exigencias al primer ministro Netanyahu de respetar el derecho internacional humanitario no se pueden considerar el detonante de estos horrendos crímenes. Si se ignora esta realidad solo estaremos alimentando al monstruo yihadista.