Disturbios
La represión acalla a Hong Kong
El desalojo violento por parte de las Fuerzas de Seguridad deja 72 heridos. Las marchas consiguen aplazar el debate en el Parlamento sobre la ley de extradición a China, pero la jefa del Ejecutivo mantendrá la polémica legislación.
El desalojo violento por parte de las Fuerzas de Seguridad deja 72 heridos. Las marchas consiguen aplazar el debate en el Parlamento sobre la ley de extradición a China, pero la jefa del Ejecutivo mantendrá la polémica legislación.
Hong Kong no se rinde. Una vez más, sus ciudadanos volvieron a salir ayer a la calle para impedir que siguiera adelante el proyecto de ley de extradición que la ex colonia británica tiene entre manos aprobar próximamente. Pero la jornada, que empezó pacíficamente, se torció cuando la Policía comenzó a desalojar a los asistentes a golpe de porra, balas de goma y gas lacrimógeno. Ni los rezos ni los cánticos –aleluyas incluidos– que habían coreado antes frente a los uniformados que permanecían apostados a las puertas de la Cámara, iban a ayudarles frente a los proyectiles de goma. A primera hora de ayer, los manifestantes comenzaron a llegar a las inmediaciones del Parlamento local con un objetivo claro: bloquear sus accesos para evitar que los legisladores llegaran a sus puestos de trabajo y procedieran con una propuesta que consideran que acabará con sus libertades. Su perseverancia tuvo recompensa y, ya entrada la mañana, el Ejecutivo anunció que posponía el proceso de votación ante la imposibilidad de llevarlo a cabo, dando paso al júbilo entre miles de asistentes que no se hacían a la idea de cómo iba a terminar la jornada. «Estoy emocionado», aseguraba al oír el anuncio Justin, un estudiante de marketing de 18 años. El joven matizaba sus palabras, «me siento bien, pero no lo estaré del todo hasta que el Gobierno lo cancele». Hasta entonces, el espíritu reinante recordaba al vivido en ese mismo escenario hace cinco años, cuando la Revolución de los Paraguas tomó esas calles durante 79 días para reclamar mayor democracia y libertad. Pero, en esta ocasión, los agentes no estaban por la labor de permitirles quedarse y decidieron acabar con la protesta con mano dura. Las esperanzas de Justin se difuminaron con los gases lacrimógenos que comenzaron a usar las Fuerzas de Seguridad minutos después.
El desalojo, que se saldó con al menos 72 heridos y algunos de ellos graves, comenzó desde las puertas del Parlamento y se extendió hacia las calles de alrededor hasta conseguir dejar toda la zona despejada. En su camino para disuadir a los manifestantes, la Policía utilizó gas lacrimógeno, gas pimienta y balas y pelotas de goma. Cuando se oía un disparo, una bomba de humo lo acompañaba y la multitud –cubierta de la cabeza a los pies y con mascarillas y gafas de plástico–, retrocedía mientras se avisaban unos a otros. Las escenas de jóvenes en la veintena llorando por el picor de los gases se sucedían en cada esquina, donde se habían habilitado puestos temporales de primeros auxilios. El suero y las mascarillas pasaban de mano en mano y, cuando había alguna otra necesidad, se materializaba en segundos. La mayoría de los asistentes no lograba entender cómo la Policía, que supuestamente les debía proteger, actuaba de esa manera. Al respecto, el jefe de la Policía de Hong Kong, Stephen Lo, indicó que «los manifestantes habrían utilizado barras de metal para pegar a nuestros colegas». Lo cierto es que una vez disuelta la protesta –a última hora de ayer todavía quedaban centenares de jóvenes en Central, corazón financiero de la ciudad– buena parte del mobiliario urbano, con vallas y adoquines incluidos, había quedado destrozados. Para Amnistía Internacional, «la Policía se aprovechó de los actos violentos de una pequeña minoría como pretexto para usar la fuerza excesiva contra la gran mayoría de los manifestantes pacíficos». Y mientras los hongkoneses corrían delante de sus Fuerzas de Seguridad, la jefa del Ejecutivo, Carrie Lam, que el domingo ya dejó claro que continuará adelante pese a la multitudinaria manifestación contra la ley que logró reunir a más de un millón de personas, tachaba los incidentes de «disturbios» organizados. La dirigente pidió la vuelta al orden, se mantuvo «firme en que es lo correcto» y acusó a ciertas personas de usar «asuntos que involucran al Gobierno central y al de Hong Kong para incitar la confrontación».
Sin embargo, no adelantó la nueva fecha para votar una norma que, según el Ejecutivo, servirá para cerrar algunas lagunas legales y evitar que la ciudad sea un refugio para criminales. Todo lo contrario de lo que piensa gran parte de la población hongkonesa. Por eso, desde que se comenzó a hablar de esta ley, se han sucedido las protestas. En ellas han estado presentes profesionales de sectores muy diversos que temen que, a partir de su aprobación, alzar la voz contra Pekín les ponga en el punto de mira de las autoridades chinas. Para ellos, las enmiendas hechas al proyecto en febrero no son suficientes.
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