Historia

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Sergio Mattarella, el moderador clave

La Razón
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Italia afrontará un nuevo cambio de Gobierno, el número 64 en sus 70 años de historia republicana. Parece mentira que un país de gran relevancia internacional tenga, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, este constante vaivén de Ejecutivos. ¿Esto significa que los italianos todos los años votan en unas elecciones generales? En absoluto. Aunque es cierto que entre generales, autonómicas, locales y europeas los italianos acuden regularmente a las elecciones; el país con forma de bota se encuentra tan sólo en la legislatura número 17 desde 1946. Pero: ¿Cómo se ha conseguido, en todo este tiempo, una cotidianidad política en el país, año tras año? ¿Quién es la figura clave en la efectiva gobernabilidad de Italia? La respuesta está en la figura clave del jefe del Estado, el Presidente de la República, hoy Sergio Mattarella (Palermo, 1941). A diferencia de otros jefes de Estado europeos, el italiano tiene muchísimo más margen de maniobra para encomendar un Gobierno que garantice la estabilidad. Esto explicaría cómo, pase lo que pase, la economía transalpina no suele contagiarse en exceso por lo que ocurra en los palacios del poder. La vida cotidiana, los mercados y la economía, van por un lado. La política, por otro.

Vuelve a surgir, así pues, la figura del presidente de la República como líder sosegado que sabe lidiar con los mayores arribistas de la política italiana. En el momento de «subir al Palacio del Quirinal», tal como se dice en la jerga periodística italiana, cualquier presidente del Gobierno italiano es más consciente, aunque sea formalmente, que hay alguien por encima de él. Aunque se trate del mismísimo Silvio Berlusconi. Luego, como es lógico, del Quirinal también se baja uno.

El papel que está teniendo estos días Sergio Mattarella, también lo tuvo en su momento Giorgio Napolitano (Nápoles, 1925) el único presidente de la República en haber sido nombrado dos veces debido al contexto extraordinario en el que se encontraba Italia en 2013, para variar. En sus mandatos, tuvo que gestionar la debacle de Berlusconi, la elección del Gobierno técnico de Mario Monti y el paso de Enrico Letta y Matteo Renzi. Pero viendo la situación de hoy, es inevitable pensar en la película «Il Gattopardo» (Visconti, 1963) donde se aseguraba que en Italia, al fin y al cabo, «todo cambia, para que nada cambie».

Sorprende muchísimo que en un país tan dinámico y a la vez anquilosado, pueda haber una figura –alta y conciliadora– que consigue, como un director de orquesta, armonizar el país de la retórica y acercar voces tan disonantes. Pero eso viene de atrás, tras el final del último conflicto mundial, los protagonistas políticos de la posguerra serán los antifascistas: principalmente los democristianos y los comunistas, opuestos donde los haya. Una vez apartada la mala experiencia dictatorial mussoliniana, juntos determinarán la importancia de una figura «super partes», por encima de las partes, que pueda guiar con estabilidad los Gobiernos democráticos de Italia. Lo mucho que acertaron.