Violencia racista
La Dallas que vio JFK
Definida por muchos como la ciudad del odio, la capital tejana fue escenario del magnicidio que conmocionó al mundo en 1963, un crimen que confirmó su total radicalismo
Definida por muchos como la ciudad del odio, la capital tejana fue escenario del magnicidio que conmocionó al mundo en 1963, un crimen que confirmó
su total radicalismo.
En Dallas, una de las grandes ciudades de Texas, se ha prendido la mecha del odio. Cuando aparecen esas dos palabras juntas, «Dallas» y «odio», resulta inevitable pensar que no se ha avanzado nada y que algo de lo que sucedía en 1963 pervive en esa ciudad.
John F. Kennedy llegó a Dallas el 22 de noviembre de 1963. No era un viaje más, porque trataba de acabar con las discrepancias que había entre dos fuerzas tejanas en el Partido Demócrata, con un enfrentamiento muy sonoro entre el vicepresidente Lyndon B. Johnson y el gobernador John Connally. Kennedy quería poner orden a una situación, pensando sobre todo en que un año más tarde había unas elecciones y quería volver a presentarse para alcanzar un segundo mandato.
Pero el mal ambiente se venía fraguando desde hacía tiempo, sobre todo por las fuerzas más conservadoras y radicales de la ciudad. Poco antes de la llegada del presidente, uno de los hombres fuertes de la administración, Adlai Stevenson, embajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, había sido agredido e insultado por un grupo de manifestantes. A la luz de los hechos, la revista «Time» calificó Dallas en un titular de «una ciudad en desgracia». Entre la gente que promovía esa mirada de odio con un evidente componente racista destacaba un ruidoso militar: el ex general Edwin Anderson Walker. Para Walker, Kennedy estaba demostrando ser un inflexible ante el peligro –es un decir– del comunismo. Pero es que al presidente de Estados Unidos no le había gustado nada que el militar tratara de lavar el cerebro de sus tropas con mensajes radicales, propios de la John Birch Society, una entidad ultraconservadora. Enfadado, el nefasto personaje se instaló en Dallas, donde fue recibido con todos los honores, con un exultante alcalde incluido en la recepción.
Un atentado frustrado
Walker y sus seguidores sostenían que JFK se estaba cargando el sistema de vida estadounidense, promoviendo políticas que apoyaban a minorías. De esta manera sospechaban que el país iba camino de la quiebra. Pero cuando se incita el odio, la respuesta puede ser parecida. Así se entendió el 10 de abril de 1963, cuando alguien disparó con muy poca fortuna contra Walker. Tiempo después se supo que la persona que había tratado de atentar contra él se llamaba Lee Harvey Oswald, el mismo hombre que el 22 de noviembre de ese año volvería a usar un rifle en Dallas. El racismo aparecía en la ciudad incluso en las iglesias. Wallie Amos Criswell era el pastor de la Primera Iglesia Baptista de Dallas. Criswell impulsaba el fanatismo y el odio contra los derechos civiles que lideraban el pastor Martin Luther King jr.: «¡Dejen que se integren! ¡Dejen que lleven sus sucias camisas y hagan sus bellos discursos! ¡Pero todos ellos son unos infieles que están muriendo de cuello para arriba!». Había mucho más. En la década de los años 20, Dallas había sido la sede nacional del Ku Klux Klan, con desfiles por las principales calles de la ciudad tejana. La segregación racial continuaba en los autobuses y muchos lugares públicos, donde todavía podían verse los carteles de «Sólo blancos» y «Sólo negros», signos del retroceso social en el que vivía Texas.
En enero de 1963, King llegó a Dallas para hablar ante un público formado por blancos y negros. En su intervención, el reverendo y líder de la lucha por los derechos civiles aplaudió las políticas que se estaban realizando desde la Casa Blanca para acabar con los problemas raciales, «especialmente si la comparamos con la anterior administración», en referencia a Dwight Eisenhower. «Es un inicio», dijo King mientras un grupo de agentes buscaba una supuesta bomba en el auditorio. «Si el sueño americano es ser una realidad, la idea de la supremacía blanca debe llegar a su fin ahora», proclamó el futuro Premio Nobel de la Paz a las 2.500 personas que lo escucharon ilusionados.
Cuando el avión presidencial aterrizó el 22 de noviembre de 1963 en Love Field –es decir, Campo del Amor–, la ciudad de Dallas amaneció cubierta de carteles en los que aparecía la imagen de Kennedy de frente y de perfil, como si fuera el viejo Oeste, bajo el lema «Se busca por traidor». Detrás de ese panfleto, del que se cree que se repartieron unos 5.000 ejemplares, estaban entidades ultracoservadoras que aseguraban que el joven presidente estaba vendiendo el país a los negros y comunistas. Ese mismo día habían publicado una página en el «Dallas News», el segregacionista diario de la ciudad, en la que criticaban todos los avances civiles y sociales propulsados por la Nueva Frontera.
Cuando la limusina presidencial recorrió las calles de Dallas, todo eso se había volatizado. La gente aplaudía entusiasmada. «Señor presidente, no podrá decir usted que Dallas no le quiere», dijo la mujer de Connally. Kennedy sonrió ante esa frase. Luego el vehículo giró hacia la plaza Dealy. Inmediatamente después comenzó el tiroteo.
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