China
Trump pierde en Europa, pero gana en EE UU
Los bandazos en política exterior de la Casa Blanca responden a una estrategia de cara a las legislativas de noviembre para reconquistar el apoyo de las bases que encumbraron al magnate. Aunque pueda mantener el control del Congreso, pagará un alto precio en la arena internacional.
Los bandazos en política exterior de la Casa Blanca responden a una estrategia de cara a las legislativas de noviembre para reconquistar el apoyo de las bases que encumbraron al magnate. Aunque pueda mantener el control del Congreso, pagará un alto precio en la arena internacional.
¿Qué une Pyongyang con Washington D.C. y Teherán? Obviamente, el acuerdo nuclear que cercene las aspiraciones del Kim Jong Un, y del otro lado el ya terminal pacto con Rusia, China, Francia, Alemania e Irán. La realidad, sin embargo, resulta más prosaica. La Casa Blanca, acuciada por la sombra ácida del «impeachment» y la investigación del «Rusiagate» por el fiscal especial, Robert Mueller, necesita blindar sus posiciones frente a unos comicios a cara de perro. El Congreso renovará sus 435 escaños, y el Senado 35 de 100. A día de hoy los republicanos son mayoría en las dos cámaras, pero su primogenitura está seriamente en peligro. Para entender las acciones en política exterior de la Casa Blanca conviene auscultar las sístoles de la política doméstica. El tablero geoestratégico se juega, ahora mismo, en los colegios electorales de EE UU.
Y lo cierto es que el presidente estadounidense ha cosechado innegables éxitos domésticos, principalmente de índole económica, con su llamada al «America First». Durante su primer año en la Casa Blanca, el Dow Jones ha registrado 70 máximos históricos logrando subir 5.000 puntos en un solo ejercicio por primera vez. El presidente ha liderado una rebaja en el tipo medio que pagan las empresas hasta el 21%, lo que ha provocado un aumento de la confianza y una bajada significativa del paro. Además, durante los cuatro trimestres de 2017, el PIB de la primera economía mundial ha crecido un 3% más respecto al anterior trimestre.
Sin embargo, el presidente no tiene nada claro el desenlace de las legislatvas. Cada discurso y cada palabra, cada anuncio y cada iniciativa, avanzan propulsados por los intereses electorales de un Donald Trump acorralado. Hace meses que las encuestas, en caída libre, y los índices de popularidad del presidente, igualmente arruinados, anuncian una debacle electoral en favor del partido demócrata. O así ha sido, encuesta tras encuesta, mes tras mes, hasta que el actual presidente, quizá el político contemporáneo más dotado para olfatear la sangre, subvertir convenciones y apostar al todo, decidió seguir sus instintos.
Si quería recuperar el terreno perdido tocaba hacerse fuerte en las principales reivindicaciones de la campaña. Tras la ruptura del acuerdo transpacífico y el del cambio climático, la suspensión del programa que protegía de la deportación a los Dreamers, el veto a los inmigrantes de algunos países musulmanes y los aranceles al acero y el aluminio, tocaba apostar a lo grande. Para lograrlo necesitaba despejar el puente de mando. Adiós a las palomas, Tillerson y McMaster; hola a los halcones, partidarios de la mano dura. Con ellos de firmes aliados, llegó el momento de la caza mayor, Corea del Norte e Irán.
De la primera no llegan más que buenas noticias. Las últimas del brazo de Mike Pompeo, secretario de Estado, que regresó a EE UU, después de reunirse con sus homólogos norcoreanos, acompañado por los tres estadounidenses que seguían presos. Kim Hak Duk, Tony Kim y Kim Dong Chul. Con la fecha y el lugar elegidos para la reunión entre Kim y el presidente Trump, 12 de junio y Singapur, la diplomacia trabaja contrarreloj para limar suspicacias y ultimar una agenda razonable.
Y si Corea del Norte sirve como baza optimista, al mismo tiempo que invalida las políticas de las administraciones previas, desarboladas por pusilánimes, y a ver quién se lo discute si finalmente hay pacto, Irán sirve para todo lo contrario, o sea, exhibir fortaleza. Acusado tanto por Trump como por Israel de incumplir sus compromisos y perseverar en la construcción de la bomba, la ruptura del acuerdo nuclear le ha permitido a Trump exhibir su mejor perfil de hombre duro e intratable sheriff. Qué importa si el pacto fue fruto de unas negociaciones prolongadas durante 12 años, y qué si los inspectores de la Agencia Mundial de la Energía niegan que Teherán haya faltado a su palabra. Amparado en unos informes tan rotundos que recuerdan a aquellos otros de Irak y sus célebres armas de destrucción masiva, la Casa Blanca quema los puentes y recupera las sanciones.
Si alguien dudaba de la oportunitad electoral de todos estos pasos haría bien en consultar las encuestas. Aunque los agregadores de sondeos todavía conceden una ventaja a Trump de entre 5 y 6 puntos, hace apenas dos meses la desventaja frente a los demócratas superaba de largo los diez. Todavía mejor: según una encuesta de CNN publicada esta misma semana, la distancia es ya de 3 puntos. Otra más, de Reuters, cifra la brecha en 1. John Cassidy, desde las páginas del New York, habla ya de señales alarmantes frente a la complacencia demócrata. Comenta, de paso, la creciente popularidad del propio Trump: «Con la economía fuerte y los signos alentadores que surgen de Corea, la tendencia parece estar ganando impulso. La última actualización semanal de Gallup sitúa ya la calificación de aprobación de Trump en el 42%, el nivel más alto desde mayo del año pasado. Otras encuestas muestran un patrón similar». Cuando la otra noche, delante de la prensa que esperaba a Pompeo y a los tres estadounidenses liberados, Trump alardeó de que «posiblemente habréis roto los índices de audiencia de las 3 de la mañana», corroboraba una verdad evidente y otra de más calado. Pocas veces hubo tantos espectadores congregados delante del televisor a horas tan intempestivas. Pero, sobre todo, pocas veces alguien fue capaz de reinventar con semejante audacia un guión que parecía ya intocable. Suenan las alertas en el búnker demócrata. Trump, desahuciado por los mismos que pronosticaban con jactanciosa clarividencia que jamás ganaría a Hillary, que no tenía madera de líder, que lo suyo era un bluf, vuelve de entre las cenizas. Queda mucha carrera de aquí a noviembre.
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