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La crisis del Estado-nación
Hoy en día casi todo el mundo está de acuerdo en que la «derecha populista» (o «antiliberal») está en alza en toda Europa. ¿Por qué está sucediendo esto? ¿Debemos suponer que la tendencia se estancará o, por el contrario, que se reforzará?
Mi opinión es que la actual crisis (que no estalló precisamente ayer sino que se ha venido incubando desde hace 15 o 20 años) es el resultado de tres tendencias que, de una manera o de otra, reflejan el debilitamiento del concepto tradicional de nación-Estado.
En primer lugar nadie puede subestimar la inmigración. Durante cinco siglos Europa fue un continente que diseminó su población a los cinco continentes y desarrolló sus tradiciones culturales. Las naciones europeas han sido «naciones históricas», en el sentido que daba Herder a esta expresión, y no producto de un proceso de «construcción nacional» como las repúblicas americanas. Por ello el influjo de los inmigrantes –primero población de las antiguas colonias como en los Países Bajos en los sesenta, luego trabajadores desde los Balcanes y Turquía a Alemania desde los 70 en adelante, y ahora refugiados desde todas partes– ponen a prueba los fundamentos de los sistemas sociales de Europa. El principal problema aqui es que los «derechos humanos» tienden a sustituir a los «derechos del ciudadano», y cada vez más gente no entiende (o no está de acuerdo) en que sus sistemas de seguridad social deban ser usados para mantener a inmigrantes que no tienen intención de integrarse en las sociedades a las que han llegado. La disparidad entre los que pagan sus impuestos y contribuyen a la «riqueza de la nación» y los que se benefician de ellas parece que es la primera y la más importante causa de malestar.
En segundo lugar, la inmigración desde fuera de Europa, que repuntó extraordinariamente en los noventa, coincidió con la etapa más radical de integración al crearse la zona de libre intercambio de viajeros en
1995, el euro en 1999 y al llevarse a cabo dos ampliaciones poco después del año 2000. Una vez más, la gente se vio amenazada por la subida de precios, el aumento de la competitividad en el mercado laboral y la regulación unificada. Muchos creen que sus propios gobiernos se quedaron sin poderes y que las políticas paneuropeas favorecen el liberalismo, la apertura de fronteras y, también, la inmigración. Aquellos cambios dramáticos que Europa llevó a cabo deberían haberse extendido en más tiempo y los comprensibles traumas que provocaron han contribuido a la reaparición de sentimientos nacionales (no los llamaré nacionalistas) que se han convertido en un caldo de cultivo favorable para la derecha populista. También diré que las élites son más cosmopolitas de lo que los ciudadanos normales permiten y, por tanto, la gente ha empezado a buscar políticos menos sofisticados que dan respuestas sencillas (y simplistas) a respuestas difíciles.
En tercer lugar, no solo la inmigración se ha intensificado en recientes décadas y no solo el poder se ha desplazado desde las capitales nacionales a Bruselas. El advenimiento de la sociedad de la información ha tenido un precio: el aumento de la propaganda tanto dentro como fuera de Europa. Dentro, las personalidades autoritarias, desde Berlusconi a Orbán, vieron que la carta nacionalista abre caminos a formas de poder que pueden ser usadas para el propio enriquecimiento y, así, se crean radicales que permanecen en lo más alto del escalafón. Fuera de Europa, Rusia –que se convirtió en un país repentinamente prospero debido a la subida de los precios en el mercado energético– apoyó la aparición de «líderes fuertes» y restauró la agenda geopolítica del siglo XIX chantajeando a Europa apoyó a aquellos que o están atemorizados por los cambios recientes o están deseando llegar al poder gracias al gusto que la gente tiene por alguien dispuesto a usar la «mano dura». El éxito de Trump consolidó esta tendencia, mostrando en teoría que una Europa «débil» y «postmoderna» contra una Europa y unos Estados Unidos «fuertes» y «atrevidos».
Estas tres circunstancias dan forma a la voluntad de los pueblos de aprovechar todas las ventajas de una economía globalizada viviendo al mismo tiempo en sociedades totalmente tradicionales tanto a nivel cultural como étnico. Esta voluntad no es algo ilusorio ya que los europeos disfrutaron de este tipo de vida durante generaciones. En este sentido puede traerse a colación la «primera globalización» de principios del siglo XX, cuando su dominio en todo el globo coexistió perfectamente con todas las peculiaridades culturales y nacionales. Por lo tanto no creo que la presente crisis sea accidental y solo podrá superarse cuando los tres problemas mencionados sean solucionados adecuadamente.
En primer lugar, los políticos deben entender que las sociedades deben ser gobernadas en base a razonamientos racionales y no mediante principios puros de «humanismo». El auge de la derecha populista no podrá frenarse hasta que el problema de la inmigración se resuelva, ya sea reduciéndose drásticamente o explicando la necesidad económica de que exista de manera que la gente la entienda y la acepte.
El desarrollo de la Unión Europea debe convertirse en una prioridad con el objetivo de estimular la inmigración interna por encima de la exterior. Si hay una fuerte demanda de «nación» y «estado», la UE sólo podrá sobrevivir si se convierte en una nación y un estado y deja de ser una cuerpo supranacional externo que obliga a los estados existentes a implementar sus directrices. Y, finalmente, deben ser tomadas cuanto antes medidas radicales para evitar la interferencia en la política europea desde fuera de la Unión Europea. ¿Suenan todas estas ideas realistas? No estoy seguro. Pero estoy convencido de que el auge de las derechas populistas nacionales no es en modo alguno accidental y que aquellos que piensan que «de alguna manera» se solucionará solo, están peligrosamente equivocados. El problema existe, están creciendo y sería más que un crimen no reconocerlo.
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