Opinión
Fashion slowly
De ir al atelier del creador hemos pasado a tener que hacer cola en la calle para acceder a una tienda
En el mundo del lujo, hemos pasado de que el modista venga a nuestro salón a tomarnos las medidas a tener que hacer cola en la calle para acceder a una tienda. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Vamos por partes. Fue el diseñador Charles Frederick Worth afincado en París quien por primera vez hizo que las señoras de la corte acudieran a su taller en vez de ir él a sus palacios a finales del 1800. Si querían alta costura, se tenían que desplazar. En concreto al número 7 de la Rue de la Paix, donde tenía tienda con nombre propio. ¿Entre las que lo hacían? La emperatriz Eugenia de Montijo, que según la exposición La Moda en la Casa de Alba, comisariada por Lorenzo Caprile y Eloy Martínez de la Pera (hasta el 31 de marzo en el Palacio de Liria), fue la primera gran influencer universal. Dicen que fue la responsable de lanzar al estrellato al que es considerado el padre de la alta costura, ya que todas querían copiar el estilo de “la emperatriz de la moda”, todas, incluida la mujer del por aquel entonces Presidente de EE. UU., Abraham Lincoln, Mary Ann Todd Lincoln, que literalmente le encargaba copiar sus diseños a modistas norteamericanos.
De ir al atelier del creador, pasamos, pues, a hacer peregrinaje a la boutique de prêt-à-porter, y hasta ahí bien. Pero desde la pandemia podemos ver cómo se forman colas fuera de las tiendas esperando pacientemente el turno para entrar y ser atendidos. ¿El único consuelo? Cuando servían champán en la calle a los que formaban fila india fuera de las tiendas de Via Monte Napoleone en Milán. Así, igual sí. Botellón chic. Incluso se convirtió en una manera de hacer socializing entre fashionistas. ¿Yendo más lejos? Si vas a la renovada boutique de Chanel de Florencia, lo suyo es esperar, copa en mano en la terraza ad hoc que han habilitado en la calle hasta que sea tu turno (vendrán amablemente a avisarte). Ya forma parte de la diversión del shopping.
Hay que tomárselo con calma y con algún refrigerio, que lo que se lleva es esta nueva interpretación del concepto del slow fashion, el fashion slowly… comprar moda de forma distendida, con tiempo y posiblemente con alcohol en vena. Y más aún desde que la revista The New Yorker publicó su artículo What Happens to all the Stuff we Return en el que revela lo que pasa con la ropa que compramos online y que devolvemos a algunas marcas de fast fashion, porque para muchas supone el 40 % de las ventas. Primero explican que las devoluciones no sólo son por la práctica de pedir más de una talla y devolver las que nos sientan mal para quedarnos con la buena, sino que también se devuelve ropa usada una vez para una ocasión puntual –con mancha de caviar incluida– (esta practica se conoce como wardrobing). ¿Y qué pasa con esa ropa y accesorios que no queremos? Sorprendentemente, una gran parte se destruye por una infinidad de motivos entre los cuales está que es más costoso el volver a introducirlos en la cadena de compra/venta. Si alguna vez te ha pasado que la empresa a la que quieres hacer una devolución te sugiere que te quedes con el producto y que aún así te devuelven tu dinero, sabrás que es porque su devolución supone un coste más alto que el del producto en sí. No hace falta decir que esto supone un coste aún más grande al planeta.
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