El futuro inquilino de la Casa Blanca

La Unión Europea teme un segundo mandato de Donald Trump

Las cancillerías europeas creen que Putin intenta alargar la guerra hasta que se produzca un cambio de escenario en Washington

June 24, 2023, Washington DC, United States: President Donald Trump, speaks at the conference. Former President Donald Trump speaks at the Faith and Freedom Coalition's annual conference called the Road to Majority in Washington D.C, at the Washington Hilton. 24/06/2023
EEUU.- El juicio contra Trump por los documentos confidenciales comenzará el 20 de mayo de 2024Europa Press/Contacto/Aaron SchwEuropa Press

La figura de Donald Trump vuelve a acaparar titulares al otro lado del Atlántico y su regreso a la carrera presidencial en Estados Unidos e incluso su posible elección como sucesor de Joe Biden ha dejado de ser mera especulación.

Independientemente de las consecuencias para la política interna estadounidense, esta posibilidad vuelve a inquietar a las cancillerías europeas que con la llegada de Joe Biden habían vivido una vuelta a los viejos consensos vigentes desde la Segunda Guerra Mundial y que sustentaban desde entonces el denominado vínculo transatlántico, tras la etapa disruptiva de Trump.

Para ser justos, las relaciones entre la UE y EE UU no han sido perfectas desde la llegada de Biden a la Casa Blanca. Aún se recuerda la caótica y humillante retirada de Afganistán que hizo recordar a los europeos la importancia de dar pasos hacía una política de defensa autónoma respecto a Washington o, en otros ámbitos completamente diferentes, el plan masivo de ayudas públicas que discrimina a las empresas europeas, la denominada Ley para la Reducción de la Inflación (IRA), para regar de subsidios la transición energética verde y que ha puesto a la UE en una difícil tesitura. Ha sido una vuelta del America First de Trump, pero protagonizada por Biden, quien ya adoptó sin complejos durante la campaña electoral muchas de las proclamas proteccionistas de su predecesor para ganar votos en el denominado Cinturón del Óxido, los estados industriales de tradición demócrata que cayeron contra todo pronóstico en manos de Trump.

Las relaciones con esta Administración no son idílicas, pero al menos transcurren en los cauces habituales de la política internacional, con sus luces y sus sombras. Sin tuits explosivos ni exabruptos. La guerra en Ucrania ha unido a estadounidenses y europeos y ha revitalizado la OTAN, después de que el propio presidente francés, Emmanuel Macron, asegurara en una polémica entrevista que la organización militar se encontraba en un estado de muerte cerebral. Ahora esto parece lo más importante.

Estados Unidos en ningún momento amenaza con dejar a los aliados a la intemperie, si no incrementan su gasto en defensa –tal y como hizo Trump–, y en la pasada reunión de jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN celebrada en Vilna (Lituania) se ha llegado a un nuevo consenso para que el gasto del 2% del PIB fijado en 2014 en la cumbre de Gales sea un suelo y no un techo. Además, Estados Unidos ha sido uno de los grandes beneficiados de la crisis energética desatadas tras la invasión en Ucrania, ya que los europeos han aumentado de manera vertiginosa las compras de gas licuado como modo de conseguir proveedores alternativos a Rusia.

Pero este escenario de relativa placidez puede cambiar y en los pasillos comunitarios ya comienza el desasosiego. «Putin busca el cansancio occidental», asegura un alto cargo europeo que cree que la diplomacia tan solo desempeñará su papel cuando en el campo de batalla la suerte esté echada y Rusia deba capitular. De ahí que la estrategia siga siendo que Ucrania llegue a la mejor posición posible a unas eventuales negociaciones de paz que concluyan en la firma del armisticio.

Según el diagnóstico de estas mismas fuentes, Putin creía en un primer momento que esa fatiga iba a producirse con la llegada del pasado invierno y los altos precios de la energía que iban a dejar tiritando a los europeos, pero la estrategia de la desvinculación europea de los hidrocarburos rusos ha resultado más exitosa de lo esperado.

Por eso, ahora el siguiente paso reside en alargar la guerra hasta que el escenario en Washington cambie y EE UU debilite su apoyo a Kyiv. Nadie duda de que el fin de esta contienda no está a la vuelta de la esquina y que va a ser un conflicto de resistencia. «No sabemos qué hubiese pasado si Rusia hubiese invadido Ucrania con Trump en el poder, pero él mismo con sus declaraciones ha dejado claro que la respuesta hubiese sido muy diferente», explican las mismas fuentes, que ven con poco entusiasmo la vuelta del magnate a la Casa Blanca.

En todo caso, nada está hecho. Pende sobre Trump una inminente tercera imputación por el asalto al Capitolio que podría apartarlo de la carrera para regresar a la Casa Blanca. Aunque continuara como candidato, aún debe ganar las primarias republicanas a las que se presentan otros aspirantes como el gobernador de Florida, Ron DeSantis o el exvicepresidente estadounidense Mike Pence. También concurren otros candidatos menos conocidos como Nikki Haley, primera embajadora durante la época de Trump en Naciones Unidas o Tim Scott, el senador de Carolina del Sur.

Uno de los interrogantes reside en si el aislacionismo propugnado por Trump, que siempre se ha presentado ante los electores como un outsider dentro de sus propias filas, ha calado en el Partido Republicano e incluso en sectores del partido demócrata que pueden sentirse tentados a dejar a los europeos a su suerte en el apoyo a Ucrania si creen que esto les acaba beneficiando en las urnas.

En todo caso, sea quien sea el inquilino de la Casa Blanca y lo que suceda en Ucrania, la Unión Europea debe seguir enfrentándose a uno de los mayores retos del siglo XXI: cómo establecer su propia estrategia respecto a Pekín, independiente aunque complementaria de la de Estados Unidos. El nuevo lema reside en perder la ingenuidad respecto al gigante asiático al que la UE debe tratar de manera simultánea como un socio, un competidor y un rival sistémico, sin romper los lazos de cuajo pero a su ver reduciendo ciertos riesgos. Aunque el camino parece más o menos claro, cuando llegan los detalles no todas las capitales europeas miran en la misma dirección.